Un hombre infiel, aparentemente convencido de que su esposa ya no está entre nosotros. Una mujer que vive toda su vida aterrorizada por un error del pasado. Un hombre sentenciado por un crimen del cual se cree tan inocente como lo era de la existencia a la que anteriormente se vio abocado. Una pareja de jóvenes amantes, cuyos destinos quedan dolorosamente unidos para la eternidad. Una muchacha dispuesta a sacrificar lo que sea necesario en pos de perseguir sus sueños. Un hombre rechazado por su mujer, de la cual se siente legítimo en virtud de su matrimonio. Una joven que, durante el verano que cambiará su vida, conoce fortuitamente a dos nuevos amigos… o, al menos, lo que ellos dan a conocer de sí mismos.
Todos estos son los protagonistas de La casa de los insectos (publicada originalmente como Mushi-tachi no Ie), la nueva y perturbadora antología de relatos del polifacético Kazuo Umezz que nos ofrece Satori Ediciones, tras deleitarnos a principios de 2020 con el lanzamiento, en dos volúmenes, de otra de las obras más carismáticas del autor: Nekome Kozō, o El chico de los ojos de gato. Anteriormente, a España sólo había llegado una de sus obras más famosas, Aula a la deriva, publicada por Ponent Mon… hace ya una década. Las historias recopiladas en La casa de los insectos, que vieron la luz en Japón entre 1968 y 1973 en diversas revistas como la Monthly Big Comic, ilustran lo que hace de Umezz un nombre imprescindible en la historia del horror japonés, y son clave en el inicio de su trayectoria, tan única y especial como el propio autor.
Merece la pena hacer una pequeña pausa para conocer un poco más a Umezz: nacido Kazuo Umezu en 1936, comenzó su carrera en los años cincuenta inspirado, como tantos otros mangakas contemporáneos, por la obra del maestro Osamu Tezuka durante la posguerra. Se adentró en su viaje artístico dejándose guiar por la intuición, persiguiendo esa sensación de incomodidad e incertidumbre que recordaba sentir en las montañas de su Kōya natal, y poco a poco fue aplicando a su trabajo una dosis de fría lógica mezclada con lo inesperado, lo improbable, desafiando a la vez la rutina y la razón en la mente de quien le lee, todo ello retratado con lo que él define como un “realismo exagerado” para dar con la sensación de miedo perfecta.
Frente a la experimental caricatura de su contemporáneo, Hideshi Hino, y anterior al preciosismo maldito de Junji Ito o la pureza casi kawaii de Kanako Inuki –coronados ambos como Rey y Reina del Horror–, fue la obra de Umezz la que dirigió la metamorfosis del género kaiki de terror basado en lo grotesco y paranormal, al manga kyoufu de miedo puro, más psicológico. Tanto es así, que el legado de este genio incluye el Premio Kazuo Umezu al Manga de Horror, que inspiró a un Junji Ito adolescente a presentarse, en 1986, y ganar dicho galardón… recibiéndolo de manos, entre otros jueces, del propio maestro. Como cita Satori en su ficha de La casa de los insectos, Ito no duda en afirmar:
«Cuando se refieren a mí como el gran maestro del terror, les digo que no, que ese es Umezu, él es el auténtico sensei»
Pero si hablamos de Junji Ito como una suerte de heredero de Umezu-sensei, debemos mencionar a su famosa discípula, la enorme Rumiko Takahashi, cuyas obras (Urusei Yatsura, Ranma ½) se asemejan más a otra de las múltiples facetas de su maestro: la del humor absurdo. Y es que este señor no sólo es el papá del chico de mirada gatuna, sino también de todo un icono nipón como es el pequeño Makoto-chan… un niño a un moco perpetuamente pegado (y que, además, cede su nombre a la excéntrica casa del autor).
