A finales del verano de 1978, DC Comics sufrió un severo recorte por órdenes directas de su compañía madre, Warner Brothers. Se cancelaron multitud de colecciones, y de seriales protagonizados por personajes menores que aparecían en forma de complementos en cabeceras dedicadas a héroes más conocidos. Los autores autónomos dejaron de recibir encargos por parte de la editorial dueña de Superman y Batman, y un buen puñado de asalariados fue despedido debido a los ajustes. El cargo de la propia Jenette Khan, publisher y cabeza visible de DC estuvo a punto también de caer víctima de esta crisis que, para más INRI, se producía justo en mitad de un ambicioso plan de expansión de la línea de cómics que llevaba en marcha tan solo tres meses. Aquel plan, que poco antes fue anunciado con todo bombo como la DC Explosion quedó truncado, y, de manera satírica, al brutal recorte que le puso fin de manera brusca se le conocería a partir de entonces como la DC Implosion. Y así es como el término ha pasado a la historia del cómic estadounidense. Las causas fueron en realidad múltiples, pero en general los aficionados lo suelen achacar a un colapso en el sistema de distribución de los cómics hasta sus puntos de ventas unos meses antes, y una consecuente caída enorme de las ventas a la que se respondió desde arriba de manera inmisericorde.
En estos días en los que, debido a la crisis por el confinamiento causado por el coronavirus, la distribución del cómic estadounidense se ha visto puesta en hiato, y se suceden las noticias sobre cómo se reanudará cuando toque, se ha recordado a menudo ese momento de finales de los 70. ¿Hay verdaderamente algún paralelismo válido? La verdad es que es muy pronto para contestar con rigor a esa pregunta, ya que no tenemos perspectiva real de los factores y ramificaciones de la situación actual, ni en qué desembocará el asunto. Pero sí podemos echar un vistazo al pasado y tratar de esbozar qué sucedió a grandes rasgos entonces, y quizás sacar alguna conclusión.
ANTES DE LA EXPLOSIÓN
Como adelantábamos, aquella crisis se dio a finales de los 70 justo cuando culminaba un intento de expansión fuertemente publicitado por DC. Pero para comprender mejor qué sucedió exactamente, quizás sea imperativo remontarnos incluso unos años antes, para tener el contexto adecuado. Haremos una primera parada en 1972, cuando la hegemonía en la industria del cómic estadounidense de DC llegó a su fin. Tras una década en la que su competidora Marvel Comics pasó de la irrelevancia a convertirse en una fuerza emergente, una tendencia que los mandamases de DC no conseguían comprender, y por tanto contrarrestar, fue una jugada editorial la que llevó a la Casa de las Ideas a completar su sorpasso. Martin Goodman, el propietario de Marvel, jugó bien sus cartas, y al poco de que ambas editoriales subiesen los precios de los tebeos simultáneamente (aumentando también, en compensación al lector, el número de páginas, y dedicándolas a reimprimir viejas historias), bajó de repente unos centavos el coste de sus cómics y restituyó el número de páginas anterior a la subida. Los cómics Marvel costaban por tanto algo más que antes, sí, pero menos que los de su competidor. Y, además,Goodman subió el margen que los kiosqueros se llevaban de la venta de cada tebeo, así que éstos, los posicionaban mejor en los expositores.
Aunque DC reaccionó al poco tiempo, el daño estaba hecho: Marvel ya solo cedería el puesto de campeona en ventas algún mes concreto en las décadas posteriores, arrebatándoselo prácticamente para siempre desde entonces a la estupefacta editorial de Superman. El publisher de ésta por aquel entonces, Carmine Infantino, como decíamos, fue tomando toda una serie de medidas bastante razonables en los años consiguientes para tratar de revertir la situación, fidelizando a sus autores para que diesen lo mejor de sí mismos en las historias, y, sobre todo, que su talento no se escapase a Marvel. Así, quien tuviese contrato en exclusiva con DC gozó de un aumento en las tarifas que se pagaban por página, devolución de las páginas originales que elaborase, e incentivos económicos según las ventas de las colecciones de las que se estuviesen encargando.
Sin embargo, el mercado del cómic (y en realidad de todas las publicaciones de kiosco) estaba inmerso en una crisis profunda, entre el aumento de los precios del papel (y por tanto de la bajada de ganancias, dado que el coste de cada cómic permanecía más o menos fijo), la inflación, la recesión y, en general, el abandono de los lectores de este medio. En 1975, corrió el rumor de que iba a haber una escasez de papel y un aumento del precio incluso superior, y como estrategia para afrontarlo, Marvel decidió aumentar el número de publicaciones y así saturar el mercado para perjudicar a la competencia. Como contraataque, DC hizo exactamente lo mismo, y el resultado demostró ser muy malo para ambas editoriales. A pesar del éxito del primer encuentro entre los personajes de Superman y Spiderman, en enero de 1976, con una caída de ventas de entre el 30 y el 50 por ciento, y sin que aquella escasez de papel se hubiese llegado a materializar, Warner despedía a Carmine Infantino de DC. Las pérdidas eran, al parecer, aún mayores en Marvel, pero a pesar de ello, daba beneficios a Curtis Circulation, la distribuidora de Cadence Industries a la que pertenecían ambas divisiones.
