Monja Guerrera, la serie de Netflix que llegará este viernes, ha tenido una sinopsis que ha sorprendido más de un espectador desprevenido. Pero en el mundo de los cómics tan solo es un lunes por la mañana más. En este medio se infiltran las premisas más absurdas constantemente. Especialmente en durante los noventa y en los años posteriores.
Ben Dunn es alguien que no ha tenido ningún estudio ni base formal en su trabajo y se nota. Es un artista que, a tenor de lo visto en sus trabajos en Warrior Nun, es más bien limitado: escasez de fondos, repetición constante de caras, exceso de sexualización, anatomías no muy bien proporcionadas, Por no mencionar de un color ultrasaturado y chillón que, en ocasiones, es hasta molesto.
Dicho esto, es perfectamente comprensible que pudiera funcionar en el momento en el que se dio. Es el auge del amerimanga y este ha estado promocionado, principalmente, por Antartic Press, editorial fundada por el propio Dunn, especializada en esa novedosa manera de entender los cómics. Su principal fuente de inspiración provenía de rincones no habituales, como era el manga, en un momento en el que el público americano comenzaba a ser deslumbrado por animes como Akira, Sailor Moon, Ranma ½, Robotech (otro gran exponente del amerimanga, contando con adaptaciones varias al cómic. En la última intentona por revitalizarlo por parte de Titan Comics se contó con Brian Wood) o Ghost in the Shell.
Estas influencias externas en lugar de asumirlas como algo ajeno y distinto, se llevó a cabo un proceso de apropiación de elementos que no encajaban ni con cola. Se destruyó todo aquello que hacía el manga, manda: traicionar su ritmo de publicación, su ideología, sus formatos… Todo ello para hacerlo a la manera americana dando como resultados comics híbridos que, por pura extrañeza de los resultados, vale la pena echar un vistazo a algunos de sus títulos. En lugar de ser los americanos que se adaptaron a las formas niponas, ellos intentaron amoldar algo tan arraigado en la cultura japonesa a su manera de hacer.
Fue en Antarctic Press donde Dunn publicaría algunos títulos y autores emblemáticos de este movimiento artístico. Con una más que evidente búsqueda de cierto erotismo baratillo ahí comenzó su andadura artista como Fred Perry o Jospeh Wright. Pero Dunn, como fundador y editor, tuvo mucho peso, dado que estuvo implicado en la parte creativa de algunas de las series que más beneficios dio a la editorial de San Antonio.
El hecho de que la viabilidad de esta editorial con un estilo tan marcado, hizo que Marvel viese ciertas posibilidades a este tipo de contenido. Por ello, a principios de siglo contactó con Ben Dunn para que supervisase toda su línea del denominado mangaverso. En ella se buscaba hacer versiones amerimanga de todo su universo. Fue un plan ambicioso y valiente, debido a la cantidad de dramáticos cambios que hicieron a sus grandes iconos (poner a personajes en mechas, rediseño de personajes y de sus orígenes…). Aunque fuera con la mentalidad de readaptarse a un nuevo tipo de lector, este proyecto no tuvo una buena acogida y el experimento duró solo un año.
A lo largo del tiempo, la editorial aceptó publicar a otros autores con propuestas estilísticas distintas. Testigo de ello fue el propio el propio Dunn cuando dio las primeras oportunidades a un primerizo, aunque igualmente impactante, Esad Ribic, llegando a trabajar en el spin of de Warrior Nun, Frenzy. Tal vez sea, de esta franquicia, la miniserie más estimulante visualmente. Supone una rara avis porque es de las pocas excepciones de la continuidad visual, de la que Dunn es el principal responsable.
Ya poniendo el foco en Warrior Nun cabe destacar que nace como un spin of del mayor éxito editorial de Antarctic Press: Ninja High School. En esa serie se presentó a un cura con habilidades mágicas y al autor le pareció tan interesante que merecía la pena explorarlo por otras vías. Así nació esta franquicia en 1994.
Dunn también tomó inspiración de su educación católica y de un artículo reflexionando acerca de las distintas religiosidades que tenían los superhéroes de las dos grandes editoriales. Ello le llevó a pensar a que tendría cabida esta mezcla pasadas por su filtro.
