25 de Años de La Era de Apocalipsis, el crossover definitivo de los X-Men.

En 2020 se cumple un cuarto de siglo de la publicación de uno de los grandes crossovers de la historia de Marvel. En 1995 aterrizó en las mesas de novedades La Era de Apocalipsis, una historia que, a pesar de despertar sensaciones y opiniones encontradas, constituye uno de los grandes hitos del cómic de superhéroes.

Hemos venido a ayudar en todo lo que podamos. Todo lo que somos… Todo lo que podemos ser… Se lo debemos al hombre que engendró a David Haller… y los riesgos que podamos correr hoy los correremos orgullosos en su nombre, afirma Tormenta al llegar a Israel, capitaneando un equipo de La Patrulla X del que también forman parte Jean Grey, Mariposa Mental, el Hombre de Hielo y Bishop. El discurso de Ororo, escrito por Mark Waid, anticipa el tono trágico y épico que iba a atravesar La Era de Apocalipsis, un crossover concebido para pasar a la posteridad que arrancaba con un breve arco argumental, Búsqueda de Legión, publicado a finales de 1994 y principios de 1995.

El equipo de Tormenta aterriza en Israel para dar caza al hijo esquizofrénico de Charles Xavier, un poderoso e inestable mutante que planea viajar al pasado para asesinar a Magneto. Desde su perspectiva futura, Legion culpa al señor del magnetismo del fracaso de su padre al tender puentes entre humanos y mutantes, y con su asesinato pretende suturar la herida abierta entre ambas sociedades. El comando de La Patrulla X destinado a Oriente Medio no logra impedir que Legion viaje en el tiempo. Sin embargo, en el momento crucial, el Profesor X del pasado, el que todavía no había fundado La Patrulla X, se interpondrá entre su hijo y su amigo, sacrificará su vida por la de Magneto y propiciará que la historia desemboque en un futuro mucho más oscuro y violento. La muerte de Xavier en Haifa motivará que el mutante inmortal Apocalipsis se alce una década antes de lo previsto para conquistar el mundo y someterlo a una tiranía mutante y eugenésica; al fin de todo lo que existe, advierten los Vigilantes. A partir de esta premisa, La Era de Apocalipsis narra un futuro alternativo en que Magneto recoge el testigo de su buen amigo y organiza a los mutantes para resistir a En Sabah Nur y dar tiempo al comando que tiene como objetivo restablecer el pasado, evitando la muerte de Xavier y el triunfo del Mal.

Veinticinco años han pasado ya desde la publicación de uno de esos grandes eventos que vinieron a transformar el Universo Marvel. Aunque lo transformase sólo un ratito, en términos argumentales. La Era de Apocalipsis sacudió a Charles Xavier y su Patrulla X, los expuso a un nuevo escenario. Leímos a Magneto fundar La Patrulla X inspirado por el sueño de su amigo en el que nunca había creído o al siempre conciliador Hank McCoy transmutado en un sádico que puso su intelecto al servicio del villano. Sin embargo, dos décadas y media más tarde, en los cómics de los X-Men sigue rigiendo un statu quo bastante parecido al previo a la saga y, si buscamos su impronta debemos atender a otros aspectos.

A determinadas alturas de la película, el lector de cómics de superhéroes ha aprendido que los cambios dramáticos suelen ser temporales. Ya no es sólo que cuando asistimos a la muerte de un personaje relevante lo hagamos sabiendo que es reversible, sino que tampoco los cambios de roles o los traspasos de manto nos los planteamos como definitivos. Ante esta realidad, existen dos posturas. La de una corriente de lectores que suspiraba porque Dick Grayson se asentase definitivamente como Batman, quizá los mismos que lamentan que Peter Parker haya retrocedido al estereotipo del justiciero jovenzuelo en El asombroso Spiderman de Nick Spencer. Y la de los que cuando abren un tebeo de Batman esperan ver a Bruce Wayne bajo la máscara o que Los 4 Fantásticos sean Reed, Sue, Johnny y Ben, y que Hulka o Medusa se pasen solo a tomar el té. Son dos formas igualmente legítimas de afrontar el hecho narrativo de los cómics de superhéroes.

Marvel y DC parecen tener claro que en su masa de lectores hay más de los segundos que de los primeros. Resulta complicado pensar en una muerte de un personaje realmente importante de cualquiera de los dos sellos que haya sido definitiva, por ejemplo. Y aunque puede ser enojante para algunos, tal vez sea más operativo eliminar este reproche de la ecuación cuando leemos uno de esos eventos que vienen a cambiar de arriba abajo el universo. En tanto que la reversibilidad de lo irreversible forma parte estructural de la Casa de las Ideas y de la Distinguida Competencia, y no hay visos de que vaya a dejar de hacerlo, cuando uno sostiene uno de sus cómics, creer que no hay vuelta atrás el drama que nos estén contando ese mes debería formar parte del pacto narrativo.

