Swamp Thing antes de Alan Moore

 La Cosa del Pantano está de relativa actualidad en España. Con el estreno de la serie televisiva basada en el personaje a través del Canal TNT, cada martes, los espectadores que tengan este servicio de pago pueden ver la libre reinvención que los productores James Wan y Len Wiseman han realizado sobre los mitos de la criatura de la ciénaga de los comics DC. Si no lo conocían, les ha picado la curiosidad respecto a cómo era el personaje original en papel, y han echado un vistazo en internet, habrán podido ver con probabilidad una opinión prácticamente unánime: los tebeos que realmente merecen la pena de este héroe monstruoso son los que Alan Moore guionizó durante los años ochenta. Son éstos los que tienen, muy merecidamente, consideración de obra maestra, y probablemente se señale que el escritor de Northampton rescató a un personaje de segunda fila de la mediocridad en la que estaba sumida su serie mensual, y la llevo a cotas nunca alcanzadas en el cómic de terror.

Es muy complicado rebatir estos argumentos: no hay más que irse a los tebeos en sí para comprobar que el nivel de excelencia de la etapa es incontestable, y así, todo lo que había venido antes con La Cosa del Pantano (y todo lo que vino después, ya puestos) , palidece en comparación. Pero ¿tan carentes de interés eran los cómics de Swamp Thing antes de la llegada de aquel barbudo que escribió V de Vendetta? Se suele matizar la respuesta a esta pregunta usando principalmente dos claves que rodearon al personaje mucho antes de la llegada Moore: una polémica sobre la originalidad del personaje, y una andadura inicial que es un clásico rotundo en el mundo del cómic.

LA POLÉMICA

Según el escritor Len Wein, el concepto de Swamp Thing se le ocurrió en un viaje de metro. La idea se le quedó en la cabeza, al editor Joe Orlando le gustó, y por lo visto, mientras iba elaborando el guion de la historia para un número de la cabecera de terror House of Secrets entre otros encargos, se refería a ello en la redacción de DC Comics como “esa cosa del pantano que tengo en mente”, nomenclatura que acabó echando raíces. En una fiesta en casa del también guionista Marv Wolfman, dio con el dibujante y el tono adecuado para aquel relato corto que estaba fraguando: el artista Berni Wrightson estaba taciturno allí, tras una reciente ruptura sentimental. Wein charló con Wrightson y convinieron en que este último ilustrase el relato, que llevaría un estilo melancólico que de alguna manera ayudase a exorcizar los demonios internos que aquejaban al dibujante.

Y así, con fecha de portada de julio de 1971, en el número 92 de la serie de terror House of secrets publicada por DC Comics, vio la luz la historia corta titulada La Cosa del Pantano. En ella, ambientada en el siglo XIX y narrada en primera persona, su protagonista Alex Olsen cuenta cómo era un joven científico casado con una bella mujer llamada Linda. Su supuesto mejor amigo Damian, sin él saberlo, estaba lleno de celos y resentimiento hacia Alex pues también deseaba a Linda, así que, para librarse de él, orquestó un accidente en su laboratorio que provocaba una gran explosión.

Sin embargo, Alex no acabó de morir en ella a pesar de las graves heridas, así que Damian arrojó su inconsciente cuerpo al pantano vecino. Allí quizás por los productos químicos que saturaban el cuerpo del científico o quizás por fuerzas sobrenaturales (no es algo que se nos haga explícito) obró una extraña transformación. Y así, Alex Olsen pasa a ser un monstruoso ser de limo y vegetación que vagabundea por el pantano. Horrorizado y confuso, se acerca a su antigua mansión, y espiando a través de las ventanas descubre que, en el tiempo transcurrido, Damian ha convencido a Linda para que se case con él. Ella, no obstante, no se ha recuperado de la melancolía por la muerte de su primer marido, y el maligno y paranoico Damian asume que sospecha de ese crimen que hasta ese momento ha conseguido ocultar. El villano intenta asesinar a Linda, pero la cosa del pantano en la que se ha convertido Alex interviene, salvándola y matando a Damian. Linda, sin ser consciente de que su segundo marido iba a matarla, grita horrorizada ante el monstruo limoso que tiene delante. Y Alex, incapaz de comunicarse con ella y explicarla todo, vuelve al pantano a sufrir su soledad y tormento.

