La política siempre ha impregnado a los cómics. Se podrá patalear, discutir, y lloriquear, pero negarlo es no conocer en profundidad a este medio. Ya sea a través de tiras satíricas o cómics mainstream, siempre han servido para atestiguar los cambios sociales por lo que ha pasado. De hecho, leyendo algunos cómics de una época determinada, te puedes hacer una idea más o menos fidedigna de cómo era el sentir de los creadores en el momento en el que se produjo.
Se ha llegado al final de 2020. Un año extraño que ha pasado más rápido de lo que cabría esperar. Y por su fiera poco, estos días se decidirá si el pueblo americano tendrá la cintura suficiente como para aguantar cuatro años más al abusón de piel naranja. Todo ello en un contexto de una pandemia perturbadora que está afectando profundamente a esos votantes.
Todo parece realmente terrorífico, pero afortunadamente la ficción está ejerciendo de contrapeso necesario. Y muchas veces es ahí donde se encuentra la verdad más cruda y descarnada. Por encima de las versiones oficiales o de cualquier noticiario. Más relevante es una ficción cuanto más conectada está con el mundo que la ha generado. Así que lo positivo de esto es que, cuanto peores sean las circunstancias, las tintas de los creadores deben ser más intransigentes.
Y el cómic siempre ha sido una herramienta peligrosa para el stablishment. No en vano, vale la pena recordad la censura a la que fue sometida durante demasiados años. Nació de forma oficial en los periódicos, como tiras. Así que la actualidad social y política lo tiene en su ADN. Y eso ha puesto en apuros a este tipo de narraciones en más de una ocasión.
Pero, con motivo del duelo de Trump contra Biden, cabe echar la vista atrás para reflexionar cual ha sido la relación entre el noveno arte y la presidencia de los Estados Unidos. Y para empezar hay que realizar un aviso para navegantes y es que este tema es inabarcable. Por ese motivo, lo que aquí hay es un vistazo general a la relación entre viñetas y la política.
Dejando eso patente, se debe comenzar con la gran tradición que tiene las tiras cómicas políticas de los diarios. Las primeras datan del siglo XVII y se produjeron en Gran Bretaña. Tardaría más en estandarizarse en Estados Unidos, siendo en el siglo XIX. En esa primera fase destacó Thomas Nast, que ha trascendido como el gran caricaturista de la época de Estados Unidos en su Guerra de Secesión.
Es necesario mencionar eso porque la labor de las tiras es más fundamental y certera respecto al día a día de la vida de los estadounidenses. Además, al estar publicadas en diarios y revistas, su presencia ha sido constante y perenne. Sin embargo, la expresión más popular y reconocible para el gran público de ese fenómeno se dio en el comic book.
La desventaja de la que parte este formato es que, en un principio, estaba concebido para un target infantil y adolescente. Por ese motivo, el aspecto político sí que penetraba, pero no de forma tan evidente.
En los años treinta, predominaban los cómics de género negro y en ellos sí que se podía apreciar cómo se establecía la conexión vinculante entre la política y la corrupción, con la población general sufriéndolo. El ascenso de los gangsters ficticios sirvió para demostrar como todo ello era consecuencias de la Ley Seca. El conservadurismo fracasó y dejó al país en una situación muy precaria. Y los cómics dieron buena cuenta de ello a través de piezas como Dick Tracy o, más tarde, The Spirit.
Todo cambió con la aparición del primer superhéroe: Superman. Este héroe en un principio se estableció como un héroe muy presente en las comunidades y ayudando siempre a los desfavorecidos en un contexto de crisis desesperanzadora. Era algo a lo que el pueblo necesitaba agarrarse para poder seguir adelante. Después, Superman fue olvidándose progresivamente de sus implicaciones políticas. Lo mismo sucede con una Wonder Woman creada para abanderar el progresismo y la libertad sexual. Esa fue la concepción que tuvieron William Moulton Marston y sus esposas con el personaje. Y llegaron a desarrollarlo durante un tiempo.
Batman, por su parte, es más inerte ideológicamente. En cualquier caso, sus historias tampoco iban a meterse en demasiados pantanos en ese sentido. Los problemas vinieron respecto a la moralidad.