Los dos sellos gestionan personajes que, en muchos casos, han trascendido esa condición para convertirse en iconos, arquetipos equiparables a los que hallamos en cualquier mitología, y una transformación radical de sus atributos, de su estructura, de su contexto, nos situaría ante otra cosa. Podemos cambiarle el traje una temporada, la novia o el peinado, pero para que Spiderman sea Spiderman hay algunas cosas que no pueden transformarse de forma definitiva. Así que si se trata de un cómic que nos narra la muerte de Lobezno, si ya sabemos que el mutante canadiense regresará tarde o temprano, de la misma forma que sabemos que los buenos siempre ganan, sería más estimulante leerlo sin proyectarnos más allá del propio tebeo, entregarnos a la historia y emocionarnos si el guionista y el dibujante tienen el talento como para movernos a ello. La lectura de La Era de Apocalipsis resulta mucho más frustrante si uno no deja de pensar que, por supuesto, que Charles Xavier volverá y será el fundador de La Patrulla X. Por otra parte, salvo que uno los esté estudiando, ¿qué sentido tiene leer cómics de ese modo?

Además de que el impacto metaliterario de un argumento y un desarrollo grandiosos no se corresponda con su magnitud y la intensidad con la que lo leímos, también es probable que el lector se admita que la Era de Apocalipsis pareció mucho mejor porque emergió en mitad del despropósito que eran los cómics de superhéroes en la década de los noventa. Con todo, ahora que Dinastía de X y Potencias de X de Jonathan Hickman parecen afirmarse como el hito más reciente en la historia de los mutantes de Marvel, que aplaudimos una nueva reedición de los Nuevos X-Men de Grant Morrison y suspiramos como adolescentes enamorados al pensar en el Factor-X de Peter David, si echamos la vista un poco más atrás, parece que la narración de (sobre todo) Scott Lobdell, Fabian Nicieza y Mark Waid se ha asentado como una de las etapas imprescindibles del itinerario de lecturas mutantes. Entonces, si no se trata de una obra que marcase definitivamente a los personajes involucrados, ni parece estar a la altura de otras con las que se la emparenta, cabe preguntarse por qué este crossover sigue tan presente en las preferencias de los lectores o por qué ha influido de manera evidente a destacados autores como Brian Michael Bendis (sin este evento, probablemente no hubiese escrito Dinastía de M o La era de Ultrón).

En los noventa, esta clase de historias de distorsiones temporales eran casi tan poco innovadoras como ahora. Regreso al futuro se había estrenado en 1985 y Doctor Who se había estrenado a finales de 1963. Cualquier lector aficionado a la ciencia ficción sabía que si viajaba en el tiempo debía procurar no alternar nada, y que el aleteo de una mariposa en Kuala Lumpur podía provocar un terremoto en Calahorra. Sin embargo, la ambición en el planteamiento narrativo y editorial de La Era de Apocalipsis la inscribe entre las grandes obras de este subgénero.

Tanto los movimientos efectuados en los despachos, como a través de lo que leíamos en sus páginas, se nos comunicaba que no estábamos frente a un What if…?, sino ante una historia más grande que la vida: el crossover se alargó durante más de un año, afectó a todos los personajes y series mutantes, se apostó por un cambio de título de las cabeceras que las ubicaba en el futuro distópico al que se habían visto arrastrados los protagonistas, y trabajaron en él varias decenas de escritores e ilustradores de primer nivel, desde los ya citados Lobdell, Nicieza y Waid, hasta Carlos Pacheco y Salvador Larroca, pasando por un joven Chris Bachalo, los hermanos Kubert, Steve Epting, Warren Ellis, Jeph Loeb… Con todos estos recursos puestos al servicio de conferir intensidad de la historia, solo la resistencia del lector a participar del pacto narrativo podía hacer que La Era de Apocalipsis transmitiese una sensación de intrascendencia.

