La fama hoy en día es el motor que mueve a muchos. Hasta el nivel que puede llegar a desgastar. Porque es una forma de ostentar poder en un mundo en el que se ha comprado la narrativa que todo el mundo es especial y que no solo se puede aspirar, si no que se merece todo aquello que se proponga. Lo que no se suele escuchar es que muchas veces eso conduce a callejones sin salida y a una inevitable frustración. Y, como eso hace que la mayoría se vea incapaz, admira profundamente a quienes sí lo logran. Y, además, estos suelen vender una historia heroica y edulcorada de su ascenso que, de nuevo, no son pocos los que prefieren creerla.
¿En qué se diferencia eso de las creencias religiosas? Pues poco. Al fin y al cabo, ambos son un pensamiento totalmente irracional de quien prefiere una mentira cómoda a la cruda realidad. Y, por mucho que vivan en una sociedad occidental mayoritariamente tendente hacia el ateísmo, se ha sustituido unas creencias por otras. Llámese relatos políticos. Llámese superhéroes. Llámese pseudopsicología. Llámese magufadas varias. Llámese estrellas del cine o de la música.
Es una tesis muy potente que te hace sentir como si salieras de la caverna platónica. Y Kieron Gillen, como enciclopédico archivista de la cultura popular (como se puede comprobar en la tormenta constante de referencias), debe de haber reflexionado alrededor de esa idea en el desarrollo de esta creación. Si ya hizo (junto su leal compañero creativo, Jamie McKelvie) una oda mágica y magnífica al britpop en ese cómic criminalmente desconocido que es Phonogram, en The Wicked and the Divine (o como lo llaman ellos, thewicdiv) explotan todas las obsesiones de este autor británico. Pero lo hace a mayor escala y ambición. No es un tonteo con la magia, es una inmersión en el pensamiento occidental y una metáfora del funcionamiento de las industrias culturales, como lugar lleno de ratas que la gente ha decido ver como un recipiente de la esperanza.
Aunque el concepto es deudor del acercamiento a la mitología realizado por Neil Gaiman en piezas como The Sandman o American Gods, logra distanciarse de los pasos tomados por el creador de Coraline. Mientras que este se interesó por la parte intangible de los impulsos que controlan y de la naturaleza de las historias, el escritor de Die opta por un enfoque más juguetón y divertido.
Los dioses de The Wicked and the Divine son famosos. ¿O es que nunca habéis llegado a pensar que X mito erótico personal de ustedes es, simplemente, un ser de luz totalmente perfecto? Es más, hasta los más iconoclastas, siempre tienen a una persona que, de estar en su presencia, poco menos que se arrodillarían con toda la sumisión del mundo, como se hacía lo propio en la Grecia clásica ante las estatuas de sus dioses.
Aparte del fondo, Gillen es un constructor de historias de primera categoría. Al contrario que otros compañeros suyos, no dejan todo a la improvisación ni se nota que sea particularmente estructuralista. Parece más bien como alguien que parte de una idea pero que se deja llevar, teniendo claro hasta que costa quiere llegar. Se nota que es un proyecto muy personal que está disfrutando plenamente. Se nota en el entusiasmo que destila (al menos desde fuera) cada guion. Es como un niño jugando con una serie de juguetes nuevos y es muy ilusionante.
Los dioses de este guionista, aunque sean muy profanos, posmodernos, prosaicos y tengan que ver más con nuestras celebridades que con la idea que se puede tener de las figuras divinas. Aunque, a poco que se conozca cómo funcionaban las mitologías en las que se inspira, los dioses eran tremendamente arbitrarios, crueles, caprichosos y egoístas. Con lo que, si se establece el paralelismo, se puede caer en la cuenta de que tienen más que ver de lo que parecía a un simple vistazo. Con ello, aunque la serie fluya, se aprecia que las decisiones están tomadas a conciencia y de forma minuciosa. Y ese es un leitmotiv, que claramente, determina hacia dónde dirigir la brújula narrativa.