El relato, con una prosa y un dibujo verdaderamente notables, resultó un gran éxito, el cómic más vendido de ese mes y, de hecho, el editor en jefe de DC Comics Carmine Infantino pidió a Wein y Wrightson que siguieran contando historias con ese personaje, ofreciéndose a dotarle de serie propia. Pero los autores rechazaron esta oferta en un primer momento, alegando que no querían diluir la intensidad de la obra que habían parido desde el interior de sus almas.

Además, había otro problema: unos meses antes, en mayo de 1971, Marvel Comics había presentado a un personaje muy similar en las páginas del primer número del magazine en blanco y negro Savage Tales. El Hombre Cosa, Man-Thing, era otro monstruo pantanoso que antaño había sido el científico Ted Sallis. Éste estaba intentando, por encargo del gobierno, replicar el perdido suero del supersoldado que en los años 40 había otorgado sus asombrosas capacidades al Capitán América. Para subrayar aún más la interrelación de la historia del Hombre-Cosa con el universo Marvel, la esposa de Sallis le traiciona para que la organización maligna IMA se haga con la fórmula que el científico está recreando. Éste, huye y para evitar que su trabajo caiga en malas manos, se inyecta el suero; pero tiene un accidente de tráfico, y envuelto en llamas, se sumerge en un pantano, donde renace como una criatura limosa que se acaba cobrando venganza sobre IMA y su esposa.

Las numerosas similitudes entre Man-Thing y Swamp Thing, aparte de las derivadas del aspecto y nombre de ambos, están ahí, y son innegables. En un análisis superficial, considerando que Savage Tales apareció dos meses antes, podríamos dar carpetazo y concluir que Wein copió aquel personaje que salió de la mente de Roy Thomas siguiendo directrices de Stan Lee, en esa historia en la que Gerry Conway puso los diálogos, y Gray Morrow los dibujos. Pero ese razonamiento resulta bastante inexacto por múltiples motivos, independientemente de la conclusión final que saquemos, a la luz de varios argumentos que vamos a intentar enumerar.

A favor de Wein, deben destacarse varias cosas: Uno, es imposible, dados los plazos de elaboración de un cómic desde que se tiene la primera idea hasta que aparece en los kioscos, que el escritor leyese el primer número de Savage Tales en mayo, decidiese plagiarlo, y diese tiempo a que se diesen todos los pasos requeridos (guion, dibujo, trámites editoriales, impresión, distribución…) para ello en tan solo dos meses, y que la historia de Swamp Thing llegase a los puntos de venta en julio.

Dos, los personajes son muy similares, pero hay sustanciales diferencias: Man-Thing no solo ha perdido su humanidad a nivel físico, sino también mental, y es prácticamente una fuerza de la naturaleza que se mueve solo por instinto. La Cosa del Pantano retiene la mente de Alex Olsen y sus sentimientos, y la relación de empatía que se establece con el lector es completamente distinta. Hasta la voz con la que se narra tienen enfoques atípicos, pero diametralmente opuestos: en sus respectivos cartuchos de texto, en lugar del habitual narrador omnisciente, uno va en primera persona como ya hemos dicho, y el otro, el del Marveliano Hombre-Cosa, en segunda.  Y está también el tema de la ambientación, en un caso decimonónica e independiente del cosmos ficticio compartido en el que se desenvuelven el grueso del resto de personajes de DC, en el otro, sumergida en lo que era la actualidad de aquellos años 70 y con fuertes interrelaciones con el universo Marvel.

Tres, el folklore norteamericano está lleno de criaturas monstruosas humanoides que medran en los pantanos. Desde el Monstruo de Honey Island en Lousiana, al Skunk Ape de Florida, pasando por el Hombre lagarto de Escape Ore en Carolina del norte, las leyendas locales rurales son numerosas, y por mucho que llegara a ser demostrado que en la mayoría de los casos se trataba de fraudes, los supuestos avistamientos de tales criaturas fueron creciendo desde los años cincuenta, tanto como los de OVNIS, el Bigfoot o el Sasquatch. Estamos, por tanto, prácticamente ante un arquetipo de la cultura popular estadounidense en boga en aquellos años, que podría haber servido perfectamente de inspiración simultáneamente tanto a la gente de Marvel como a Wein.