El caso es que, para sustituir a Infantino, el presidente de la división editorial de Warner Bill Sarnoff contrató a Jenette Khan, una joven apasionada de los cómics, pero ajena al mundo de su producción. Ella provenía de las publicaciones infantiles, y en ellas se había labrado una carrera bastante exitosa. En la vieja guardia de DC, la moral estaba por los suelos, entre el sorpasso de Marvel, la despedida de Infantino, y su nueva jefa, de cuya gestión y conocimiento del medio esos veteranos profesionales eran muy escépticos. Kahn supo demostrar que estaba a la altura, e inmediatamente inició una serie de reformas, un tanto en la línea de las últimas que Infantino había tomado, que resultaron muy competentes. Ella y sus allegados, Paul Levitz, Vince Colletta y Joe Orlando, escuchan con atención y respeto lo que los autores tienen que decir, sus propuestas, sus proyectos, y toman nota de todo ello.
Como resultado, profesionales de la talla de Steve Englehart, Tony Isabella, Rich Buckler, Jack Abel, Bob Brown y Dick Ayers abandonan Marvel para irse a la DC de Kahn. Gerry Conway se anima a volver tras un brevísimo y por lo visto pesadillesco periodo dirigiendo la Casa de las Ideas. Incluso la super estrella John Buscema estuvo a punto de seguirles, contrariado por un error contractual que Stan Lee dijo que cometió por accidente, y que subsanó inmediatamente a golpe de talonario para evitar tal fuga. De la editorial Charlton, llegan también a DC Don Newton y Paul Kupperberg.
En esa nueva DC, Kahn escucha a Steve Englehart cuando le propone que la serie de la Liga de la Justicia que va a escribir suba el número de páginas (el artista Dick Dillin es capaz de afrontar el reto mensual de entregar todo ese trabajo a tiempo) para que su narrativa y sus historias estén a la altura de lo que se espera. La nueva publisher se entrevista con profesionales de fuera de DC con la mente abierta y buena actitud, sin orgullo contraproducente. Jim Shooter, por aquel entonces editor asistente en Marvel (un par de años después pasaría a tener allí el puesto equivalente el de Kahn) dice que fue él quien le sugirió hacer un reboot de su continuidad, cosa que no pasó hasta la década siguiente, fuera del alcance de la cuestión de estas líneas.
También quedó para cenar con Neal Adams, cabeza de Continuity Studios, para escuchar lo que el respetado profesional pudiese decirle. Esta reunión resultó enormemente fructífera en múltiples frentes: por un lado, sirvió para tender puentes entre Adams y Warner sobre la cuestión de los derechos de Jerry Siegel y Joe Shuster, creadores de Superman a los que Adams representaba, y que viviendo prácticamente en la miseria no iban a llevarse ni un dólar de la multimillonario producción de la película del Hombre de Acero que iba a protagonizar Christopher Reeve. Adams, Jerry Robinson y otros habían iniciado una campaña para atraer la atención de la prensa acerca de esta injusticia, y Warner no quería arriesgar las astronómicas cifras invertidas con una pesadilla de relaciones públicas. Así, los ancianos artífices del Último Hijo de Krypton empezaron por fin, tras cuatro décadas, a recibir parte del reconocimiento oficial y compensación económica que les correspondía.
Además, Adams, toda una superestrella del dibujo volvería colaborar con DC elaborando portadas, encargándose de algún proyecto especial como el especial en formato gigante Superman Vs Muhammad Ali. Y de paso, pues parece que el dibujante y la publisher iniciaron una relación romántica.
Kahn consiguió otros destacados hitos en esos primeros años de su gestión: encargó al afamado diseñador gráfico Milton Glaser (creador del famoso I Love New York) un nuevo logo para la editorial, aquel que sería conocido como el “DC Bullett” y que se mantendría vigente casi 30 años. Además, cambió oficialmente el nombre de la empresa del viejo National Comics a DC Comics, como en realidad todo el mundo la conocía.
Esta idea de actualizar la editorial para adecuar sus matices a cómo era percibida por el público generalista, no a como realmente los aficionados hardcore sabían que era, y convertir eso en fuerzas en lugar de debilidades, llevó también a lanzar series de cómics basadas en éxitos televisivos de sus personajes: Super Friends (la versión de animación de la Liga de la Justicia) e Isis, una heroína licenciada a Fox que compartía tiempo en la pequeña pantalla con el Shazam de acción real protagonizado por Michael Gray y Jackson Bostwick. También, los contenidos de los cómics existentes se aproximaron a aspectos de las series de televisión, y Billy Batson pasó a recorrer estados unidos en una furgoneta, mientras que las aventuras contadas en la colección de Wonder Woman pasaron a ser las de su equivalente en Tierra-2, durante la Segunda Guerra Mundial, como las de Lynda Carter.