El tono, por otra parte, también logra un equilibrio muy difícil. Logra ser totalmente excesiva, colorida, pero lo que se cuenta es oscuro y consigue que interesen personajes que, por su naturaleza, son excesivos. Al fin y al cabo, son un panteón de dioses. Pero eso se consigue poniendo en el centro de la historia a Laura Wilson, una chavala como cualquiera otra que se ve envuelta en un mundo extraordinario. En un principio, el punto de vista del lector es el suyo a modo de introducción de un universo con reglas complejas. Sin embargo, a medida que avanza la historia, se va haciendo progresiva y orgánicamente más coral. Y es ahí cuando Gillen quería llegar. Si es un lector que busca una lectura sencilla, puede terminar desesperándose (aunque tampoco es particularmente densa). Pero si se entra dentro del juego y, si se entra muy fácilmente, te llevarán a lugares interesantes.
Pero, aunque sea, en un principio, muy de presentación, eso no quiere decir que sea aburrido ni por asomo. Gillen es alguien que le tiene tomado el pulso dramático y con una carrera más que consolidada. Eso se puede comprobar en el momento en el que se analiza la estructura de los seis tomos disponibles en España. Cada uno de ellos, funciona de forma autónoma, con sus propios puntos de giro (y arrancar con el cliffhanger antológico en el final del primer tomo hace que es imposible que no se quiera seguir. SPOILER: la muerte de Lucifer siempre quedará grabada en la retina del público. Uno de los momentos más sorprendentes del cómic de la última década). Pero se trata de una pieza que deja ver claramente su esqueleto: los dos primeros tomos serían un primer acto (dentro del marco del primer gran arco argumental), en el que hay un repaso a los personajes y a sus problemáticas relaciones. El segundo acto se prolonga al cuarto tomo, en el que suceden una serie que giros que desembocan en un clímax totalmente explosivo en el que hay una serie de revelaciones (como la de la escasa duración vital de nuestros dioses, lo cual añade un plus de urgencia a la narrativa) y de traiciones (la idea de Anaké como antagonista en la sombra está muy bien conducido). Si uno se abstrae de todas las excentricidades y fuegos de artificio, queda una solidísima apuesta por una historia, en cierto sentido, clásica a la que pocas pegas se le puede poner.
Fase Imperial, parte de otro punto muy distinto. Laura ya está al nivel del resto de los dioses, y estos están totalmente perdidos y en busca de nuevas alianzas. Hay cierta sensación de arranque verdadero. El lector ya conoce a los personajes, con lo que la complicidad ya es completa. Se siente un enorme placer al verlos moverse por alianzas incómodas y dar pasos fuera de su zona de confort. Eso a la vez, que se puede permitir indagar y encontrar nuevos matices de aquellos que tenían un papel secundario, haciendo que este universo gane en profundidad. Es el arranque de un nuevo acto, y un lienzo en blanco que muestra la potencialidad y la durabilidad de este universo que sigue siendo igual de fresco que cuando uno se adentra en él.
Otra característica muy actual que también integra es la posibilidad de que cualquier personaje pueda morir en cualquier instante, y que eso sea irreversible. Eso, en historias de largo recorrido, siempre es complicado porque es inevitable llegar a un punto en el que X personaje fallecido vendría bien para desengrasar la historia. A pesar de ello, Gillen es capaz de (por el momento) ser bastante coherente con las decisiones tomadas.
Y, por si fuera poco, este es autor proveniente de la prensa de los videojuegos, donde destacó por ser de los precursores de hacer lecturas al medio más culturales. Pero ese trasfondo se nota en determinados aspectos en esta historia. Donde sale a relucir de forma más clara es en la importancia del diseño y la construcción de un mundo propio que tiene que funcionar y evolucionar de una forma verosímil y coherente. Por otra parte, cuando uno lo lee, no puede sustraer cierta sensación de progresión por niveles que es muy curiosa en cuanto a que no son muy propios de este medio.