Cuatro, ninguno de los dos personajes era el primer ser humano transformado a monstruo pantanoso en las páginas de un cómic. Remontándonos a los años cuarenta, tenemos a The Heap, cuyas aventuras publicaba Hillman Periodicals, y del que en breve vamos a volver a hablar. También, en 1969, Roy Thomas presentó a The Glob como oponente del Increíble Hulk. Además, podemos encontrar toda una pléyade de criaturas del pantano que no se ajustan del todo a este modelo, pero que tienen características parecidas, ya sea en las páginas de los cómics de editoriales como EC, Marvel cuando se llamaba Atlas, y muchas otras: el Swamp Monster de Basil Wolverton, el Swamp Spirit aparecido en el Frankenstein de Dick Briefer, el ser del relato I am a thing de Art Gates… aquí podríamos enclavar también a Solomon Grundy, el masivo villano enemigo del Green Lantern de la Golden Age y de la Justice Society of America, y al que también volveremos a mencionar.  En cualquier caso, de nuevo, hay otras vías de inspiración, homenaje o copia, si se quiere, a las que recurrir, antes de acusar de plagio a Wein.

Cinco, volviendo, como habíamos prometido, a The Heap, el monstruoso personaje empezó a aparecer de nuevo dos meses antes de la primera historia de Man-Thing. Lo hizo siendo reinventado en el segundo número del magazine de terror Psycho de Skywald Publications, con fecha de portada de marzo de 1971. Como hemos visto, de entrada es imposible que a su vez en dos meses diese tiempo a que El Hombre-Cosa fuese una respuesta editorial a ésta nueva iteración, aunque sus creadores no ocultan que el personaje original de Hillman sí que les inspiró. Pero ¿Y Swamp Thing? Ya estamos hablando de cuatro meses. ¿Daría tiempo a que Len Wein, al ver a The Heap de nuevo en los kioscos, decidiese crear a un personaje parecido? Parece muy justo de calendario, así que es tan plausible como rebatible que esta iteración de la criatura de los años cuarenta fuese el germen de la idea tras La Cosa del Pantano en lugar de Man-Thing, pero es una idea a considerar.

Seis, en 1940, el popular escritor de horror, ciencia ficción y fantasía Theodore Sturgeon publicó It!, un relato corto sobre un monstruo de barro que resulta estar originado por el esqueleto de un fallecido en un pantano sobre el que la vegetación y el barro se asientan dotándolo de nueva vida. La verdad, It! parece la inspiración original más rastreable de todo este tipo de seres mucilaginosos surgidos del agua que antaño fueron personas, incluyendo a The Heap. It! volverá a aparecer en este texto en unos párrafos. Por cierto, ya que nos salimos del cómic enumerando otras posibles influencias para Swamp Thing, igual no es descabellado nombrar a la anfibia criatura de la Laguna Negra que apareció en el icónico filme de 1953 que aquí en España fue titulado La mujer y el monstruo.

Y siete. Miren la fecha en que firmó Berni Wrightson esta ilustración. Parece que la idea tras un monstruo del pantano ya estaba en su cabeza el año anterior.

Con todo esto entre manos, sería fácil sostener que La Cosa del pantano no estuvo inspirada en Man-Thing, sino que se dio uno de esos singulares casos en el que un caldo de cultivo de numerosos factores e influencias confluyeron simultáneamente para dar lugar a una coincidencia casi cósmica, y las dos criaturas fueron alumbradas casi idénticas prácticamente a la vez, de manera independiente. No sería la primera vez en el cómic de superhéroes, después de todo. Está el caso de la Doom Patrol y de los X-Men, de los que muchos paralelismos quizás se pueden explicar no mediante el plagio del segundo al primero, sino mediante una influencia común directa en el mismo medio (Arnold Drake emuló el estilo de los primeros números de los 4 Fantásticos mientras que Stan Lee recibió el encargo por parte de Martin Goodman de que pariese otra serie en esa misma línea de superhéroes con pies de barro y el mismo uniforme), circunstancias culturales comunes (el arquetipo norteamericano de hombre sabio en silla de ruedas que guía a los aventureros a luchar contra el mal establecido a partir de Franklin Delano Roosevelt durante la segunda guerra mundial) y sucesos de la época (el titular de un periódico sobre una organización mafiosa desmantelada en el que se podía leer Brotherhood of evil, que inspirase tanto a la de Magneto como a la del Cerebro y Monsieur Mallah). Si se copia del mismo modelo a la vez, al estar expuestos ambos copiadores a los mismos estímulos del mismo zeitgeist, los resultados finales, incluidas las diferencias con lo copiado, a veces pueden ser asombrosamente similares. Y, además, tenemos la supuesta imposibilidad técnica, dada la cercanía de las primeras apariciones, de que pudiese dar tiempo a producir una copia en tan poco tiempo.