Volviendo a la obra que nos ocupa, La casa de los insectos es perfecta para comprender el acercamiento de Kazuo Umezz a ese “miedo perfecto” que buscaba capturar en sus historias. Posiblemente haya quien se adentre en ella esperando dejarse asustar por un horror sobrenatural, etéreo, acechando para perturbar el orden natural de las cosas, acostumbrados como estamos a la habitual inspiración paranormal en el terror japonés, que bebe de la tradición yōkai aplicada a mundos modernos de apariencia realista. Lo que nos espera en las páginas de La casa de los insectos es mucho más aterrador: es la vida, yendo mal. La vida, cotidiana, anodina, aburrida incluso, dando un brusco giro que se escapa cruelmente a nuestro control… tras el cual, poco queda a lo que agarrarse, ni tan siquiera un resquicio de cordura. Umezz pone a prueba la moral de sus protagonistas en situaciones extremas pero, ya sean ellos los responsables o víctimas de cualquier persuasión, cada uno de ellos cae en la trampa por medio de sus propias taras: celos, inseguridades, amor egoísta, paranoia… El monstruo común en todas estas historias es aquello que nos hace humanos, en el peor de los sentidos.
Pues, si bien a través de las primeras pinceladas de terror se vislumbran miedos más naturales –a los insectos, al escrutinio, a accidentes o al abandono y olvido–, todos ellos dejan paso a la verdadera fuente de terror: “Puede que pienses que soy una buena persona, pero en realidad podría perfectamente ser un tipo horrible”, declaraba el autor en 2014 a la revista británica Dazed & Confused. “No podemos leer la mente o el corazón de las personas. Con el resto de miedos, no podemos hacer nada por evitarlos, pero con el ser humano… siempre hay un lado oscuro o, aunque no lo haya, nunca puedes saber con certeza si alguien lo tiene”. Esto es, para Umezz, lo que nos hace nuestros propios peores enemigos. Y es precisamente lo que hace que sus personajes caigan, inevitablemente, devorados en una vorágine de locura. Lleva su terror a escenas costumbristas, pese al ocasional tinte fantástico, para la absoluta desesperación de sus personajes… y la incomodidad del lector. Una incomodidad que te encoge el corazón aún más tras pasar la última página de cada relato, conforme comienzan a florecer ciertas preguntas latentes en lo que Umezz calla, más que en lo que cuenta…
Aunque lo paranormal no haga tanto acto de presencia como en otras obras del género, en La casa de los insectos habitan todo tipo de males extrañamente familiares, que nacen de diversas penurias sociales reimaginadas por Kazuo Umezz para llevarlas a su terreno. Si en El chico de los ojos de gato rondaba el abuso infantil desde la óptica del terror fantástico, en la mayoría de los relatos de La casa de los insectos, comenzando con el que titula la antología, se trata el tema del abuso doméstico, tornando la masculinidad frágil de los hombres protagonistas en la mayor amenaza cerniéndose sobre las mujeres que les rodean… pero deformando también a sus protagonistas femeninas para amoldarlas al estrecho hueco que la sociedad japonesa (especialmente en las décadas de los sesenta y los setenta, contexto histórico de la creación de estas historias) tenía reservado para ellas. Resulta curioso observar como Umezz refleja, en mayor o menor medida, cómo esos dañinos roles de género delimitan los comportamientos sociales (un mal universal que, dada la celeridad con la que ha evolucionado la sociedad japonesa en tantos otros aspectos, cabría soñar que fuera un rasgo mucho más obsoleto de lo que en realidad es).
Arte y diálogos nos transportan a esa época pasada en la que los relatos fueron concebidos (en este aspecto, además, la traducción de Marc Bernabé obra milagros), y es precisamente en ese arte donde reside el hechizo. Umezz no necesita acudir constantemente a la violencia explícita para asustarnos, y lo logra en muchas ocasiones a través del detallismo y el mimo con el que retrata, sí, lo repulsivo y atroz, pero también lo hipnóticamente bello. Al volcar su atención no tanto en lo intangible, sino en sutilezas de pronto palpables que, de tan ordinarias, normalmente pasarían desapercibidas, cada una de estas siete historias provoca un desconcierto instintivo, casi primitivo… colándose poco a poco en nuestra mente hasta llegar –súbitamente, y faltos de aliento– a la última página.
Título: La casa de los insectos |
Guión y dibujo: Kazuo Umezz |
Edición Nacional: Satori Ediciones |
Edición Original: Shogakukan |
Formato: Rústica con sobrecubierta, 216 páginas |
Precio: 18,00€ |