Han pasado seis años desde que Bella Muerte irrumpiera en el mercado. Es una obra que marcó a más de un lector puesto que se quedaron impresionados por lo que es capaz de hacer Emma Ríos. Sumado a eso a una premisa muy inteligente, exigente y poética que deslumbró a un mercado tendente a lanzar productos con otras motivaciones y a inventar y desarrollar una mitología muy particular, se logró alcanzar a los lectores quedando como una pieza de culto.
Ha habido que esperar cerca de cuatro años a que el tándem creativo formado por Kelly Sue DeConnick y Emma Ríos pudieran volver a este universo. Como es lógico las expectativas no podían ser más grandes. Más teniendo en cuenta que la premisa iría unida a la formación del sistema de estudios de Hollywood.
Tras una revisión del western digna de Johnny Guitar o de enfangarse en la refriega de la Primera Guerra Mundial, esta vez la historia de ambienta en un momento en el que la creación de la industria cinematográfica estaba en proceso. Cuando parecía que todo era posible y un nuevo mundo comenzaba a existir.

Los sueños masivos en forma de fotogramas por detrás y consiguieron dejar fuera de plano a más de una pesadilla. Y es precisamente donde decide poner el foco Bella Muerte: la Rata: en el ambiente corrupto y misterioso de Los Angeles (que algunos dirían que es incluso dirían que, a pesar de estar oculta, es la verdadera esencia de esa ciudad). El protagonista es un vidente cuya sobrina desaparece e invocará a la heredera de la muerte para ayudarle a encontrarle. Para hacerlo tendrán, al igual que en el mejor cine y literatura noir y pulp (que son los géneros que buscan redefinir y pasar por el filtro de la serie) y embarcan a los personajes en un viaje a las entrañas de esa industria tan conciliadora y necesaria como destructora e implacable.
A pesar de ser un constante juego metalingüístico, en el que se prima pues dotar de cierto lirismo al texto, sigue una estructura de cuento de hadas. Hay una princesa a la que rescatar, pruebas por las que pasar y todo ello se presenta de forma inmediata. Normalmente, este tipo de propuestas suelen terminar en un pastiche de referencias vacías. Sin embargo, lo que aquí se tiene es una integración constante de la trama (además de que son hechas a modo de café para los muy cafeteros), con lo que son manejadas con cierta sutilidad y de un modo a favor de la historia y del modo que quiere ser contada. No es un modo de que el lector vea con mejores ojos una historia mala o una herramienta de venta, al contrario. Y aunque así fuese, ¿Qué ciudad hay más metalingüística que la ciudad generadora de películas por excelencia?
Este libro de la influencia clarísima del cine negro y de la literatura. Por sus páginas no es difícil encontrarse el espíritu de Philip Marlowe investigando chanchullos de los que sería mejor no saber nada. De hecho, está ligeramente basado en el escándalo de Fats Arbunkle con trazas que pueden recordar al inconcluso caso de la dalia negra. O, incluso, también hacen acto de aparición las escenografías megalómanas de Busby Berkeley. Las autoras son bien conocedoras de ello y tienen el bagaje suficiente como para hacer muy efectiva este revisionismo. La estética inolvidable de esa época encaja perfectamente con este mundo, que parece tener el objetivo de desmitificar y pasar por lecturas feministas a periodos históricos y a géneros eminentemente masculinos, si no machistas. Pero lo hacen con un respeto hacia las obras que referencias, no con ánimos de destrucción por no pasar el filtro de los estándares y exigencias actuales.
Pero es que también tienen tiempo de hacer avanzar la trama más metafísica. Se adentran más profundamente en el mundo de las “diosas” y en el modo que tiene una acción directa sobre el devenir de la humanidad. Las reglas de este universo recuerdan vagamente a las de The Sandman, pero funciona en sus propios términos. Han creado un mundo con unas señas de identidad marcadas de la nada. Y es uno muy consistente que permite variedad de historias y ambientes.

El talento de Emma Ríos está fuera de toda duda. No en vano es una de las artistas más solicitadas de la industria, algo ganado a base de trabajo duro. Bella Muerte es uno de esos proyectos que tocan de cerca al artista, al ser una creación propia. Y eso se nota en el nivel de implicación creativa y visual. Es para estar admirando cada página durante horas. Cuenta de un modo que nadie en la industria americana es capaz de hacer ahora mismo Un trabajo impresionante de composición de página, de tomar elementos de distintos medios para fortalecer la narración. Una fuera de serie en estado de gracia que no duda en superarse a sí misma constantemente.
Emma Ríos ha conseguido este año ser nominada al Eisner por su trabajo como portadista. A nadie debería sorprenderle puesto que son de un atractivo indiscutible. Logra poner un punto diferencial respecto a los dos anteriores volúmenes ya que los personajes están entintados completamente negros, en contraste de los colores de fondo. Además, cumplen la función de ser totalmente sugerentes, de condensar todo lo que se va a producir en el número y de contar algo en sí mismo. Y lo hace siendo minimalista y simbólica.
Bella Muerte: La Rata es un trabajo del que se puede aprender mucho. Que va mucho más allá. Siempre se busca cosas nuevas sobre la mesa. Si hay que pensar qué hace que el cómic sea atractivo con el cómic, Bella Muerte lo tiene todo.
Título: Bella Muerte 3. La Rata |
Guión: Kelly Sue DeConnick |
Dibujo: Emma Ríos |
Color: Jordie Bellaire |
Edición Nacional: Astiberri |
Edición original: Image Comics |
Formato: Tomo cartoné de 160 páginas a color |
Precio: 18 € |