Todo ello parece que se repita de algún modo en el caso de Man-Thing y Swamp Thing, y que se pueda emplear como argumento, quizás no definitivos, pero sí defendibles, liberando a Len Wein de la sombra de la sospecha del plagio ¿verdad?

Bueno, pues quizás casi todo esto se pueda rebatir con otros argumentos, dando lugar a una cuestión de difícil veredicto, y llena de vericuetos, pero fascinante:

Primero, retomando de nuevo a The Heap, si creemos lo que dijo Roy Thomas en una entrevista para su propia revista, Alter Ego, la idea de que se publicase un revival de The Heap se la dio él a Sol Brodsky, antiguo empleado de Marvel que había pasado a Skywald, y con el que se llevaba muy bien. De hecho, las palabras de Thomas implicaban que por aquel entonces Marvel ya estaba desarrollando a Man-Thing, y que aconsejó a su amigo que se animase con el personaje original, ya que La Casa de las Ideas no iba a usarlo a pesar de estar en el dominio público de la propiedad intelectual.

Por tanto, si el Hombre-Cosa venía cociéndose desde hacía tiempo y el resultado tardó en publicarse, es más fácil que Wein pudiese enterarse y ser influenciado por ello.

Segundo, este conocimiento es más que posible, si tenemos en cuenta que Gerry Conway, el que puso diálogos a la primera aparición de Man-Thing, y Wein, eran compañeros de piso. La probabilidad de que Conway comentase algo en casa y que Wein tomase nota mental, consciente o inconscientemente, es muy alta en este punto, según el primero de ellos.

Tercero, hay otro hecho que también corrobora que Wein conocía la existencia de Man-Thing antes de que Savage Tales se publicase: en la segunda aparición del Hombre-Cosa, hay un flashback de su origen firmado por Neal Adams y… por Len Wein. Y aunque estas páginas fueron publicadas mucho más tarde, en un episodio de Ka-Zar, fueron creadas con la idea de haber aparecido en el segundo número de Savage Tales, que fue cancelada, y no llegó a reanudarse hasta dos años y medio después.

Por tanto, Wein guionizó una escena con el origen de Man-Thing durante el periodo en que tenía que haber dado tiempo a que llegase a ser publicado en su fecha de salida originalmente planeada, aunque luego truncada. ¿Cuál era esta? Pues dado que la idea era que la revista hubiese sido bimestral, nos hubiésemos puesto en Julio de 1971. Exacto. La misma de aparición de House of Secrets número 92.

Así que es fácil deducir de esto que, dados esos plazos de producción, a Len Wein le llegó el encargo de escribir una escena con el origen del Hombre-Cosa en la misma época en concibió a La Cosa del Pantano. Excesiva y sospechosa coincidencia, aunque eso no llega a probar que el guionista leyese la sinopsis de lo que le tocaba escribir para Marvel, y después, usando esas ideas, inventase a Swamp Thing. Wein siempre negó saber de The Heap , pero no de Man-Thing: nunca ocultó su participación en esa segunda historia, y de hecho, se mostraba orgulloso de sus adiciones a la mitología del personaje, como esa cantinela de «Aquel que conoce el miedo arde al contacto con el Hombre-Cosa«, o el personaje de Barbara Morse, la que acabaría siendo Pájaro Burlón. Pero siempre sostuvo que la idea de la Cosa del Pantano se le ocurrió de manera independiente a pesar de todas aquellas simultaneidades.

Con todo, el asunto se podía haber quedado ahí y no haber tenido más que una importancia anecdótica: a fin y a cuentas ambos monstruos del pantano en 1971 solo habían aparecido cada uno en una historia sin más continuidad. Eso sí, en el número 14 de la serie de Phantom Stranger, guionizado por Wein, aparte de una historia que se adelanta en más de quince años a la premisa del primer episodio del Sandman de Neil Gaiman, aparecía esta portada firmada por Neal Adams. Aunque pareciese que Wein le había cogido gusto a La Cosa del Pantano, lo cierto es que en las páginas interiores del tebeo el personaje no aparece, y a saber cuánta implicación pudo tener el guionista en esa cubierta.