Kahn contrata a Mike Gold para que sea el relaciones públicas de DC, el enlace con la prensa especializada y los fans. Esta decisión termina siendo un rotundo acierto, a la vista del papel que Gold desempeñará más adelante, cuando vengan los malos tiempos. Se lanza un nuevo formato, los Dollar Comics, que por ese precio ofrecían 66 páginas de una historia nueva y 14 de reediciones, frente las 17 (de un total de 32 incluyendo publicidad) por 30 centavos del resto de publicaciones. De ese modo, con un coste igual al de revistas como Time o Newsweek, los kiosqueros obtenían más margen de beneficios por unidad, y se animaban a destacar esos cómics en sus expositores. Si te llevas la mitad de lo que vendes, pues el trabajo que lleva manipular tebeos de 30 centavos para ganar solo 15, no compensa lo mismo que obtener 50 por un Dollar Comic. World’s Finest, GI Combat, House of Mystery y Superman Family, títulos que ya llevaban un tiempo en el mercado, son reconvertidos a ese formato para inaugurar esta línea, y efectivamente, resultan un éxito. Los cambios de Kahn no son solo ambiciosos, sino que tienen frutos, y poco a poco DC comienza a remontar tras la catastrófica situación de partida.
Con todo, Bill Sarnoff no está muy seguro de que merezca la pena tener abierta DC tal y como está: el valor económico real en grandes cifras de sus personajes no está en realidad en los tebeos, sino en el merchandising que se licencia con ellos. Y quizás, dado el esfuerzo requerido, piensa, salga más a cuenta cerrar todas las series, excepto las de los personajes principales y que éstas se dediquen solo a publicar reediciones del inmenso fondo editorial de DC. Kahn hace una apasionada defensa de crear nuevos relatos mes a mes, ya que, según ella, son lo que mantienen vivas las licencias: es necesario que DC Comics continúe haciéndolos, ya que, aunque no de muchísimo dinero, algo genera después de todo. Y si se dejan de publicar historias regularmente, en unos años esas propiedades intelectuales no valdrán nada, por haber pasado a la irrelevancia. Además, está realizando más reformas con las que es bastante optimista. Sarnoff, parcialmente convencido, accede, aunque esa idea volvería a surgir en futuras crisis, sin llegar nunca a materializarse por ahora.
A partir de entonces se tiene mayor cuidado en no cometer errores al obtener las cifras de ventas de las colecciones, para poder tomar medidas que sean realmente eficaces. Por ejemplo Warlord de Mike Grell, que había sido cancelado en su número 3, es continuado al certificarse que en realidad estaba funcionando muy bien, al contrario de la interpretación inicial que se había hecho de sus informes.
Kahn deshace esos reinos de taifas que eran las oficinas de DC independientes entre sí, consiguiendo que haya una mayor interacción entre colecciones y personajes de su universo ficticio. Crece así la sensación de telón de fondo común para sus héroes, un elemento que Marvel había demostrado que resultaba cautivador para los lectores, y que DC no tiene complejos en asimilar para sí en mayor grado que hasta entonces, orgánicamente. Se lanzan también novelas protagonizadas por los héroes de DC, aunque la experiencia no es muy satisfactoria y solo llegan a ver la luz una de los Challengers of The Unknown y otra de Superman. Se otorgan a los autores royalties por reediciones, seguro médico y un porcentaje del merchandising que se obtenga de personajes de nuevo cuño. Y de ese modo, DC es un lugar más amigable donde trabajar.
PRENDIENDO LA MECHA
Oficialmente, lo que será llamado la DC Explosion (y luego DC Implosion) tendrá lugar en 1978. Pero en 1977, en realidad DC ya se encuentra en plena expansión. Se cancela todo lo que empieza a vender mal antes de que de pérdidas (Shade The Changing Man, Starfire, Plastic Man, Teen Titans, Hercules Unbound, DC Super Stars, Metal Men, Super-Team Family…) y se lanzan nuevas series en su lugar como Black Lightning, Star Hunters, Men of War, Firestorm o Steel the indestructible man. También se resucitan series canceladas hace tiempo, como Challengers of the Unknown, New Gods, Mr Miracle, Aquaman o Secrets of Haunted House, dotándolas de equipos creativos que se espera que les den una nueva dirección. Llegan (unos por primera vez y otros reincorporándose a DC tras un tiempo en Marvel) autores como Ross Andru, Jose Luis García Lopez, Dick Giordano, George Tuska, Jim Starlin, Johnny Craig, Al Milgrom, Tom De Falco, Roger McKenzie, Tony Isabella, Trevor Von Eeden, Steve Gerber o Len Wein.
Tímidamente, aparte de Black Lightning, empiezan a aparecer más personajes afroamericanos como Gravedigger, Bumblebee, Pulsar, Bronze Tiger, Tempest, o se revela mediante retrocontinuidad que bajo la máscara de Black Manta hay un hombre de color. A veces, la cosa no sale muy bien, como en el caso del Tyroc de la Legión de Superhéroes el año anterior, que el propio dibujante Mike Grell detestó desde el principio por mal concebido. Pero en general, DC trata de esforzarse por estar al ritmo de los tiempos e incluir mayor diversidad.