Cabe destacar que todo el contenido hasta el momento era pulp. Con lo que lo que se buscaban dar eran aventurillas y entretenimiento fácil y ágil, antes que nada. Eso supone que el aspecto crítico hasta el momento estaba más soterrado. Especialmente con la aparición de ese limitador que fue el Comics Code.
El polémico código se comenzó a aplicar en 1954 censurando escenas de violencia, desnudez e historias en las que los criminales ganasen. Con ello, se esperaba aplacar la delincuencia juvenil. Y también se llevó por delante bastante del contenido político, infantilizando todavía más a los cómics.
No dejaron de crearse más superhéroes, pero se alejaron de las conexiones sociales en favor de abrazar una filosofía más abstracta. Los superhéroes de DC eran dioses a encerrados en sus conflictos y ajenos a los problemas de aquellos a quienes defendían. Los cómics noir fueron perdiendo relevancia y, al igual que el cine, en los cincuenta se abrazaron historias de ciencia ficción que representaban el miedo hacia el comunismo y a la amenaza nuclear.
Pero en los años cincuenta nadie imaginó lo que llegó a pasar en los sesenta. A medida que Estados Unidos fue perdiendo la inocencia, los cómics también pasaron por una disrupción. Movimientos como el de los derechos civiles o la contracultura comenzaron a hacer oír. Y se tenía como principales caballos de batalla el evitar el envío de más tropas a la guerra de Vietnam, la liberación sexual o la igualdad de derechos.
Y, en buena medida, Marvel y sus “superhéroes con superproblemas” canibalizó todo ello. El superhéroe pasó a ser alguien a la misma altura que el lector. Es alguien que podría ser su vecino, en lugar de vivir en el Olimpo. Y eso también se tradujo en que debían ser los primeros en reaccionar a la hora de plasmar los cambios sociales.
Y durante varias décadas llegaron a serlo. No en vano, los cómics publicados en esa editorial pasaron a ser los favoritos de los hippies. Independientemente de la estética lisérgica que impregnaban en sus páginas ilustradores como Jack Kirby o Steve Ditko, siempre han estado en el bando progresista. No en vano, la lucha de los derechos civiles/de los gays/de cualquier minoría excluida de la vida social, siempre ha sido la misma de los X-Men (el título más popular durante buena parte de su Historia). Por no hablar de los mensajes que lanzaba Stan Lee en sus columnas en contra del conservadurismo. Muchos de sus héroes, sin embargo, se muestran como entes anticomunistas y sus orígenes, en muchas ocasiones han sido una respuesta a las acciones nucleares de las potencias o de la carrera espacial.
Y mucho de ese sustrato social, ha salido a relucir en los cómics una década más tarde. Después de que el célebre número en contra de la droga de Spider-Man desafiara el Comic Code, la editorial comenzó a llevar su compromiso todavía más lejos. Solo eso explica que en 1973 decidieran matar a Gwen Stacy causando un trauma similar al del asesinato de JFK. O que un año más tarde apareciera Punisher como personificación de las consecuencias acontecidas en la Guerra de Vietnam y del descuido hacia los veteranos.
Y ese mismo año Marvel se pronunció sobre el escándalo Watergate, que supuso la caída del republicano Nixon. Steve Englehart usó toda su rabia para desarrollar la que es la historia más recordada del Capitán América: Imperio Secreto. En ella, el presidente se presenta como un villano conspirador y ante ello, el Capitán decide dejar de ejercer. Y toma una identidad distinta con un nombre muy bien traído: Nómada. En palabras del propio escritor en una entrevista para Polygon:
“Creo que estaba bastante claro que la presidencia iba a llegar a su fin. No puedo decir que fuera un gran pronosticador político. Pero la situación general del Watergate consumió a Estados Unidos. Esa fue una era en la que había tres cadenas televisivas y todas cubrían todo lo que se estaba llevando a cabo en la Casa Blanca de Nixon. Las personas que llevaban a cabo estas coberturas eran políticos de ambos lados del espectro. Y ambos se lo tomaban muy en serio. Por lo que la gente del partido del presidente estaba investigando el asunto con diligencia. Se desarrolló como un thriller político en la televisión, frente a toda la población. Ese verano, todo el mundo estaba fascinado con esto. Y lo interesante fue que se desarrolló todo como si fuese una novela. Si se llegaba a un punto en el que Nixon pudiera salirse con la suya, aparecía una nueva prueba.