En 1972 se produce otro giro que ahonda en esta historia de posibles influencias, y es que tanto Man-Thing como La Cosa del Pantano empiezan a protagonizar cada uno una serie regular. Stan Lee tenía desde el principio la idea de que el Hombre-Cosa apareciese como personaje principal en una colección, y así empezó a ser a partir del número 10 de Adventure into Fear. Por su parte, a pesar de las reticencias iniciales de Wein y Wrightson a la propuesta de Infantino, a La Cosa del Pantano se le da su propia cabecera, que comienza lógicamente con un número uno. Y aunque ambas tienen fecha de portada de octubre de 1972, en realidad la primera llegó a los kioscos en julio, y la segunda en agosto. Otros dos meses de diferencia, de nuevo.

Como habíamos comentado antes, ni Wein ni Wrightson se habían mostrado proclives a continuar aquella historia de House of Secrets 92, pero el guionista acabó cambiando de idea, y consiguió convencer a Wrightson, que era todavía más reticente, de colaborar en una cabecera regular (eso sí, bimestral) con su criatura. Pero resulta que La Cosa del Pantano que nos encontramos en esta nueva serie no es la misma que la del relato de 1971. Wein volvió a contar éste en el número uno, introduciendo varios cambios significativos, algunos de los cuales le hermanaban aún más con Man-Thing.

Para empezar, la acción pasaba a transcurrir en lo que era entonces la actualidad, los años 70. Al igual que Ted Sallis, el protagonista (que de llamarse Alex Olsen pasó a tener el nombre de Alec Holland) era un científico que estaba trabajando para el gobierno para obtener una fórmula de importancia estratégica. En este caso se trataba de un suero biorestaurativo que aceleraba el crecimiento de los vegetales hasta niveles inverosímiles, y con el que se pretendía combatir las hambrunas y la desertización, añadiendo una pátina ecologista. Por otro lado, aunque se mantenía al personaje de la esposa del protagonista, Linda, estaba ausente el traidor Damian. En su lugar, unos esbirros al servicio de una misteriosa organización conocida como el Cónclave, tratan de hacerse con el descubrimiento de Holland, de manera similar a IMA en la historia del Hombre-Cosa. Éstos, ante la negativa del científico a proporcionársela, ponen una bomba en su laboratorio que al explotar envuelve en llamas a Holland, el cual corre a sumergirse en el pantano contiguo a su laboratorio. Allí, con su cuerpo saturado por la fórmula biorestaurativa, debido a la interacción de ésta con el pantanoso hábitat y sus serias heridas, se transforma en el gigantesco bruto limoso y vegetal que va a ser el protagonista, algo más estilizado que la masa que era Alex Olson en House of Secrets.

Los secuaces del Cónclave (y de su misterioso líder Mister E) interrogan a Linda para obtener la formula, pero acaban asesinándola, sin que el agente del gobierno Matt Cable, un personaje sin equivalente en House of Secrets 92 que fue enviado a proteger al matrimonio Holland, y con el que acabaron trabando cierta amistad, consiga tampoco salvarla a ella. Y la Cosa del pantano da rienda a su amarga venganza, desplegando su increíble fortaleza fruto de su transformación, y acabando con los criminales Ferret, Bruno y su tercer cómplice.

Nótese que, de nuevo al igual que con el Hombre-Cosa, el catalizador de esa metamorfosis es sin asomo de duda un valioso suero, y que se deja de lado ninguna ambigüedad sobre fuerzas sobrenaturales, aunque con el tiempo y más delante, ese factor se introducirá por retrocontinuidad en los orígenes de ambos personajes.

