The Boys optó por cambiar su modelo de emisión esta temporada. Si bien la primera fue un binge total, en esta se optó por lanzar los tres primeros episodios para luego pasar a publicar un episodio semanal. Aunque es como ha funcionado tradicionalmente la televisión, parece que provocó el enfado de los seguidores más ansiosos. En cualquier caso, es comprensible esta estrategia puesto que el arranque de esta temporada estuvo repleto de acción sirvió de enganche. Además de alargar la vida y la presencia de una serie, el resto de la temporada capitaneada por Eric Kripke ha tomado distintos derroteros.
Si algo hay que valorar de esta temporada es de saber darle un sabor distinto a este mundo. Y lo han hecho escogiendo tomar decisiones arriesgadas y apostando por lo sorprendente. Eso tiene sus problemas a la hora de fidelizar a la audiencia. De hecho, buena parte de ella ha criticado duramente los rumbos que ha tomado. Sin embargo, todo ha estado dirigido a un punto concreto que ha resultado, en último término, muy satisfactorio.
La primera de determinación llevada a cabo es la de tratar de humanizar a un monstruo irredimible como El Patriota. Su trama ha estado relacionada con la paternidad. Ha sido clave como ha intentado ejercer de figura paternal y como esto ha mostrado que tenía algo que, realmente, le importaba más que él mismo. Se le puede achacar que esto es algo que se aleja de la idea de maldad pura que representa, pero, gracias a ello, el personaje ha ganado más capas (pun intended) y tiene unas motivaciones mejor definidas. Al contrario que en la primera temporada, en esta segunda este personaje ha tenido un arco evolutivo.

Él sigue siendo el motor de esta serie. Es un antagonista antológico que ya ha conseguido ganarse un hueco entre todo tipo de público. Y el trabajo de Antony Starr sigue siendo sublime. Pero esta vez ha estado acompañado de una sorpresa llamada Aya Cash, que ha regalado a Stormfront: un personaje que pone en jaque a todo en lo que el espectador cree saber. El concepto del personaje viene a significar que hay que tener cuidado con vanagloriar payasos porque estos pueden terminar siendo un poco nazis. Y nadie quiere ser un nazi, ¿Verdad?
Aunque esta primera temporada ha buscado hacer una crítica al corporativismo exacerbado (representado por Stan Edgar, personaje interpretado por ese actor omnipresente llamado Giancarlo Esposito, que se llevaría bien con un tal Gustavo Fring), se dirige a otros territorios no menos interesantes. Esta propuesta lanza un mensaje que explica bien la oleada de ultraderecha que está avivándose gracias a la presidencia de Trump. Un bando político que reniega de lo que es y que es fácilmente manipulado (lo cual no signifique que el contrario no pueda estarlo). Stormfront mete el dedo en el ojo a más de uno y por eso ha caído tan mal. Y eso, desde luego, no es culpa de ni del personaje ni del guion.
Lo que sí que se le puede achacar a esta serie es que contiene una cantidad ingente de ex machinas y de decisiones argumentales claramente arbitrarias. Aspectos que se podrían haber solucionado si se hubiese tenido más tiempo de construirlo todo mejor. Pero lo compensan con unas intenciones de subversión y un tono muy ácido que la convierten en una rara avis. Del mismo modo que lo es el cómic que adaptan. De todos modos, es difícil creer que nadie venga a ver esta serie esperándose un guion perfecto.

También cabe destacar que se ha ahondado en el personaje de Carnicero. Esta temporada ha llevado tenido un arco paralelo del de Patriota, lo cual hace que su enemistad sea aún más directa si cabe. El resto de personajes del bando protagonista también han tenido un viaje de aprendizaje que les ha llevado a un punto y aparte. Con lo que cabe esperar que la tercera temporada recorra caminos inéditos y traiga una serie de cambios en la serie.
Formalmente la serie ha seguido una línea bastante continuista respecto a lo visto hasta el momento. La fotografía sigue siendo lúgubre en contraste de lo colorido del mundo heroico. Pero nunca es del todo cálida, lo cual encaja con la ambivalencia en la que se mueven todos los personajes. La entidad de estética se respetado como lo ha hecho el tratamiento de la violencia. Sigue siendo gore y muy exagerada en varios momentos, pero, por algún inexplicable motivo, es digerible para todo tipo de espectador.
The Boys es difícil de encajar dentro del competitivo y saturado mercado televisivo. Porque toma de muchos géneros, pero los subvierte todos y cada uno de ellos. Tiene una personalidad muy propia que, sin duda, encaja en la visión cínica con la que el espectador contemporáneo consume todos los productos que le llegan. Y hace progresar a las figuras antiheroicas (o villanescas directamente) en la que se han convertido los protagonistas televisivos. Es una locura que no debería existir y que, sin embargo, ha triunfado. Esta panda de locos ha convertido en un exitazo un cómic muy macarra de Garth Ennis durante la era de la Peak TV.

La segunda temporada ha sido divisiva por muchos motivos. Aunque no hay un cuórum respecto a los puntos fuertes y los flojos, todos los que han dado una oportunidad a esta serie son capaces de encontrar fácilmente algo evocador en ella. Además, ha servido para llegar a un público mayor y conseguir un spin off (supuestamente) centrado en los G-Men. El futuro pinta ·$%*^/@mente diabólico.
Y, niños, no olvidéis NUNCA la sabia lección que legaron los Dead Kennedys:
P.D: Desde aquí se quiere hacer un sonoro llamamiento para que Profundo vuelva al lugar que le corresponde en Los Siete. Si algo tan descabellado como el Snyder Cut ha sido posible, esto también debe serlo. #liberadalkraken