Todos estaban involucrados y yo estaba escribiendo Capitán América y pensé: “No hay forma de la que el Capitán América no reaccionase ante algo tan trascendental para Estados Unidos. Se suponía que el Universo Marvel era el real.”
Así que se me ocurrió mi versión alegórica de la situación, mucho más simple que la real. Pero era una historia que cubría la sensación que teníamos todos. Luego, debido a que era una situación más sencilla que la real, pude conducir la historia a una conclusión. Como dije, la conclusión parecía obvia. No es que el personaje colgase su traje demasiado tiempo después de eso, pero esa conclusión me pareció obvia ante las evidencias presentes en ese momento. Así que así tomé esa dirección para la historia.”
Steve Englehart
También en 1973 DC Comics también intentó guiñar un ojo a la contracultura con su propuesta Prez. La premisa es que se produce un cambio en la ley y se permitió a un adolescente llegar a la presidencia. La historia de Joe Simon, creador del Capitán América, buscaba depositar todas sus esperanzas en la juventud como manera de mejorar las cosas. Pero no se dispuso de tiempo suficiente como para desarrollarlo como se merece.
1976. Año de elecciones. Howard el pato salva el día en un meeting político. Eso hace que el partido lo presente como candidato a presidente. Y pierde. Es una historia catártica en la que Steve Gerber se ríe de los procesos que conducen al sillón presidencial. Y para cerrar el círculo de absurdidad, corre la leyenda de que se dieron votos para el personaje en las elecciones reales.
Paralelamente, la revista Zap Comics, con Robert Crumb a la cabeza también tenía mucho que decir. Se convirtió un icono para la contracultura y dio pasos de gigante la crítica social y el contenido sexual. En esos momentos nadie se atrevió a ser tan visceral como ellos y no estaba exento de exhibir públicamente la decadencia de Estados Unidos. Fue una era seminal para los cómics underground.
Un proceso similar pasó cuando en 1980 el Nuevo Partido Populista (sí, ha envejecido mal el nombre) escogió como candidato a la presidencia al Capitan América en la historia escrita por Roger Stern para el número 250. En ella, el bueno del Capi termina renunciando a la candidatura (que, además, le fue impuesta) debido a que no considera tener el conocimiento suficiente en derecho civil (para quien quiera saber si hubiese terminado siendo presidente, la incógnita se despejó en el número 26 de la colección What If?. Pero se puede adelantar que no fue la mejor idea). El autor llevaba tiempo como editor y era una idea que se desestimó porque sería demasiado surrealista habiendo un presidente real que no era tan estrafalario. Y en esas elecciones ganó Ronald Reagan, por el partido republicano. Más allá de la anécdota de que un actor sea presidente, su tiempo fue problemático.
Y es que es el abanderado del neoliberalismo (junto con Thatcher). Tuvo que hacer frente a la crisis del petróleo, endureció su relación con la URSS conduciendo casi a la destrucción mutua asegura y fue alguien que llevó a cabo diversas acciones de dudosa moralidad en Sudamérica.
Y paralelamente a todo ello, los cómics abrazaron la adultez y pasaron a tomar un prestigio hasta el momento inédito. Las aventurillas se volvieron más complejas gracias a la coincidencia de la invasión británica con artistas como Frank Miller o Howard Chaykin. El cinismo ácido e irredimible reinó en las viñetas de esta década.
Los héroes dejaron de ser arquetípicos para ser cada vez más indistinguibles de sus oponentes. El pesimismo comenzó a invadir el sentir de los creadores que dieron vida a proyectos tan controvertidos políticamente como pueden ser los archiconocidos Watchmen, American Flagg, DKR, Marshal Law o Elektra Asesina. Obras importantísimas que a día de hoy siguen siendo hito. A pesar de que hubiera precedentes como el Juez Dredd o Escuadrón Supremo, ninguna llegó tan lejos en su ambición. El contenido político de todas y cada una de ellas demuestra lo esquizofrenia y la deshumanización imperante en la escena política durante esa era.