Wein dijo que el traer la historia al presente fue cosa de DC, y probablemente en concreto, la iniciativa saliese de Joe Orlando, el que fuese editor tanto de House of secrets como de la nueva cabecera regular de Swamp Thing. De hecho, Orlando dijo una vez en una entrevista que la idea de La Cosa del Pantano en realidad se le ocurrió a él, al leer un artículo sobre las hambrunas, los precios de la producción de comida y los de su transporte, y su valor estratégico. Y que imaginó una formula que hiciese crecer las plantas a ritmo acelerado y que diese ventaja del gobierno Estadounidense en ese frente de la Guerra Fría. Pero claro, también es verdad que dijo esto (y que se inspiró en el Heap de los años 40 ) refiriéndose a la historia de House of Secrets 92, donde tal fórmula ni aparece, no a su iteración de un año después en la serie regular. Da la impresión de que con esas declaraciones, o se lió, o se quería poner una medalla y atribuirse el mérito de la creación pasando por encima del guionista, sin tener demasiado cuidado.

A la vista de lo que parece ya casi recochineo subrayando el reflejo con el origen de Man-Thing, es casi inevitable preguntarse cómo es que en ese punto Marvel no emprendió acciones legales contra DC. Parece ser que antes, Gerry Conway trató de mediar, y de que Wein desistiese de publicar su historia, pero éste se mantuvo firme diciendo que en realidad no veía que fuesen parecidos. Y, sin embargo, aunque la posibilidad de demanda estuvo sobre la mesa, como recuerda Roy Thomas, al final se dejó pasar. Quizás se pensó, dados todos los argumentos de influencias comunes previas que antes enumerábamos, que el caso igual no prosperaría a favor de Marvel en el juzgado. Tal vez tuvo que ver con que al final, todos eran compañeros de profesión que se llevaban bien, y no se quisieron escalar las hostilidades entre compañías, en ese periodo en que el ambiente era relativamente relajado entre ellas. Quién sabe. En cualquier caso, lo que como aficionados debemos valorar realmente es que la serie propia de La Cosa del pantano por fin se puso en marcha.

Porque a pesar de todo lo comentado de esas sospechas de plagio, y de que las historias del Hombre-Cosa escritas posteriormente por Steve Gerber son verdaderamente notables, nada de ello puede al final hacer sombra a que Len Wein y Berni Wrightson crearon con Swamp Thing una de las etapas más memorables del cómic norteamericano de los años 70. Fueron menos de dos años, pero su andadura en la serie fue un auténtico y merecido gran éxito de crítica y público. Y aunque en los ochenta Alan Moore viniera a revitalizar el personaje llevándole en direcciones nunca transitadas y alcanzando cotas jamás igualadas, los números realizados por los creadores del personaje ya habían quedado grabados hacía tiempo en piedra, y nadie iba a conseguir borrarlos de allí, como lo que decíamos al principio: un clásico indiscutible.

EL CLÁSICO

A partir de 1972, el arquetipo del monstruo pantanoso corrió como la pólvora en el cómic norteamericano. No solo teníamos a Man-Thing y a la breve andadura de The Heap en Skywald, sino que por ejemplo Marvel se animó a adquirir los derechos del primero de todos ellos por tan solo 150 dólares, y adaptar en diciembre de aquel año el It! de Theodore Sturgeon en el primer número de la serie bautizada como Supernatural Thrillers. Por lo visto, desde la editorial incluso se quería dedicar una colección propia para aquel ser, pero Roy Thomas echó la idea para atrás a pesar de su entusiasmo por haber realizado el guion de la adaptación. Le parecía, que teniendo ya establecido al Hombre-Cosa, era algo reiterativo y que se debía apostar por el monstruo que pertenecía de pleno a Marvel, en lugar de depender de las idas y venidas de los derechos de autores. Una curiosa decisión para estar hablando de quien llevó a La Casa de las Ideas a adquirir las licencias de Conan y Star Wars ¿verdad?

Además de los citados, tuvimos de mano de la editorial Gold Key al Lurker of the swamp en Mystery Comics Digest número 7 de septiembre de 1972. Warren Publishing nos presentó el año siguiente a Marvin the dead thing, dibujado por Esteban Maroto en el número 49 de la revista Eerie. También la editorial del antiguo propietario de Marvel, la nueva Atlas/Seaboard, se lanzó a aprovechar esta tendencia en 1975 con Enrique Badía Romero dibujando maravillosamente a Bog Beast en las páginas de Weird Tales of the Macabre número 2, y luego se le concedería serie propia. Y fuera del noveno arte, en noviembre de 1972 la serie televisiva de gran audiencia Night Gallery, producida por Rod Serling (artífice de la celebérrima The Twilight Zone), emitió el capítulo Brenda, que adaptaba un relato escrito en 1954 por Margaret St John, y en el que aparecía una masiva criatura humanoide de textura limosa, privada del habla, y perseguida por asustados lugareños sin haber cometido en realidad ningún mal. Sí, los monstruos pantanosos fueron una de las muchas modas de la primera mitad de la década de los setenta, junto con otra como la blaxploitation o el cine de artes marciales.

