Cuando Daredevil se llamaba Dan Defensor (y un editor español le cambiaba las viñetas de sitio a Gene Colan)

Para la mayoría de lectores de cómic nacidos después de 1990, Vértice es una especie de criatura mitológica. Han oído hablar de la editorial y forma parte de su imaginario de manera más o menos difusa, pero nunca han acariciado el lomo de una de sus publicaciones, salvo en el caso de los además de leer, coleccionan. Escrito por uno de los clásicos de la divulgación del cómic en nuestro país, Alfons Moliné, Cuando Daredevil se llamaba Dan Defensor (Diábolo, 2020) viene a explicarnos a veinteañeros y treintañeros cómo a través de aquel sello ya mítico desembarcaron en España Los 4 Fantásticos y compañía, y a azuzar la nostalgia de quienes descubrieron a Spiderman en uno de aquellos tomos con portada de Rafael López Espí.

El libro arranca ofreciendo un sucinto retrato del contexto en que José Torra decidió crear Vértice y una nota histórica sobre sus orígenes. La editorial, a la que reconoce el mérito de haber traído los cómics de superhéroes de Marvel a nuestro país citando a profesionales del medio como Alejandro Martínez Viturtia o Cels Piñol, fue creada en 1963 como continuación o transformación de Cénit Ediciones, un sello especializado en los bolsilibros de ciencia ficción y que llegó a publicar a Isaac Asimov o Philip K. Dick antes de tener que echar el cierre en 1963. En ese mismo año, Torra compró tanto la estructura editorial como la de distribución de Cénit, la renombró como Vértice y reanudó la actividad.

El catálogo de Vértice, la inconstancia de los criterios y, sobre todo, la arbitrariedad en la forma de editar hacen intuir lo que el libro constata en palabras de uno de sus colaboradores, el ilustrador López Espí: que Torra era un empresario antes que un editor, y que su prioridad era el rendimiento económico. Las críticas a la editorial se suceden en el libro, hasta el punto de interrogarse sobre por qué un trabajo tan mal hecho ha alcanzado la condición de mito entre los lectores de tebeos.

La descripción del momento histórico no es sólo necesario para comprender la singular andadura de la editorial (especialmente entendiendo que buena parte de la masa lectora de cómics no vivieron en la década de 1960), sino que es uno de los aspectos más interesantes del trabajo de Moliné y en el que, por desgracia, no ahonda. Nacido y educado en democracia, uno puede llegar a preguntarse cómo fue posible que la censura franquista permitiese que se publicasen en España las aventuras del héroe que le había atizado un puñetazo a Hitler, sumando esfuerzos desde las viñetas para convencer a la opinión pública estadounidense de que el fascismo era el enemigo a combatir y que debían tomar parte en una guerra, en el bando contrario al que estaba el dictador. Cuando Daredevil se llamaba Dan Defensor no ofrece respuesta a un interrogante que parece fundamental si uno se propone explicar el relato de la implantación de los cómics de superhéroes de Marvel en España.

Es Antonio Martín quien, en su prólogo, ofrece alguna pincelada sobre la forma en que la Dirección General de Prensa del Ministerio de Información y Turismo incidió en el mercado del tebeo español durante el franquismo. Cuenta Martín, por ejemplo, que en la década de 1960 la censura recrudeció sus criterios, volviendo a los estándares de la postguerra tras haberse relajado en 1950. Y explica también cómo fue la censura la que generó la oportunidad de mercado que aprovecharía Vértice cuando, en 1964, prohibió la distribución de las ediciones mexicanas de DC Cómics, producidas y distribuidas por Novaro. Y cómo el lema para adultos impreso en las portadas era una prevención por parte de los editores, a pesar de que eran plenamente conscientes de que sus lectores potenciales eran adolescentes.

En este aspecto, el libro ofrece un contenido insuficiente. No porque el que incluye presente errores o sea inexacto, sino porque la información que brinda al lector sugiere una profundidad mucho mayor y su lectura genera frustración al no profundizar en las implicaciones y el significado del surgimiento de Vértice o en la publicación de contenidos como Spiderman o La Patrulla X en la España de la dictadura. La investigación de Moliné suscita preguntas interesantísimas que su texto esquiva, a pesar de que el autor evidencia una inmersión total en el objeto de estudio. Recopila una cantidad encomiable de información, pero ahí se detiene. Ya no sólo se trata de que en un trabajo de este tipo parezca necesario que el autor se pare a intentar entender cómo pudieron pasársele por alto a la censura las connotaciones ideológicas del Capitán América (otros cronistas ya han desnudado a los censores, revelándolos casi como analfabetos funcionales o burócratas sin interés por su trabajo), sino de ahondar en la recepción, en la forma en que los jóvenes españoles percibían a aquel grupo de raritos con poderes perseguidos y odiados por la sociedad a la que habían jurado proteger, por ejemplo. O de qué manera el concepto de responsabilidad cívica y de libertad de la sociedad norteamericana posterior a la Segunda Guerra Mundial impactaba en las mentes de quienes estaban sometidos por el yugo franquista.