Los villanos fueron usados por el gobierno para hacer misiones sucias en Escuadrón Suicida. Y ese militarismo exacerbado recibió su contrarréplica en antagonistas trastornados como USAgente (que básicamente es el Capitán América si hubiera nacido en la era Reagan) o Nuke, una máquina de matar al servicio de unos Estados Unidos de los que habla mal el hecho de que la necesite. Por no hablar de que fue el momento de mayor popularidad de cómics militares como G.I. Joe o The ‘Nam , siendo muy dispares entre ellos. En algunos casos se mitificaba al ejército y en otros, se ponía en tela de juicio.
Pero no hay mal que cien años dure y, tras ello, en los noventa, los cómics se digirieron hacia otro tipo de contenido. Aunque se produjeron varias excepciones. Si hay una obra que dio el mainstream que haya estado políticamente implicada durante la década esa es Transmetropolitan (ex aequo con la saga de Martha Washington, que ya ha sido analizada minuciosamente por aquí). El cómic creado por Warren Ellis y por Darick Robertson es uno que recoge el nihilismo de la generación X y lo traslada a un periodista de aspecto punky cuya metodología recuerda al nuevo periodismo.
A través de su punto del punto de vista del legendario Spider Jerusalem, se permite al lector acceder a una perspectiva incómoda y inconformista de la política. El público asiste atónito a la derrota del pernicioso “La Bestia” (un trasunto de Nixon) frente a “El Sonrisas” (una mezcla entre JFK y Jim Carrey. Un0demócrata al que todo el mundo percibe como el bueno). Sin embargo, Jerusalem descubrirá que detrás de esa fachada, hay alguien peor que La Bestia. Como él mismo reflexiona al respecto, a los republicanos es más fácil controlarles porque van de cara.
En esta serie de culto, los creadores, ponen en relieve dos aspectos que, aun a día de hoy, parecen estar sumamente olvidados. Y que, si se comenzasen a aplicar, tal vez no habría que lamentar determinados asuntos electores. En primer lugar, se hace una reivindicación de la prensa como archienemigo del poder. Con independencia de si gobierna un lado u otro. La misión de la prensa es sacar siempre la verdad, por mucho que pueda perjudicar a tal o cual presidente. El público merece saberlo. Y si los votantes siguen haciendo lo mismo a pesar de todo, es que hay un error bastante gordo que hace que los partidos sean difícilmente distinguibles de las sectas.
La segunda advertencia tiene que ver con la ambigüedad, con lo que es difícilmente digerible. Ellis lanza una reflexión arriesgada: el hecho de que un político sea afín con tu ideología, no significa que no pueda ser peor que aquellos que aquellos que disienten de lo que tú piensas. Detrás de cada buen mensaje, de cada beso a los bebés, hay algo que peligroso. Hay que rascar siempre por encima de la superficie si no quieres que te la cuelen. Especialmente si se escucha a gente cuya función básica es engañar. No es de extrañar que Transemtropolitan se ambientase en un universo de ciencia ficción y es que sus ideas a día de hoy siguen resultando incendiarias y revolucionarias.
Los superhéroes, en paralelo, tendieron a encerrarse en sí mismos. Salvo excepciones como Kingdom Come (donde sí que había algunos retazos de discurso sociopolítico al ser una obra distópica), los futuros que se planeaban para los héroes tendían a ser apocalípticos. O, cuando menos, no eran particularmente positivos. Ejemplo de ello es La Era del Apocalipsis, el ambicioso crossover mutante en el que gana el villano y se aplica un despiadado darwinismo genético. No tan alejado del económico que se está viviendo… Se trataban de futuros posibles que respondían a las paranoias generadas por el efecto 2000 y por el temor de lo que supondría ese cambio de fecha.
Durante los noventa, gobernó el demócrata moderado Bill Clinton y (más allá de su papel en conflictos internacionales), su escándalo con Monica Lewinsky es por lo que es recordado a día de hoy. Manchó su reputación, sin terminar de llegar la sangre al río y provocó que la población viese de una manera más banalizada a la Casa Blanca. Hasta tal punto que lo criticaron en el número 401 de Uncanny X-Men. En él está encamado esperando a una prostituta. En un principio, esa escena estaba dirigida hacia un intocable Rudy Giulani, pero el sustitutivo fue más apropiado.