Los dos héroes insignia de la editorial quedan actualizados con andaduras en la que sus autores hacen gala de un estilo moderno que les sienta muy bien; especialmente a Batman, que, en Detective Comics, con Steve Englehart y Marshall Rogers, pasa por una de las mejores etapas de su historia. De menores cotas de excelencia y de impacto para la posteridad, pero también muy meritorio, es el trabajo que Martin Pasko y Curt Swan desarrollan con Superman, donde la vida de Clark Kent toma intensidad dramática y adulta inusitada hasta el momento.
No todo va bien, claro. Por ejemplo, la imprenta de World Color Press, cambia las planchas de metal que usaba para hacer las tiradas por otras de plástico, y el resultado es francamente inaceptable. Y es que, desde los años 60, cada vez que tocaba subir los precios de los tebeos se trataba de postergar esa decisión todo lo posible, y se le pedía a World Color Press que idease modos de reducir costes a cambio, claro, de calidad de impresión. Y así, poco a poco, cada vez eran menos legibles, hasta que se llegó a un límite que entonces se demostró infranqueable. Esto no afectaba tan solo a DC, sino también a Marvel.
Posiblemente esta situación, más el éxito de la línea de cómics a un dólar, llevaron a Kahn y al resto de la cúpula de DC a tomar la que sería una trascendental decisión: agarrar el toro por los cuernos y aceptar que los precios debían subir: que era inevitable, y que debía haber un modo de hacer de eso una fuerza, no una debilidad. Los kiosqueros se llevarían más tajada de cada unidad, dando más visibilidad a sus cómics. Y a cambio, para que los lectores respondiesen, se les ofrecerían mejores cómics, héroes bajo un nuevo prisma y un universo compartido más atractivo.
Los beneficios se iban recuperando paulatinamente, alejándose de aquellos dos millones de dólares de pérdidas de 1975. En verano del año siguiente, se estrenaría la película de Superman, que previsiblemente sería un éxito y contribuiría a subir las ventas de los cómics del Hombre de Acero a niveles estratosféricos. Y si se jugaban bien las cartas, se publicitaba bien el resto de la línea de DC en esos tebeos del Último Hijo de Krypton, se mostraba al recién llegado una atractiva sensación de interrelación con el resto del universo ficticio compartido por todos los héroes de la editorial, y se hacían historias de calidad, esa bonanza arrastraría también hacia arriba las cifras de todas las publicaciones de Kahn, Levitz, Orlando y compañía. Los razonamientos parecen sólidos y con ellos, se convence a Warner para que invierta en ese plan.
Así, la DC Explosion oficial se concibió para el verano de 1978. Probablemente, la medida de subir los precios no se tomó en absoluto a la ligera: después de todo había sido precisamente por esa causa por la que Marvel les había arrebatado la corona unos años antes. Pero los argumentos expuestos, y la sensación de que a situación no era la misma, pesaron más que esta prudencia. Y lo cierto es que nunca sabremos con certeza si a ese respecto fue una buena idea, porque los motivos del posterior fracaso vinieron por otro lado.
LA EXPLOSIÓN
Vamos a permitirnos de momento dejar pasar un trascendente dato (como en realidad ya hemos hecho con otro) para, en aras de la intensidad dramática de este texto, explicarlo posteriormente cuando todo engrane entre sí. Pero quedan avisados, lectores: más adelante explicaremos algo de capital importancia que sucedió en el invierno de 1977 a 1978 , y otra circunstancia que aconteció incluso antes, a mediados de 1977.
Por ahora, nos limitaremos a relatar cómo los ambiciosos planes de expansión de DC Comics fueron presagiados a sus fans suscriptores de la lista de correo Direct Currents Newsletter en marzo del 78, sin dar toda la información, pero incluyendo la ilustración promocional de Joe Staton que después quedaría ligada para siempre a la iniciativa. Fue ya en junio de ese año cuando Jenette Kahn, en la columna editorial que aparecía en todos los cómics de su editorial, anunció la DC Explosion con ese nombre, y detallaba en qué consistiría.
Dado que la subida de los precios desde 35 centavos era inevitable, en lugar hacerlo al escalón inmediatamente siguiente, 40, se optaba por hacerlo directamente a medio dólar. El número de páginas de historia por tebeo subiría de 17 a 25, de modo que por un aumento del 43% del precio, se obtendría a cambio un 47% más de cómic. En unos casos, directamente las aventuras del héroe protagonista serían más largas y eso daría lugar a narrativas más elaboradas al tener los guionistas más espacio para plasmar sus tramas. En otros, se incluirían complementos protagonizados por otros personajes que se pretendía que fuesen cuidados, no mero relleno. De ese modo volverían a tener sus propias aventuras Martian Manhunter, The Ray, Deadman, Enemy Ace, Atom, o La Cosa del Pantano. En las páginas de Mister Miracle, habría un serial dedicado a la esposa del héroe titular, Big Barda. Y otros nuevos héroes y heroínas serían presentados en historias cortas que se continuarían mes a mes, como Odd Man, Cinnamon, Vixen o un serial dedicado a las Amazonas de Wonder Woman. Talentos como los de Marshall Rogers, Joe Staton, Ross Andru, Curt Swan, Gerry Conway y Len Wein avalaban la calidad de esos relatos.