Esta es una serie que, aunque tenga todo en su contra a la hora de partir de una ambición muy alta, es de las más satisfactorias del mercado estadounidense. En poco tiempo logró conseguir a un público muy fiel al que todos los implicados se toman muy en serio y logran siempre ser muy satisfactorios y sorprendentes. Todo ello si esa sensación que se puede generar de tomadura de pelo y/o de que esto es un exceso de pretensiones que se traduce en una pérdida de tiempo. The Wicked and the Divine trascenderá como una serie tan renovadora de conceptos que funcionaron muy bien en los noventa como innovadora a la hora de conseguir hacer algo que no se parezca a nada que se haya leído antes.
El dibujo de Jamie McKelvie es simplemente el perfecto para el tipo de historia que se busca contar. Tiene un estilo muy pop que encaja perfectamente. A su vez, es un tipo de contenido que sabe explotar sus virtudes y el dibujante sabe aprovechar todas las oportunidades brindadas para lucirse, que no son pocas. Pero si hay que ponerle un, pero, es que a medida que avanza, parece que se llega a un cierto punto en el que el truco ya no funciona de la misma manera. Si no repite recursos, como las composiciones de las escenas de acción de Dionisios. Son mecanismos que ayudan a dar una entidad propia al personaje a la vez que buscan epatar, pero se podrían encontrar formas más creativas de sorprender más allá de lo reiteración. Al final, llegados al arco Fase Imperial el lector está más conmovido por las sorpresas los giros, y por la empatía hacia los personajes y la curiosidad por el siempre sorprendente devenir que por el componente gráfico. Y no debería ser así (y prueba de ello es el número 23 que se atreve a convertirlo en puro texto periodístico, sin nada de un cómic y, lejos de resultar farragoso, entra como los mejores cómics de este trabajo). McKelvie es un artista con talento fuera de serie, y aquí está muy encima de la media, aunque si se parte de un pico y no se mantiene el nivel, se aprecia una bajada que es esperable que solo sirva para que no tarde en volver a demostrar porque es alguien con las soluciones más creativas de la industria.
Su diseño de personajes merece mención aparte, puesto que entra en un discurso metalingüístico que da mucha información interesante. No es difícil encontrar un alter ego de nuestras estrellas del pop contemporáneo con las de este mundo: hay un Kanye West encarnado en Baal, un Dionisio con aspecto de trapero (siendo este movimiento el más hedonista y desinhibido de la actualidad), un señor de las valquirias que parece un miembro perdido de Daft Punk o una diosa solar que recuerda a Lady Gaga… Y, por supuesto, Lucifer es un Bowie femenino (aspecto que ya logró vislumbrar Mike Carey en su genialidad en forma de serie regular dedicada al rey de los infiernos), como no podía ser de otra manera. Es un trabajo memorable y muy icónico que, aunque el lector haya superado del shock inicial, sigue siendo igual de atractivos que el primer día. Y eso es lo que debe conseguir un dios, ¿no?
La guinda del pastel lo pone los colores espectaculares de un Matt Wilson que también ha entendido las intenciones de este autor y ha aportado muchísimo con sus colores. Sus colores están muy vivos y, aunque sean naturalistas, tienen un componente pop
Las ediciones de Norma Editorial siempre son buenas noticias. A pesar de que ha sido una serie que ha tardado bastante a llegar en España, se ha compensado con unos tomos accesibles, muy cuidados y con multitud de contenido extra muy dispar.
The Wicked and the Divine es un indie imprescindible. Como la mejor sintonía, no se escucha, ni se lee. Se experimenta. Es una lectura que se mete en tu piel y que, como un tatuaje, no te lo puedes quitar. Porque todos quieren ser estrellas, todos quieren tener poder. Pero no todos pueden ser dioses.
Ten cuidado a quien veneras. Te puede matar.
Título: The Wicked+The Divine |
Guión: Kieron Gillen |
Dibujo: Jaime McKelvie |
Color: Matt Wilson |
Edición Nacional: Norma Editorial |
Edición original: Image Comics |
Formato: Cinco tomos rústica de entre 168 y 200 páginas a color |
Precio: Entre 18 € y 19.5€ |