La llegada del nuevo milenio estuvo manchado por un hecho trágico: el 11S. El primer gran ataque en territorio americano desde Pearl Harbor trajo consecuencias inmediatas por parte de la Administración Bush (que logró alzarse de poder de una forma un tanto dudosa). Y es que si hay una palabra que puede encapsular la etapa de este presidente republicano es guerra. Sus intervenciones a costa de la ONU en Irak, sus movimientos antiterroristas en Afganistán y sus muestras de imperialismo como reacción a sus vulnerabilidades fueron más que patentes. Por no hablar de que sus políticas económicas (sin tocar mucho lo que ya funcionó en el pasado) resultaron tan positivas que generaron una burbuja de la que todavía el mundo no se había recuperado.
Y, por supuesto, los cómics, un mercado que pasaba por un momento en el que casi quiebra una de las majors, necesitaban reconvertirse en algo refrescante si querían apelar un nuevo público. Los neoyorkinos que lloraban sus pérdidas, en estos momentos no querían ver el vigésimo enfrentamiento entre Spider-Man contra el Rino.
Aunque comenzase en 1999, The Authority (de nuevo, el visionario Warren Ellis) ya comenzó a dar señas de las actuaciones de los Estados Unidos frente al mundo. Incluso derrocaron a un exótico dictador justo al principio. Fue la primera serie superheroica que cambió el paradigma y que influyó en todo lo que vendría más tarde.
Otro precedente que pareció predecir todo lo que vendría más tarde parte de las series de Batman. Los crossovers Cataclismo y Tierra de Nadie parecieron indicar que un desastre era inminente y que causaría que Estado Unidos se cerrase en sí misma.
La respuesta más inmediat,a también de DC, aconteció poco después de saber los resultados de Bush. Decidieron nombrar al villano Lex Luthor como el flamante presidente de los Estados Unidos. No solo eso, si no que pusieron a Amanda Waller como su mano derecha y a Pete Ross de vicepresidente. Fue una decisión controvertida que se le ocurrió a Jeph Loeb. Permaneció en la presidencia tres años hasta que Bruce Wayne destapó toda su corrupción, lo arruinó totalmente y le forzó a dimitir. Mark Millar tomaría buena nota del concepto y también lo convirtió en el presidente en su ucronía Superman: Hijo Rojo. Sería la primera vez que un magnate empresarial tomó el control del ente público. Y cuando se leyó, parecía una hipérbole…
En esa misma editorial, pero en el sello Wildstorm, Brian K. Vaughan desarrolló Ex Machina la historia de Mitchell Hundred, un ingeniero superhéroe es elegido alcalde de Nueva York tras haber salvado una de las dos torres gemelas. El autor juega con los anhelos de la conciencia americana en una aproximación más humanista y narra las vicisitudes de combinar la vida de política junto a la de superhéroe.
Joe Quesada tenía como misión reconstruir una Marvel en ruinas. Y para ello observó lo que hacía la competencia para integrarlo en su terreno. Y eso supuso cómics más socialmente relevantes. Y, por tanto, también ser exigir cuentas a los mandatarios y sus vaivenes. La primera señal de eso fue la inmediatez con la que sus cómics mostraron apoyo a la población por el 11S, siendo el número especial protagonizado por Spider-Man el más emotivo y especial.
Pero la planificación siguió adelante en el momento en el que trajo a Mark Millar a escribir los Ultimates (una versión actualizada de Los Vengadores). Y es ahí cuando surgió uno de los cómics más políticamente comprometidos de la editorial. El primer arco se centró en una amenaza alienígena de metamorfos (que recordaba poderosamente a las células durmientes yihadistas). El Capitán América pasó a ser el brazo armado y extremista de un Bush ahí presente y expuesto como un ser bobalicón. Afortunadamente, el personaje maduró y esta versión sí que llegó a la presidencia en el número 16 de The Ultimates, escrito por Sam Haumpfries (quien ya tenía experiencia escribiendo sobre lo pernicioso de la ambición política gracias a Citizen Jack, en la que un demonio hacía que un alcalde de un pequeño pueblo se obsesionase con ser presidente). La presidencia del Capi sucedió en 2012, en plena era Obama y durante un tiempo muy breve.
