Por qué tenemos tantas ganas de ver publicado en castellano el Space Riders de Fabian Rangel Jr y Alexis Ziritt

El Capitán Peligro es uno de los más destacados oficiales del cuerpo intergaláctico conocido como los Space Riders. Rudo hombre de acción, hace un año fue traicionado por otro miembro, su mejor amigo Hammerhead, que, aunque no consiguió matarle, le dejó tuerto. En contra de su voluntad, se le obligó entonces a tomarse una baja, ya que dado su estado emocional, se determinó que era lo más adecuado. Ha llegado el momento de que el Capitán Peligro reasuma sus funciones pilotando la nave con aspecto de calavera llamada Santa Muerte. Y de que, junto a su nueva tripulación, compuesta por el religioso mandril antropomórfico llamado Mono y por la robot de aspecto femenino conocida como Yara, surque el espacio enfrentándose a moteros siderales, salvajes de planetas remotos, y encontrándose con variopintos dioses cósmicos.

Space Riders es un título publicado por primera vez en Estados Unidos en 2015 como miniserie de 4 números a través de la editorial independiente Black Mask. Era en principio un conjunto de conceptos visuales del artista venezolano afincado en Tampa llamado Alexis Ziritt, que acudió al guionista Fabian Rangel Jr para que éste les diese mayor vida. Entre los dos elaboraron esta saga galáctica que llegó a convertirse en uno de los títulos más destacados de Black Mask.

Esta primera miniserie, recopilada después en un tomo titulado Space Riders: Vengeful Universe, dejaba las puertas abiertas a una necesaria continuación de mano de los mismos autores que cerrase los hilos argumentales abiertos, y que no apareció hasta 2017 bajo el nombre de Galaxy of brutality, de otras cuatro entregas. Ediciones Gigamesh ha abierto hace poco la preventa para publicar en castellano dos tomos en tapa dura con sendas miniseries, que podrán adquirirse, eso sí, por separado, cuando lleguen a las tiendas.  En Norteamérica, el año pasado empezó a publicarse una miniserie más titulada Vortex of darkness, en la que Rangel ha dado paso como guionista a Carlos Giffoni, y de la cual solo han aparecido de momento dos números.

Las dos miniseries constituyen una entretenidísima mixtura de elementos (unos próximos entre sí, otros dispares) que dan lugar a un resultado de sabor intenso y genuino. Estamos ante un trabajo que nos conquista principalmente desde lo visual. Su estética bebe de lo retro, de lo deliberadamente feista y amateur, tanto como de un muy inteligente coloreado moderno, pero que nos evoca a los posters llamados de luz negra de los años 70 al tiempo que a los de tonos neón de los 80. Según el artista Alexis Ziritt Estas paletas cromáticas tratan también de emular en parte las del Captain Victory de Jack Kirby, o las del Spacehawk de Basil Wolverton. Y es que estamos ante una obra honesta que no oculta, sino que celebra sus abundantes influencias.

Ziritt y Fabian Rangel subrayan en entrevistas cómo el Kirby más cósmico es el gran referente de Space Riders, y esto se hace patente por ejemplo en la llamada Estructura Omega, una versión heavy metal del Muro del Cuarto Mundo del Rey de los cómics. Pero el dibujante cita muchos más que no son difíciles de discernir ojeando las páginas, incluyendo animes de los años 70 y 80 como Starzinger y Captain Harlock de Leiji Matsumoto, o el Mazinger Z de Go Nagai. De hecho, la nave del mercenario Satanus es idéntica al planeador de Koji Kabuto con el que éste pilotaba a su Mecha de japanium. Además, el personaje de Yara, que por otro lado parece uno de los robots sexys del ilustrador Hajime Sorayama, dispara a través de sus pechos, como hacía Afrodita A. Los autómatas gigantes creados por combinación de otros elementos y/o vehículos en plan Voltron también se dan cita por aquí.

La Santa Muerte es idéntica a la nave del Brainiac pre-crisis de diseño Gigeriano, pero sin tentáculos, y el diseño de Doña Bárbara evoca a varias de las mujeres que Esteban Maroto solía dibujar en los años 70, desde la Red Sonja del famoso bikini de cota de mallas con el que la dotó, al personaje de A stranger in hell que a su vez influenció a la Gamora de Jim Starlin. Ziritt habla también de Jordi Bernet, Fletcher Hanks o Benjamin Marra. Y uno se atrevería añadir al ya explosivo coctel algunos toques del propio Starlin, de Johnny Ryan, Spain Rodriguez, o Phillippe Druillett. Todo ello, pasado por una túrmix musical de rock duro de bandas como Mastodon (para la que Ziritt ha trabajado en diseños de albums y merchandising), Black Sabbath o Electric Wizard, y aliñado con un muy leve toque de synthwave y narcocorridos. Como en el Pound for pound de Natalie Chaidez y Andy Berlanguer, la identidad latina-estadounidense de la obra tiene cierto relieve, no solo por los múltiples vocablos en español que salpicaban los textos de la edición original en inglés, sino también en parte de su iconografía, y en brochazos de la trama, como el carguero de refugiados atacado por los moteros espaciales.  

El relato de western interplanetario de venganza urdido por Fabian Rangel apenas constituye una excusa, un tejido conectivo para canalizar la potencia creativa visual de Ziritt: lo contado es eficaz y solvente, pero lleno de tópicos, de tíos muy duros y malos absolutamente diabólicos. No pretende ser más que el tebeo que Rangel sentía que debía hacer porque no lo encontraba en su pila de lectura, y en ese aspecto la honestidad le honra. Es una historia deudora de todo lo que el escritor estaba leyendo en el momento en que el dibujante le propuso el proyecto, tratando de hacer la mezcla tan imaginativa y poderosa posible. Cada uno de los dos volúmenes ofrece su propio disfrute respecto a lo contado: en el primero está el encontrarnos y familiarizarnos con todo ese mundo y personajes; en el segundo la épica alcanza cotas estratosféricas. Es sí, el final de éste resulta algo abrupto y quizás unas páginas más para que respirase mejor, se hubiesen agradecido.

Pero hasta que llegamos a él, en sus viñetas nos podremos encontrar con hallazgos como el Coronel Conley, un felino antropomórfico con prótesis cibernéticas, An-Anu, y otras gigantescas criaturas marinas que nadan por los vacíos siderales, o varios sugerentes tránsitos espaciales, lisérgicos, psicodélicos, metafísicos. De lo que no se le puede acusar a Space Riders, con todos sus defectos es de ser anodina: Es como si se tratase de la versión comix underground de los Guardianes de la galaxia marvelianos. De un hiperviolento y grosero fanzine fronterizo hecho por un fan con mucha pasión, dibujo tosco, y escasos complejos, pero publicado con los mejores valores de producción de hace décadas. Es una coz al cerebro, un revulsivo viaje con una parada en medio y un frenazo final. No deja indiferente, no es para todos los gustos, pero quienes, como nosotros, lo disfruten, lo recordarán con agrado mucho tiempo.