Se garantizaba que este aumento de páginas no implicaría también una subida de las dedicadas a anuncios, y de hechos, éstas se suprimirían en la línea de Dollar Comics, cuyos interiores serían íntegramente de historias que crecerían en extensión. Las series de la Justice League of america y Superboy and the Legion of Superheroes, que costaban 60 centavos, bajarían a 50, perdiendo ocho páginas y adecuándose al nuevo formato de la editorial. El lector pagaría, en resumen, algo menos por página, tendría más contenido de mayor calidad, y al kiosquero le merecería más la pena manejar ese producto al llevarse algo más de ganancia neta por ejemplar. Las páginas de aquellos tebeos de junio se llenaban de promoción para esa iniciativa, celebrándola de manera triunfal.
La reacción de los fans fue de auténtico entusiasmo ante la propuesta, y de mucha ilusión en leer esas futuras historias. La competencia, claro, se lo tomó de modo más frío, y por ejemplo Jim Warren y Mike Gold se sumergieron en una polémica de declaraciones altivas sobre cómo DC utilizaba o no la editorial del primero como cantera de talentos. En Marvel, en cambio, se optaba por cierta prudencia: desde Stan Lee declarando que harían “Lo que siempre hemos hecho: esperar y ver”, a Jim Shooter diciendo que La Casa de las Ideas no tenía necesidad de imitar el movimiento de DC porque les iba bien, y que aquello probablemente les beneficiaría. Después de todo, por dos títulos DC casi te podías comprar tres de Marvel a partir de entonces. Sin complementos no deseados, por mucha calidad que tuviesen, y sin alejar al público casual infantil con esos precios: Shooter estaba seguro de que la excelencia de su producción, unida a esas ventajas, no haría sino consolidar aún más el liderazgo de su editorial. Como decíamos, no daría tiempo a comprobar si tenía razón o no.
LA IMPLOSIÓN
De nuevo, a pesar de todo este optimismo, no todo iba bien para DC hasta ese momento. Por un lado, esta expansión que había sido programada para que coincidiese con el estreno de la película de Superman, quedó algo coja cuando el filme se retrasó a diciembre, y se perdió esta inercia. Varios proyectos de reimpresiones en formato tabloide o la miniserie World of Krypton, relacionados con la cinta, se postergaron también a navidades, por lo tanto. Si resulta curioso que no se elaborase también una adaptación al cómic, que parecería lo lógico, lo cierto es que no se realizó porque así lo especificaba el contrato del guionista de la película, Mario Puzo.
Para hacer sitio a las nuevas colecciones que se planeaba lanzar, se cancelaron otras como Shade the Changing Man (con lo cual, el complemento del Odd Man de Steve Ditko que ahí se iba a publicar pasaría a las páginas de Black Lightning), New Gods, y Secret Society of Super Villains, que se clausuró incluso un número antes de lo programado por petición de los autores, que tenían preparada una historia en tres partes que hubiese quedado interrumpida.
Por fin se publicó el anunciado especial Superman vs Muhammad Ali en formato tabloide. Pero el enorme retraso de Neal Adams a la hora de dibujar las páginas llevó a que para cuando apareciese, el boxeador afroamericano había perdido ya el título de campeón mundial de los pesos pesados. Y aunque un tiempo después lo recuperó, hubo cierta sorna al respecto, a costa de la credibilidad de DC y Jenette Kahn.
Además, ese año cambió la ley de copyright en Estados Unidos, y para que los autores pudiesen recibir devueltas sus páginas originales, debían firmar un recibo en el que figuraba el término Work for Hire. Neal Adams, que como hemos comentado estaba promoviendo el tema de los derechos laborales de los autores, al investigar todo lo que aquello implicaba de cara a futuras reclamaciones, terminó desmarcándose de DC. Y con él, se fueron también un par de proyectos que sus Continuity Studios iban a desarrollar para la editorial: Ms Mystic de Mike Nasser, y Bucky O’Hare de Larry Hama y Michael Golden. Lo cierto es que en la acera de enfrente, en Marvel, estaban incluso peor con ese tema, y a los autores se les obligó a firmar directamente un contrato especificando todos sus servicios como Work for Hire.
Pero todo esto no fueron sino reveses menores, comparado con lo que sucedió en agosto, tras solo tres meses después del inicio de la DC Explosion. En Warner, les dio por mirar las cuentas de DC, y es aquí donde entran en juego los hechos pasados que les estábamos ocultando hasta ahora, ¿recuerdan? Resulta que los jerifaltes vieron algo que les llamó la atención: en invierno las ventas habían caído una auténtica barbaridad, habían sido un verdadero desastre y una debacle. Esto fue debido a una tempestad de nieve que azotó de manera inclemente durante semanas la costa este norteamericana, y que impidió que los tebeos saliesen de los almacenes para ser distribuidos. Y aunque la explicación de esta circunstancia puntual, transitoria e impredecible, que luego revirtió a la normalidad, fuese razonable, aquello puso en alerta a las altas instancias de la división editorial de WB, e hicieron algo que no habían hecho hasta entonces. Examinaron las cifras de ventas de DC de los últimos diez años.