Y el segundo arco escrito por Millar, algunos años más tarde, reflexionaba en las consecuencias de estas guerras, en el ecologismo y en la globalización. Por no hablar del dolor que causan los desastres. Temas que ahora mismo están puestos muy en boca de todos. Se tratan de dos arcos que permiten al lector entender el sentir de los estadounidenses y que muestran como la Administración Bush estuvo equivocada de cabo a rabo.
Pero esas ganas de plantar cara también se presentaron en el Universo Marvel tradicional. Y es que el que marcase el paso de Marvel a una nueva era fuese Vengadores Desunidos, es algo muy significativo. En él, se muestra la caída del grupo de los Héroes más Poderosos de la Tierra. Y como todo ello surgió desde dentro del grupo. De estas observaciones se puede sacar una conclusión: la sociedad estadounidense es sumamente autocrítica. Y se acepta bien sin que suponga ningún gran escándalo que provoque que el creador sea absolutamente desterrado. Lejos queda el mccarthismo y hay que tener esperanza de que no se volverá a caer en ese error.
Secret War es el primer crossover de esta nueva fase y siguieron empeñados en complicar que Bush tuviese el beneplácito de la opinión pública. En él, Nick Furia lleva a cabo una misión clandestina en Latveria junto a unos héroes pasándose por el arco del triunfo la necesidad de tener permisos de la ONU.
Pero, tal vez, el movimiento contestatario más significativo fue Civil War, en la que se cuestionó el estado de vigilancia y la ley Patriótica de Bush, en la que se daba al gobierno permiso para interferir en la intimidad y en las libertades individuales en aras de la seguridad. En el cruce ideado por Mark Millar en 2006, planteaba uno de esos casos en los que no hay blancos o negros. Y eso ya está presente desde la premisa: un accidente en el que estuvieron involucrados Los Nuevos Guerrreros y su reality dejó tras de sí miles de víctimas. Ante eso, el congreso prepara una ley de registro superhéroico en el que todos los superpoderosos deberían comenzar a actuar como funcionarios y rendir cuentas al Gobierno. La comunidad superheroica se divide y todo se salda con el simbólico asesinato del Capitán América. Todo ello para representar esa desaparición de libertades a medida que el mundo se iba haciendo más y más tecnológico.
El Savage Dragon de Eric Larsen, en 2004, también dio su versión de los hechos con un arco argumental en el que la corrupción política hace que el gobierno se tenga que desmantelar. El propio protagonista cae víctima de la corrupción de Washington y a partir de ahí se aleja de la vida política. Esta veterana serie también se adaptará a las distintas administraciones. Previamente, Bush había aparecido en este dando discursitos acerca de las inexistentes armas de destrucción masiva.
El temor de otro ataque a gran escala, a causa de las guerras inútiles de su presidente, también tuvo su representación en Invasión Secreta. Curiosamente, al final de esa historia, se daría paso Norman Osborn como nuevo director de S.H.I.E.L.D., que fue la respuesta de Marvel hacia el Presidente Luthor de DC.
Lo que se propuso ahí fue algo similar a las acciones llevadas a cabo por Trump: un blanqueamiento de los villanos, el anteponer los intereses propios a los generales y un estado policial en favor de una idea del bien y el orden que mejor convenga a la cúpula. O, dicho de otro modo, llevar las guerras exteriores al interior, caldeando el ambiente. Tanto Osborn como Trump fueron errores de un sistema que hace aguas. Y, por supuesto, ambos lograron llegar al cargo ostentando su poder.
Al contrario que Trump, Osborn tuvo un muro al que hacer frente. Y es que llegó cuando Obama era presidente, tanto en nuestra realidad como la suya. Fue un presidente que llegó prometiendo unos nuevos Estados Unidos cimentado en una serie de valores que habían quedado olvidados. Y su eslogan de campaña fue Hope/Esperanza. Fue un presidente que tuvo que lidiar con la crisis causada por la quiebra de Lehman Brothers y la gestionó de forma de la que, en términos generales, el país logró salir adelante. Pero eso supuso una serie de reconversiones industriales que dejaron olvidada a la población del medio oeste, más alejada de las grandes urbes.