Pero en el cómic, que es lo que nos aquí nos atañe, el reinado de La Cosa del Pantano fue supremo e indiscutible. Swamp Thing sacó lo mejor de la prosa de Len Wein: de hecho tal vez estemos ante el más brillante trabajo como escritor del hombre que unos años después crearía a Lobezno y montaría el andamiaje para que Chris Claremont hiciese despegar a los X-Men. Quizás a veces las tramas resultaban un pelo demasiado tópicas, hermanando unas pinceladas de superheroismo con un tono perfectamente circunscribible al género del horror gótico clásico, también de moda en aquel entonces en virtud de las películas de la productora británica Hammer. A veces, también, da la impresión de que haya algunos agujeros en el guion, como la extraña y errónea conclusión que saca Matt Cable de la nada de que La Cosa del Pantano es la responsable de la muerte del matrimonio Holland. En el número dos, llama la atención que ya tan pronto saque al protagonista del ambiente que le da nombre en Bayou Country, Lousiana, y lo traslade a Europa central. Igualmente, quizás se antoja algo prematuro devolver su humanidad a Holland ya en esa misma segunda entrega, aunque sea temporalmente, antes de que hayamos tenido unos números para recrearnos en su horror atrapado en ese monstruoso cuerpo con el que no es capaz siquiera apenas de hablar.

En ese segundo número se nos presenta al que para los restos será su archinémesis, el brujo o científico esotérico Anton Arcane, y a su adorable sobrina Abigail, una médico rural que se acabará convirtiendo en un secundaria de capital importancia. Swamp Thing era un tebeo muy poco de DC para ser de la DC de la época, y asimila muy bien exitosos artificios habituales del estilo Marvel, como el héroe atormentado que está atrapado en un cuerpo monstruoso (un poco como Ben Grimm), perseguido por las autoridades por su incapacidad de aclarar su inocencia (un poco como Hulk), y con una historia que va continuándose de algún modo de episodio en episodio. Aunque cada número ofrece una historia que se presenta y tiene resolución ahí mismo, lo que ha pasado cuenta y tiene influencia en siguientes entregas, algo poco habitual en los comics de la editorial de Superman todavía en aquellos años. Los autores decidieron trabajar con el llamado “Método Marvel”: Wein y Wrightson ideaban la sinopsis juntos en las oficinas de DC, con Joe Orlando supervisando la reunión, Wrightson procedía después a dibujar el número, y luego Wein le añadía los diálogos.

La serie de la Cosa del Pantano va evolucionando en sus tramas muy rápido, y entre enfrentamientos con un Hombre lobo y con un monstruo parecido al de Frankenstein (que resultará ser el padre de Abby), el personaje descubre su increíble capacidad para curarse, incluso de regenerar miembros perdidos. Viaja por el mundo encontrándose con fanatismo, pero también con brujas muy reales, con aldeas pobladas por réplicas robóticas de seres humanos, y con actuaciones villanescas del Cónclave. Y en el número siete, tiene un encuentro con Batman en Gotham que soluciona la trama de esa maligna organización. Después se topará con comunidades que adoran a deidades lovecraftianas, con alienígenas benignos atacados injustamente por el ejército norteamericano, y con el retorno de un Arcane ya totalmente inhumano en un telón de fondo que mezcla el tema del vudú y el del esclavismo colonial. Y es que Wein aprovecha, como muchos años después hará Alan Moore con el personaje, para trufar sus historias de relevancia, de cierta mirada crítica social y sobre la propia condición humana, mostrando cuestiones como el racismo, la intolerancia, el militarismo, los poderes corporativos corruptos, el precio del progreso, o los sacrificios morales por la pervivencia de la propia comunidad o la familia. En una norteamérica como la de esos años setenta, en la que la sociedad se cuestionaba las verdades monolíticas de los cincuenta, al igual que el cine del llamado Nuevo Hollywood, este era un tebeo para la época, aunque plasmase esas inquietudes tan solo de manera testimonial.