Quizá, como argumenta su autor y se explica también en el prólogo, algunas de las lagunas del contexto se deban a que la documentación sobre Vértice es escasa y porque sus artífices fallecieron antes de que nadie pensase en elaborar un libro como éste. Y aunque resulte algo frustrante, porque el propio texto las sugiere, es posible que el libro esquive algunas de estas importantes preguntas porque su autor lo haya concebido como aproximación y legue esa tarea a investigadores que quieran caminar más allá por el camino que Moliné ha empezado a desbrozar.

Rendidas las cuentas sobre el contexto histórico, el volumen se ocupa de documentar las colecciones publicadas por el sello y es aquí donde brilla el trabajo de Moliné. Quizá sea más preciso definir el libro como catálogo antes que como ensayo, ya que es en la exhaustividad (más, no tratándose de una obra académica) con la que glosa las publicaciones de Vértice donde encontramos el valor de Cuando Daredevil se llamaba Dan Defensor. El volumen consigna una a una las cabeceras que publicó Torra, ofrece su cronología y el número de volúmenes que se editaron, e incluso da algunas cifras de las tiradas de impresión. Así, se convierte en una herramienta útil y de consulta recomendada para cualquier autor que en el futuro se plantee retomar el relato de la historia de Vértice y reconstruir alguna porción más, aunque también en su faceta cataloguística se echa de menos más ambición. De cada serie, Moliné explica cuándo comenzó a publicarse en nuestro país y cuántos volúmenes llegaron a los quioscos, sin embargo, no precisa el contenido de los mismos, pero sí se entretiene en explicar información que cualquier lector que sienta interés por el libro ya conocerá, como que La Masa era el verdoso y gigantesco ser en el que se convirtió el Dr. Bruce Banner tras ser expuesto a los rayos gamma o que el Hombre de Hierro es el alter ego del magnate empresarial Tony Stark, quien ideó su armadura mecanizada (…) después de haber sufrido una grave lesión en el pecho.

Más luce el texto de Moliné cuando se ocupa de personajes más desconocidos por el gran público, como Tenax, de las variaciones del formato y sus posibles causas, o de ofrecer notas biográficas sobre los colaboradores españoles del sello, como el ilustrador Tonet Vila o los traductores Fernando Sesén y Salvador Dulcet. Las consideraciones de otros profesionales del sector del cómic que se trenzan en el texto añaden valor en tanto que introducen testimonios directos de lo que se está historiando, e incluso lo hacen permeable a opiniones opuestas a las del autor.

También es un acierto que Moliné decida ocuparse de fijar en tinta sobre papel los despropósitos editoriales perpetrados por el equipo de Vértice. Lo que es explicado casi en clave de anécdota y con el ánimo explícito de desmitificar, forma parte también del relato histórico de la edición del cómic en nuestro país. Las chapuzas made in Vértice incluyen deformaciones de las viñetas o alteración de su orden, mutilación de los contenidos, traducciones pésimas… que denotaban la falta de preparación del equipo y la ausencia de respeto por los contenidos que ofrecían al público. El libro encara algunas páginas dela edición original de Marvel con la española de Vértice para que el lector pueda apreciar la magnitud de la tragedia, de un ejemplo de cómo no debe editarse un cómic, sentencia Moliné.

Con todo, si la lectura de Cuando Daredevil se llamaba Dan Defensor puede resultar algo tibia, es necesario decir que la cantidad de material gráfico que incluye y la calidad con que se reproduce actúan como contrapeso. Editado en tapa dura, e impreso a color sobre papel satinado, el libro recopila más de un centenar de portadas, páginas interiores e imágenes promocionales relacionadas con las publicaciones de Vértice. De la misma forma que el apéndice final, en el que se ofrece una relación completa de las publicaciones, convierte el libro en un objeto de consulta, el material gráfico hará las delicias tanto de los nostálgicos como de esa generación para la que Vértice ha sido, hasta ahora, una especie de hipogrifo o unicornio.