La audacia de la Casa de las Ideas en el planteamiento editorial y comercial del crossover se corresponde con la pretensión dramática de la obra. Si bien es cierto que las múltiples ramificaciones de la historia y su extensión hacen inevitable que la tensión narrativa no pueda mantenerse siempre en todo lo alto, el tono general es el de las grandes sagas épicas. Los mutantes aquí son Frodo y Sam de camino al Monte del Destino, mientras Aragorn y los demás intentan ganar tiempo para ellos; Luke Skywalker y la Resistencia en su cruzada contra el Imperio. A través de sus acciones y, especialmente, de sus diálogos, los protagonistas se muestran conscientes de la trascendencia de su empresa. Así, en ocasiones, caen en la afectación que marcaba buena parte del cómic pijamero de la década, pero también se afirman en algunos intercambios memorables, de esos que ponen la piel de gallina al que es viejo amigo de los protagonistas. Por ejemplo: Magneto, escrito por Nicieza y dibujado por Andy Kubert, frente a la tumba del malogrado Xavier (cuyo epitafio reza: Todo sueño que valga la pena tener es un sueño por el que vale la pena luchar) preguntándose qué habría pensado su amigo de haber sabido el coste humano de perseverar en su ideal, afirmando que está dispuesto a sacrificar todo lo que ama por salvar a la realidad de su enemigo justo antes de enfrentarse uno a uno contra el villano.

En este sentido, los arquitectos de La Era de Apocalipsis demuestran también una pericia especial trufando el desarrollo de la trama de elementos reconocibles por el aficionado, y concediéndole protagonismo a miembros del reparto mutante que llevaban tiempo sin aparecer por las viñetas. Pero el encaje en la tradición mutante de Marvel no se limita a anclar el evento en momentos míticos de la serie, o deslizarlos en forma de guiño.

Incluso aunque los dibujantes que desfilan por el cómic están impregnados del exceso gráfico de los noventa y La Era de Apocalipsis está aquejada por la tendencia al desbarre cienciaficcionero, la expresión hiperbólica, y la sobreabundancia de héroes vigoréxicos embutidos en trajes llenos de bolsillitos y faltriqueras, la saga recupera también la reivindicación antirracista inherente a las series mutantes. Como Philip K. Dick en El hombre en el castillo, la trama de Lobdell sitúa la acción en una distopía en la que (la versión mutante de) los nazis han vencido. Los hombres y mujeres X son una vez más la resistencia a un poder, el de En Sabah Nur, que es ejercido desde la discriminación, que establece por enésima vez el “Ellos contra Nosotros” que constituye la antítesis del sueño de Charles Xavier. Se enfrentaban una vez más la xenofobia y el darwinismo mal entendido, representados por Apocalipsis, contra la ética levinasiana de los mutantes inspirados por el Profesor X; los héroes que asumen que son responsables del Otro desde el instante en que lo miran a los ojos. Y esa esencia, grabada por el patriarca Claremont en la frente de arcilla de sus gólems superheroicos, en los noventa no estaba tan presente.

Precisamente el antagonista temible y sin redención posible (aunque veinticinco años después Hickman y Tini Howard hayan venido a enmendar la plana –ya sabemos que Hickman prioriza el argumento sobre la esencia de los personajes) es el tercer pilar sobre el que se asienta la épica del crossover. Estamos hartos de leer que si Batman y Spiderman son dos de los personajes más populares de la historia del cómic es porque cuentan con las mejores galerías de villanos del medio. Es cierto que, en cualquier medio, la adversidad a la que se enfrenta da la medida del héroe, y en La Era de Apocalipsis tanto el enemigo al que debe enfrentarse La Patrulla X es terrible. Apocalipsis es el villano definitivo, el omega de los mutis, y aunque su caracterización no excele por la construcción del personaje, que no es especialmente rico en matices, si lo hace por la solidez de su naturaleza monolítica y racionalmente malvada y por la crueldad a la que sería sometido el mundo si venciese; algo que Lobdell, Nicieza y Waid nos muestran hábilmente en un horizonte que se intuye como no demasiado lejano. Como todo villano grandioso, desde Sauron al Emperador Palpatine, acorrala a los héroes y los asoma al precipicio de la derrota, y sólo la obstinación de los mutantes en el ideal de Xavier, en el Bien, les permite resistir y vencer.

Movilización de recursos y riesgo editorial, un guion capaz de sonar trascendente o épico en el momento preciso, dosis (no siempre bien medidas) de fan service, el adversario definitivo y la lealtad a la esencia ideológica de la franquicia explican por qué veinticinco años después de su publicación recordamos La Era de Apocalipsis como una de las mejores sagas mutantes, a pesar de que ni transformó para siempre la franquicia, ni fue un cómic con el calado conceptual de los Nuevos X-Men de Morrison, o el refinamiento literario de Potencias de X y Dinastía de X de Hickman. En resumidas cuentas, porque logró emocionarnos.