En las elecciones de 2008, DC publicó DC Universe Elections, una miniserie escrita por Bill Willingham y Judd Winnick en la que los grandes personajes de la editorial debían expresar a quién apoyarían en las elecciones: ¿Demócratas o republicanos? Los candidatos, eso sí, eran ficticios. Y las respuestas que dieron, desde luego, no fueron las que cabría esperar. Green Arrow apoyó al candidato demócrata y ese acontecimiento hizo que la opinión pública pidiera a los superhéroes que hiciesen patentes sus ideales. Wonder Woman, Lois Lane y Hal Jordan fueron republicanos mientras que Batman y el mencionado Green Arrow, demócratas.
La trama conduce a que un Superman acorralado lance estas declaraciones públicas:
“Sería inconcebible que hiciera público mi respaldo. Quien sea elegido para el cargo más importante no debe pensar que no contará con nuestro apoyo. Que nuestras lealtades son más fuertes con un candidato derrotado. No tomamos partido. Las batallas que libramos son más grandes que el espectro político. Me dolería pensar que el presidente crea que no puede contar con nosotros, que no estaremos ahí, que no puede confiar en nosotros”.
Superman escrito por Bill Willingham y Judd Winnick
La posición de Superman, por tanto, es apolítica. Es una explicación racional, pero que también tiene la explicación de que DC no está interesada en perder lectores estén en el bando contrario. En cualquier caso, es una de las pocas ocasiones que se ha visto a los superhéroes tratar el tema de una forma no alegórica. Pero sería interesante presenciar una versión actualizada, ya que sería algo fundamental debido a la deriva divisiva que ha tomado el partido republicano.
Esas no fueron las únicas elecciones de DC producida durante esos años, puesto que la que una visión complementaria se da en DMZ, el sello de Vertigo. En esta serie, Brian Wood, se adelantó a lo que ha terminado pasando. En uno de sus arcos advirtió de los peligros del populismo. Parco Delgado gana las elecciones como líder de los Estados Libres a través de una plataforma populista. Y, como viene siendo habitual, una vez en el poder sus medidas remó en dirección contraria.
En cualquier caso, la figura de Obama (quien, de hecho, se ha declarado lector y amante del medio en más de una ocasión) fue entendido por los cómics como un elemento positivo. Por parte de Marvel, de hecho, fue recordada su aparición en un número especial con Spider-man. Sus intervenciones en el medio, aun así, fueron anecdóticas. Su labor más destacable fue la de poner las cosas difíciles a Osborn.
Axel Alonso, para entonces, tomó el control de Marvel y es cuando la editorial comenzó a llevar a cabo acciones abiertamente inclusivas, cosa que escoció al sector de lectores más reaccionarios. Y eso también es una forma de implicación hacia los cambios sociales de la administración Obama, en favor de la convivencia de todos y cada uno de los colectivos.
Savage Dragon vivió una época muy dulce. Y es que mostró su apoyo a Obama, quien terminó disfrutando de dos legislaturas.
Y toda esa bola de nieve de población olvidada se ha convertido en una montaña. Y se convirtió en una masa que concedió a Trump su impredecible llegada al despacho oval. Y con él, los cómics volvieron a afilar los cuchillos. Los discursos de índole racista que el presidente ha estado recitando, además de sus apoyos a grupos supremacistas y hacia una policía cada vez más militarizada y violenta ha tenido como respuesta que los cómics fueran más y más aperturistas. Autores pertenecientes a colectivos oprimidas y personajes superheroicos que atraigan a una juventud progresivamente concienciada han sido sus principales armas. Por desgracia, esa polarización ha llegado también entre los lectores. Y eso ha terminado generando el repudiable movimiento comicsgater que, además de tener un culto a Trump, han generado unos cuantos cómics loándolo.
Marvel vio un filón clarísimo y en 2016 publicó Vota Loki, una sátira de la campaña electoral de Trump. Su eslogan fue BeLIEve. En él, el dios de las mentiras y travesuras estuvo a punto de acceder a la presidencia a través de sus artimañas y engaños. Manipuló a la Corte Suprema para que evitase que hubiera otros candidatos y, con ello, logró ganar mucha popularidad indicando que el resto de políticos han estado mintiendo. Solo una intrépida reportera de Daily Bugle filtró todas sus vergüenzas, evitando que llegase a ocupar el cargo. Aquí se nota la frustración y un escenario ficticio en que se ha conseguido evitar aquello que terminado sucediendo.