Lo que se encontraron, claro, era incluso más desolador. El sector del cómic en general se había diezmado en ese periodo. Sí, los resultados de DC en los últimos años iban mejorando, pero en el gran contexto, eran mucho menores que una década antes. Cada título vendía cada vez menos a la larga, y la estrategia de las editoriales de cómics era sacar más colecciones para tratar de compensar. Por mucho que lo de los meses de las nevadas fuese comprensible, aquella tendencia se juzgó insostenible. Y para colmo de agravio comparativo, Marvel había sufrido muchas menos pérdidas en ese último periodo fiscal a pesar de las inclemencias del tiempo. Y es que a mediados de 1977, obtuvieron los derechos para publicar cómics de Star Wars, antes de que se estrenase la película, cuando nadie apostaba por ella. De hecho, Charles Lippincott, el gestor de merchandising de George Lucas, les había dejado la licencia gratis para los seis primeros números como incentivo, en los cuales, Roy Thomas y Howard Chaykin adaptaron la película. Y claro, aquello resultó ser una bomba más allá de toda expectativa. Marvel no paró de reeditar aquellos números por los que no había tenido que pagar, una y otra vez, en todos los formatos posibles, llenándose los bolsillos de dinero, aunque luego en invierno tuviesen los mismos problemas de distribución que DC por las nevadas.
Bill Sarnoff y Jay Emmet (curiosamente el sobrino de uno de los dos hombres que habían dirigido durante décadas el destino de DC, Jack Liebowitz), desde sus posiciones en Warner Books, tomaron cartas en el asunto pasándole por encima a Jenette Kahn, y sin consultar con ella sus decisiones de recortes drásticos. Si los cómics no daban dinero, había que invertir mucho menos en ellos, y no expandir su número saturando los kioscos, sino procurar que hubiese solo unos pocos que vendiesen muy bien. Había que tratar de que fuesen distribuidos en nuevos puntos de venta, como supermercados. Y claro, éstos no iban a estar dispuestos a ponerse a absorber una cantidad ingente de series que exponer a costa de muchísimo espacio, así que tenía que reducirse la línea a un número manejable.
Tras solo esos tres meses de verano, los cómics pasaron a tener de nuevo 32 páginas (17 de ellas de historia y el resto de anuncios) como antes del relanzamiento, pero en lugar de bajar otra vez a 35 centavos, se quedaron en 40. La iniciativa de complementos por tanto se borró de un plumazo. Pero sobre todo, se cerraron un total de 17 colecciones, y cuatro series anunciadas nunca se llegaron a lanzar.
De repente, una docena de autores autónomos que trabajaban para DC dejaron de recibir encargos. Se despidió a cinco empleados fijos asalariados de las oficinas de la editorial: Larry Hama, Al Milgrom, Paul Kupperberg, Steve Mitchell y Phyllis Weiss, los que menos tiempo llevaban allí, fueron puestos de patitas en la calle. Se dice que Jenette Kahn también estuvo a punto de ser despedida, y que Sarnoff y Emmett solo desistieron cuando Mike Gold les recalcó que ella tenía muy buenas relaciones con la prensa, y que tras la polémica más o menos controlada sobre Jerry Siegel y Joe Shuster, no les era conveniente un nuevo escándalo cuando quedaban solo unos meses para que se estrenase la película de Superman. Gold también logró que la serie Detective Comics no fuese cancelada, sino que se fusionase con la más rentable Batman Family de la línea de Dollar Comics: consiguió hacer entender que era un golpe demasiado duro a la reputación de la editorial que se cerrase la histórica revista por cuyas iniciales DC llevaba ese nombre.
El club de fans oficial de la editorial DC Super Stars Society fue cerrado, y se canceló la revista promocional Amazing World of DC Comics en su número #17. La credibilidad de DC ante los fans quedaba por los suelos: La anunciada DC Explosion había sido abortada antes siquiera de que se pudiese ver si estaba funcionando. Las ventas en ese momento no eran tan importantes como adaptarse a ese nuevo sistema de distribución. Se dio énfasis a los Dólar Comics (la línea se expandió a seis títulos), y no solo se dejó de dar trabajo a los autónomos, sino que se hicieron auténticos malabares para reubicar a los autores con contrato fijo en las escasas publicaciones que quedaban.
El complemento que Jim Starlin estaba haciendo sobre OMAC pasó de publicarse en la cancelada Kamandi a Warlord, el título DC más vendido de la época. Por cierto, el autor de ésta última, Mike Grell, llevó una propuesta que había hecho a la editorial, Starslayer, que ya no sería publicada allí dadas las circunstancias, a Pacific Comics, convirtiéndose en un celebrado éxito creativo. Las historias de Firestorm empezaron a aparecer dentro de la serie de Flash. El planeado relanzamiento de La Cosa del Pantano quedaba en el aire, y Martin Pasko, el que iba a ser su guionista, se quedaba con un palmo de narices, ya que había renunciado a otros trabajos para dedicarse a ese proyecto. Unos años después, eso sí, tuvo por fin su oportunidad de narrar historias de ese personaje. Al cerrarse la serie de Black Lightning, en la que se iba a publicar el complemento de Odd Man de Steve Ditko procedente de Shade the changing Man, éste finalmente no llegó a ver la luz hasta 1979 en Batman Family.
