Las complicaciones que se deben afrontar hasta conseguir finalizar cualquier proceso que exige creatividad no es algo de lo que muchas veces es consciente el gran público. No tiene por qué colarse en la cocina para saber que un plato, a su criterio, está bueno. Pero lo cierto es que a la mínima que se indaga un poco, se cae en la cuenta de que cuando un trabajo es notable (no ya perfecto) es una proeza casi milagrosa.
Especialmente es así cuando es un trabajo grupal en el que se deben conjugar distintas sensibilidades e intereses. Es muy fácil caer en la lucha de egos. Y una vez se ha llegado ahí, el ambiente se enturbia llegando a ser irrespirable.
Esta obra es singular desde el momento en el que es un trabajo independiente de Howard Chaykin en el que dibuja guiones de otros. Es habitual en trabajos de encargo, pero no en una obra tan marcadamente libre. El trabajo de guion ha recaído en un Matt Fraction que todavía combinaba este tipo de proyectos con trabajos en Marvel. De lo cual se deduce, aunque estaba a punto de serlo, todavía no era la gran estrella que es hoy.
Tal vez ese sea el motivo por el que el guion de Fraction está muy adaptado al estilo de Chaykin. Hasta tal punto que Satélite Sam puede ser leído como un ensayo de lo que terminaría siendo Hey Kids! Comics!. Al fin y al cabo, es en ambos casos la intención es realizar un repaso antinostálgico y ácido de los procesos creativos.
Aunque, a diferencia de su revisión a la industria del cómic, aquí la atención se focaliza en una época específica: la edad de oro de la retransmisión televisiva. Es un periodo muy mitificado puesto que de él salieron bastantes productos de culto realizados por personas tan talentosas como Sidney Lumet. Además, se producía una competencia entre la industria cinematográfica, focalizada en Los Ángeles, y la televisiva, principalmente neoyorkina que provocó un esfuerzo por parte de ambas en lanzar productos de mayor calidad.
Pero Matt Fraction pone la lupa en los entresijos de ese contexto, a las sombras que produce la iluminación artificial de los focos. Para ello se sirve de una trama muy propio del género negro: el protagonista es un profesional televisivo cuyo padre es una leyenda televisiva por protagonizar la serie Satélite Sam. Sin embargo, el actor fallece y él deberá esclarecer qué ha sucedido para terminar así. Su desarrollo recuerda a obras maestras como Ciudadano Kane o Cautivos del Mal. Se trata de una historia ya recorrida, pero contada de una forma muy satisfactoria y reflexiva.
Pero ese no es el objetivo principal de esta obra. No es un thriller en el que el centro es la resolución de un crimen. Se aspira a un cubismo y da la misma importancia a historias paralelas que se entrecruzan constantemente con la principal. Todo unido por el puesto laboral de los personajes: la industria televisiva. Sin embargo, la visión que se aquí expone es propia de un Mad Men pasado por un filtro todavía menos complaciente.
Lo que aquí se ve es un catálogo de vicios de un ambiente de trabajo que no es nada saludable. Alcohol, tabaco, excesos, sexo enfermizo, drogas, racismo, desprecios constantes, pullas… Y, sobre todo, muchísima presión y estrés por hacer lo mejor que se pueda. Aunque esto choque contra los intereses de otros, que también lo hará todo lo posible para no te salgas con la tuya. Desde luego, viene a representar que tipo de trabajos tan exigentes a todos los niveles son vocacionales por algo. Y aun así no se justifican ni se explican determinados comportamientos.
En cualquier caso, todos los personajes tienen arcos muy distintos que llevan a enfrentarse a conflictos muy diferenciados. Todo ello hace que el lector pueda sentir mayor o menor interés por las distintas subtramas. Pero lo que no se puede negar es que es de una riqueza narrativa indiscutible y que esa diversidad de historias hace que el mundo que aquí se ha creado gane en complejidad, en viveza y en veracidad. Es un cómic que conoce exactamente de lo que quiere hablar, y que logra hacer un retrato social muy preciso e interesante.
El arte corre a cargo del veterano Chaykin y, como en cada uno de sus cómics, da la impresión de que lo ha dado todo. Es un artista con un estilo muy reconocible y al que se le nota un conocimiento envidiable del lenguaje. Todo ello se aprecia en los momentos en los que logra ser impactante con pocos recursos. Y están excelentemente dispuestos, siempre a favor de aportar a través de la conjunción de imágenes y a crear un ambiente a esta historia. Parece ser una conjugación autoconsciente de todos los elementos previos de su obra con el fin de hacer que este cómic muestre una madurez.
Además, en este caso, se ha empleado un recurso que no es habitual en este artista (aunque ya lo empleó en su obra más célebre: Black Kiss): el blanco y negro. Y, al igual que la mencionada, sirve para evocar a tiempos pasados que dan un inevitable aire noir a la estética. A su vez, fortalece el discurso el que se mueva por una gama de grises que recuerdan a las imágenes televisivas de la época. Una decisión muy inteligente que contribuye a la creación de un look muy propio a la par que referencial a esta obra.
Al fin llega esta obra a nuestras estanterías gracias a Dolmen Editorial y la espera ha valido la pena puesto que es un cómic que ha llegado cargadísimo de extras.
Satélite Sam es uno de esos cómics que inexplicablemente no ha tenido toda la repercusión que hubiese merecido. Cada página está tan cargada de genio como de cinismo. Una pieza inaudita que hará que la próxima vez que enciendas la tele no la veas de la misma manera.
Título: Satélite Sam |
Guión: Matt Fraction |
Dibujo y color: Howard Chaykin |
Edición Nacional: Dolmen Editorial |
Edición original: Image Comics |
Formato: Cartoné, 400 páginas a color |
Precio: 35,95 € |