Pero Trump también ha tenido dos apariciones directamente personalistas en Marvel. Y en ningún caso ha sido positivo: en la primera de ellas él ha obstaculizado el paso a un Luke Cage que estaba llevando a cabo una misión y en la otra lo han reconvertido en M.O.D.A.A.K. (unas siglas que hibridan M.O.D.O.K. con el eslogan de campaña Make America Great Again) en una divertida historia de Spidergwen.
Pero si se quiere apreciar de verdad la visión política de La Casa de las Ideas hay que acudir de nuevo al Capitán América. En la serie capitaneada de Nick Spencer transformaron al protagonista en un miembro de Hydra. Y se produjo a una guerra a gran escala para evitar que los nazis capitaneados por esa versión perversa de Rogers llegaran al poder. Que el evento se recuperase el título de Imperio Secreto no es baladí.
También encontraron la manera de exponer el desatino del electorado escogiendo a alguien sin escrúpulos dirigir un Gobierno. Y es que, en menor escala, el hecho de que el hampón de Wilson “Kingpin” Fisk sea el actual alcalde de Nueva York solo puede ser estudiado como una manera de trasladar cierto descontento.
Eric Larsen traslada a Savage Dragon a Canadá ante el aire insoportable que ha provocado Trump y en su último número ha exhibido su apoyo a Biden. Pero no ha sido el único título de Image que lanzado crítica política: Greg Rucka ha lanzado Lazarus, en la que se muestra un futuro en el que ha ganado el neoliberalismo (que, si bien tuvo su andadura en 2013, es a partir de la llegada de Trump cuando se ha asentado definitivamente), Jonathan Hickman aboga por un revisionismo iconoclasta en Los Proyectos Manhattan o Charles Soule regala otras tramas políticas más idealistas en La Carta 44.
Por su parte, DC, no ha estado también ha mostrado mucho desapego hacia esta legislatura, aunque de un modo más sutil. Ha erigido Wonder Woman como máxime representante del feminismo. La inclusividad ha venido dada gracias al trabajo en la línea DCInk. Y los cómics de mayor carga política han venido firmados por dos nombres propios: Tom King y Mark Russell. El primero es un ex agente de la CIA durante el intervencionismo en Irak y en El Sheriff de Babilonia hace una crítica en retrospectiva personalísima a las acciones que ahí se llevaron a cabo. Y es el encargado del nuevo cómic de Rorschach, en el que busca hacer un análisis del clima político enrarecido estadounidense actual. Y también se ubica en unas elecciones.
Por parte de Mark Russell, es un cronista satírico de la sociedad contemporánea. Con obras como Los Picapiedra (donde también suceden unas elecciones absurdas), el cruce entre Porky Pig y Lex Luthor, Huyamos por la Izquierda: las Crónicas del León Melquíades, o en el retorno de Prez (que también fue cancelada a los seis números) el autor hace alegatos que dejan poco espacio para la duda en favor del sentido común desde un posicionamiento izquierdoso. Uno de los pocos que todavía siguen publicando manteniendo un discurso tan distinto al mayoritario.
Trump ha tenido una aparición en el último volumen de El Regreso del Caballero Oscuro, El Chico Dorado en el que Frank Miller lo ubica como un títere a manos de El Joker (algo todavía más denigrante que lo que hizo con Reagan en los primeros volúmenes). Con ello, el autor indica que este presidente es un tonto útil manejable por otras fuerzas en la sombra.
Y con esto, se llega a la actualidad. Como se puede ver la relación entre los cómics estadounidense y La Casa Blanca ha sido problemática. Se deja entrever que es más favorable con las legislaturas demócratas, pero lo justo es decir que no siempre ha sido así.
Gane quien gane estas elecciones, el mundo no será el mismo. No todas las elecciones se antojan como un evento histórico de estas características. No está en juego un cargo sin más. Lo que los americanos decidan votar (suponiendo que todo termina siendo lo limpio que debería) afectará el resto del mundo. Está librándose una guerra cultural delante de los ojos del planeta. Y es responsabilidad de cada uno decidir donde ubicarse. Y los cómics estarán ahí vigilando y reflejando lo que acontezca.
Hay que ser precavidos con el voto, porque aquel a quien votes, puede sorprenderte. O, peor aún, puede llegar a hacer exactamente aquello que tú querrías que pasara.