Había una ingente cantidad de material por el que se había pagado, y para el que ya no había espacio donde publicarlo. DC se nutrió de parte de ello durante los años siguientes poniéndolo allí donde era necesario rellenar unas páginas por el motivo que fuese: por ejemplo, historias de Atom y Air Wave en Action Comics, o de Huntress en Wonder Woman. Los cambios de cabecera donde los seriales de secundarios iban publicándose, saltando de una a otra, eran casi imposibles de seguir, como el de la familia Shazam. Portadas que se dibujaron incluyendo un pequeño anuncio con el complemento que iban a llevar, eran alteradas para eliminarlo a última hora.
Sin embargo, hubo cantidad de páginas ya realizadas, números completos, que no llegaron a ser publicados, pero con los que DC tenía que hacer algo para poder por lo menos registrar el copyright. Y así, se dio lugar a uno de los santos Griales del coleccionismo en el cómic USA: las dos entregas de lo que se llamó, con mucho humor negro, Cancelled Comics Cavalcade, en referencia a una revista de la Golden Age en cuyas páginas se publicaban múltiples historias de varios superhéroes. Aquellos dos tebeos de 1978 eran fotocopias en blanco y negro de los dibujos sin colorear (a veces incluso sin entintar) de las páginas ya creadas para la DC Explosion de series ya canceladas como Steel the indestructible man, Black Lightning, Kamandi, Vixen, Firestorm, Secret society of Super Villains, Freedom Fighters, Claw the Unconquered, The Deserter, Doorway to Nightmare, Green Team, Prez, Shade the changing man, Showcase (con Deadman y Creeper), y una multitud de portadas. Se imprimieron unas 50 copias, se mandaron las pertinentes a la oficina de copyright, otra a un afamado coleccionista para que pudiese dar fe de su existencia, y el resto se distribuyeron entre los trabajadores de las oficinas de la editorial. Y esa, fue la única y exclusivísima manera en la que nadie pudo echar un vistazo a las historias de planeadas para la DC Explosion durante muchos años. Alguna copia iba surgiendo en el mercado de coleccionista, pero no solían ser originales, ya que, al tratarse de fotocopias en blanco y negro, eran extremadamente fáciles de replicar a su vez.
Algunas páginas de estas fueron publicadas años después en tomos recopilatorios, o usándolas como falso flashback dentro de otro tebeo. Pero también hubo seriales anunciados de los que nunca se llegó a tener noticias, y de los que probablemente no se llegase a dibujar ni una sola viñeta, como los de Martian Manhunter, Metal Men, Vigilante, The man from Nowhere, o Captain Comet.
TRAS LA IMPLOSIÓN
Tras aquello, DC fue dejando terminar los setenta recomponiéndose y lamiéndose las heridas como pudo para entrar en los ochenta. Su credibilidad había quedado por los suelos, sus fans estaban muy desencantados, y su línea editorial era reducidísima. Lo cierto es que no había sido la única afectada. Otras editoriales como Charlton, echaron definitivamente el cierre. Y Marvel, en realidad clausuró aún más series, un total de 21, contando con las licencias que tenía de Hannah Barbera. Pero un titular en la revista especializada The Comics Journal, en su número #41, acuñó la expresión DC Implosion, con cierta sorna, y de ese modo se tiene la percepción desde entonces que aquella crisis de la distribución en invierno del 77 al 78 solo perjudicó a la editorial de Jenette Khan.
Tampoco nos engañemos, es verdad que la humillación fue mayor, y el control ejercido por Warner Bros limitando DC fue mucho más exhaustivo que el que pudo sufrir Jim Shooter por parte de Cadence Industries. Después de todo, con la debacle de DC, no solo los tebeos Marvel eran algo más baratos al final por el mismo contenido, sino que ésta editorial tenía a su disposición tanto el talento que ya trabajaba para ella, como el que acudió en masa a sus oficinas, el de los autónomos que ya no tenían encargos de DC: Frank Miller, Michael Golden, Tom DeFalco, Roger McKenzie, Jerry Bingham, Steve Ditko y muchos más. Con toda esa alineación, no era muy complicado hacer buenos cómics, recuperarse rápido y consolidar monolíticamente su primer puesto.
DC fue haciendo lo que pudo con las herramientas que tenía a su disposición y a través de eso fue realizando descubrimientos que serían muy importantes en el futuro de su persistencia en el mercado. El film de Superman, claro, fue un éxito, como se esperaba, pero la miniserie World of Krypton también lo fue, lo cual resultó algo más sorprendente, así que se abrió la vía de realizar más colecciones de duración limitada, una rara avis hasta entonces.