Como era de esperar, este trabajo solo puede ser enmarcado dentro del subgénero nunsplotation y eso llevó a que recibiera no pocas críticas por parte de organismos eclesiásticos que interpretaron este cómic como una afrenta a sus sentimientos religiosos y a la institución. A su vez, tampoco interpretaron de buen grado el nivel de sexualización del cuerpo femenino y menos del de las monjas.
Toda esa controversia también alimentó el interés de los lectores y benefició la serie que ha tenido diversas miniseries llegando a contar hasta con un Steve Englehart, que venía rebotado de Marvel. Tal vez su miniserie, Scorpio Rose, de 1996, fuera la primera que tenía mayor poso y ponía en valor y continuidad historias anteriores de Warrior Nun que, hasta el momento, no habían sido particularmente memorables.
Esto no fue lo único significativo que permite ver el impacto que pudo tener esta serie, ya que llegó a contar con diversos crossovers, siendo el más importante el que coprotagonizó con Glory, personaje de ese «genio» incomprendido conocido como Rob Liefeld.
Areala fue la primera encarnación y a través de ella se nos presentó el mundo: una orden católica dependiente del Vaticano dedicada a la lucha contra las fuerzas demoníacas. Esta orden tiene su base en las invasiones vikingas no deja de ser una excusa para hacer un freak show de curas y monjas superheroicos ultramusculados, ellos, y voluptuosas, ellas (como mandan los cánones de la época). Este personaje es requerido por la orden porque tiene conexión con un ángel que puede ser clave para una amenaza que, bajo las órdenes de un satán a través de una pantalla de ordenador, pretende invocar a demonios para desencadenar el apocalipsis. Es una premisa muy sencilla y clara que le permitió lanzar observaciones del poder que tiene el Estado Vaticano y su influencia sobre las personas y el devenir del mundo, a la vez que al ser un mundo tan amplio, le permitió contar con diversos spin of, como el mencionado Frenzy.
El más reciente nació el año pasado y pasó sin pena ni gloria. Nun Warrior Dora trató de adaptar el concepto al lector contemporáneo, desterró del todo el amerimanga erótico de los orígenes, trasladó a la época medieval la narrativa y buscó sacar rédito de la serie que iba a estrenarse. Sin embargo, la creación digital de Pat Shand y de Daniel Gete para Avatar Press no logró sus objetivos y no ha vuelto a tener continuidad.
Parte de las cosas redimibles de esta propuesta son los juegos referenciales con el manga para el lector (en el desfile de personajes hay muchos híbridos católicos de elementos presentes en Marvel o DC o de otras franquicias de manga) y el hecho de que no se tome en serio a sí misma o pretenda ser más de lo que es. Sabe perfectamente que no se puede lanzar tampoco algo demasiado serio con una premisa tan excéntrica.
El hecho de adaptar este cómic al medio audiovisual no es nuevo. Ben Dunn, que ya ha trabajado como artista conceptual en A Skanner Darkly, vendió los derechos para hacer una película que iba a ser dirigido por Antti-Jussi Annila, con implicación del propio Dunn a la hora de hacer ese trabajo de arte conceptual. Al igual que un proyecto de lanzar un anime, también truncado. Todo eso cambió cuando Netflix adquirió los derechos.
No se puede decir que Warrior Nun sea un buen cómic. De hecho, ha quedado completamente sepultado. Ni siquiera Netflix está promocionando esta serie como una adaptación del cómic. Pero es uno al que vale la pena prestar atención para reflexionar acerca del amerimanga que fue algo significativo en su momento, para bien o para mal. Algunos supervivientes como Madureira, J. Scott Campbell o Humberto Ramos tienen, de hecho, un envidiable prestigio.
Warrior Nun es un producto muy de su época que, de hecho, tuvo bastante recorrido y aceptación. Veremos si la serie rodada en España (y con presencia de Tristán Ulloa), haciendo borrón y cuenta nueva alejándose de sus raíces, puede decir lo mismo.