Por otro lado, el emergente mercado directo de las librerías especializadas todavía era mínimo, sobre el 10% de la cuota de circulación. Pero no paraba de crecer, y en DC se plantearon si no era conveniente apostar por ello y apoyar esos nuevos puntos de venta. Después de todo, imprimir para ese ámbito solo lo que se iba a vender minimizaba el riesgo, y dado que el público era más dedicado que el generalista, era más sencillo calcular qué autores harían triunfar una colección.
La omnipotencia de Marvel llevó a que Jim Shooter cayese en la arrogancia, ya que después de todo, en general se lo podía permitir ampliamente. Pero eso también le llevó a cometer algún error, como alejar de su editorial a autores punteros: por ejemplo, Marv Wolfman y George Perez, que al pasar a DC, la insuflaron nueva vida con títulos como New Teen Titans, que efectivamente fue un auténtico éxito en el mercado directo de librería especializada.
A partir de entonces, la editorial se centró en ese mercado, experimentando con sus posibilidades, con nuevos formatos, no necesariamente series regulares, y haciendo énfasis en el prestigio de los autores. Y fue una decisión de pleno acierto, ya que, en unos años y hasta la fecha, resulta que el cómic norteamericano (tanto el de DC como el de Marvel o del resto de editoriales) desapareció prácticamente de los kioscos y pasó a ser distribuido casi en exclusiva en librería especializada. Las cifras habían bajado mucho, sí, pero considerando que se imprimía estrictamente lo demandado, sin que hubiese tantas devoluciones como ejemplares vendidos (como sucedía antes) el mercado encontró su nicho y allí sobrevivió y medró. Hasta ahora.
¿Qué podemos extraer de toda esta historia? Bueno, que por un lado Jenette Kahn tenía razón, y que la manera de pervivir del medio, que estaba en serio peligro de extinción, pasaba por ofrecer formatos mejores, de más páginas, menos dedicadas al público generalista y más al fan algo más selecto. Que esos lectores sí estaban dispuestos a pagar un precio más elevado por los cómics a cambio de todo ello. Pero también se equivocaba en otro frente: incluso si DC no hubiese tirado del enchufe y la DC Explosion hubiese funcionado, solo lo hubiese hecho durante unos años.
Porque era un plan orientado a la pervivencia en kioscos, y no tenía en cuenta el medio natural al que el cómic tuvo que emigrar poco después para sobrevivir como industria, las librerías especializadas. Triunfar en kioscos no les hubiese librado de la debacle unos años después, y quizás, tener que agudizar el ingenio tras la DC Implosion les hizo encontrar la vía hacia la que toda la industria tuvo que desplazarse y asegurar su permanencia futura. Además, por otro lado, después de todo, quizás la DC Explosion hubiese fracasado de todos modos: el prestigioso guionista Mark Waid ha comentado alguna vez cómo durante su juventud, anheló poder leer los dos números de Cancelled Comics Cavalcade, que como fan se quedó con unas ansias tremendas durante años de poder catar aquellas maravillosas historias que habían sido prometidas pero que no habían podido ver la luz por avatares del destino. Años después, cuando entró a trabajar en DC, consiguió leerlas y se llevó un chasco morrocotudo: resulta que eran todas más bien entre mediocres y directamente malas. Así que igual, aquello, con tanto bombo, en seguida se hubiese deshinchado.
En estos momentos en que la circulación de los cómics a las librerías especializadas se ha visto comprometida por la crisis del coronavirus, quizás se pueda hacer una lectura, a la vista de todo esto: probablemente esta circunstancia actual no acabará con la industria en sí misma, pero es posible que tenga lugar una profunda transformación de los canales de distribución, como sucedió tras la DC Implosion. No nos referimos solo a que DC Comics esté empezando a utilizar otros medios para hacer llegar sus tebeos a los puntos de ventas al margen de la hasta ahora todopoderosa distribuidora Diamond. El cómic norteamericano de superhéroes viene refugiándose desde entonces, hace cuatro décadas, en unos únicos puntos de venta, y quizás éstos entren en una crisis insalvable para ellos, destruyéndose muchísimo empleo y dando lugar a multitud de tragedias personales que no deben ser pasadas por alto. Ya está pasando.
Igual que del kiosco se pasó en su día a la librería especializada, quizás sea el momento en que Marvel, DC, y compañía, salten de ésta ya del todo a otros canales de momento secundarios, y con el tiempo, sus publicaciones varíen en sus formas y contenidos para optimizarse ahí, y se vuelvan las vías mayoritarias. Hablamos, claro, del cómic digital, pero también de la librería generalista y de las grandes superficies, donde el cómic como medio, en realidad ya ha entrado en Estados Unidos: no paramos de repetirlo, novelas gráficas destinadas a público juvenil como las publicadas por Scholastic, son rotundos triunfos de ventas allí, con cifras muy por encima de las que estamos acostumbrados a leer sobre el canal de distribución único de Diamond. De hecho, este mercado ya lleva un tiempo siendo tanteado tímidamente por DC, pero cada vez con más impulso. Quizás ahora, igual que sucedió hace cuarenta años, no quede otro remedio que salir de la zona de confort, dar el salto y zambullirse de lleno en la piscina. Ya veremos.