Con todo, el éxito creativo y comercial de la serie no se puede entender solo a través de los guiones de Wein: aunque sería algo más adelante cuando Berni Wrightson llegaría a destilar hasta lo sublime su talento como ilustrador, aquí ya despliega un apartado gráfico para el que el adjetivo de soberbio se queda corto. Su reputación como maestro del terror no impide que plasme también en una medida los tropos superheroicos, y que consiga de manera casi inverosímil que ambos aspectos vayan orgánicamente de la mano. La splash page del hombre lobo del cuarto número es tan colosal como llena de dinamismo. Su representación de Batman quita el aliento en una época en que ya nos lo habían quitado redefiniciones gráficas del Hombre Murcielago salidas de los lápices de Neal Adams y Jim Aparo, y que no parecía que pudieran desafiarse durante mucho tiempo. La nueva carne a medio camino entre Cronenberg y Lovecraft de M’Nagalah (cuyo nombre, no encontrando inspiración, sacaron al final de una canción de nada menos que los Teleñecos) y sus seguidores fascina tanto como repugna. La narrativa de la página de la novena entrega en la que los militares se posicionan respecto al alienígena que han capturado, a base de viñetas horizontales, es digna casi de Will Eisner. Y no es de extrañar que, con esas increíbles portadas, la serie fuese un éxito comercial también. ¿Quién, al verlas en el expositor del kiosco iba a resistir la tentación de comprarse esos tebeos?

Pero Wrightson hace de la décima entrega la última en la que participa en la serie. Simple y llanamente, le aburre la dinámica de la serie de encontrarse con un monstruo distinto cada dos meses para que haya un conflicto en cada episodio. Además, cree que lucir su crecimiento como artista es incompatible con la baja calidad de reproducción del coloreado propia del comic-book de la época, que no deja que se aprecie su línea, así que dejará DC por Warren Publishing. Joe Orlando incluso se llega plantear cancelar la serie: le parece que Wein tampoco durará mucho, aunque ya tiene en mente a quién pondría al cargo de los guiones en su lugar. No está tan claro sin embargo quién ocupará el lugar de Wrightson, que es el problema inmediato, y cobran fuerza los nombres de Arthur Suydam o Alex Niño. Finalmente, se lleva el gato al agua a partir del undécimo número Nestor Redondo, otro maestro del dibujo que sin embargo ha sido inmerecidamente olvidado. El artista filipino quizás incluso supera a Wrightson en aspectos formales de dibujo, aunque sus soberbias viñetas resultan más sobrias y menos orgánicas, fluidas, y, en resumen, un pelo menos atractivas. Pero el nivel gráfico sigue siendo altísimo, y se mantienen las cotas de excelencia del dibujante de Maryland. Y al principio, de hecho, con Redondo las ventas incluso suben.

Wein efectivamente solo permanecerá hasta el número trece, ya que al vivir Redondo en filipinas, no puede tener la misma dinámica estimulante que tenía con Wrightson: debe redactar los guiones sin colaboración del artista , en full-script, y pronto, siente que se ha perdido ese algo especial de la serie que le llevaba a volcar pasión en cada número. Además, ha pasado a ser el editor en jefe en Marvel Comics, puesto en el que, eso sí, durará menos de un año. Pero allí tendrá una larga andadura con otro científico transformado en monstruo verde incomprendido y perseguido guionizando The Incredible Hulk, donde además creará a un mutante canadiense de garras de Adamantium que también pasará a la historia del cómic de superhéroes.

Como regalo de despedida, entre viajes en el tiempo, hombres inmortales, y enfrentamientos contra villanos de ciencia ficción (uno de ellos, por cierto, sacado de aquel Phantom Stranger 14), Wein abandona La Cosa del Pantano haciendo que Matt Cable deje atrás su irracional odio hacia el monstruoso protagonista de la serie. El agente gubernamental se plantea por fin si su deducción de que la criatura es la responsable de las muertes de los Holland estaba realmente fundada. Cable y Abby Arcane, que ahora son pareja, averiguan que La Cosa del Pantano es Alec Holland, que no estaba muerto sino transformado, pero que entre sus problemas de comunicación y que prefiere no revelarse al mundo para que la fórmula biorestaurativa se dé por perdida para siempre y su búsqueda no ocasione más desgracias, había ocultado su identidad pesar de todas las adversidades que eso le ocasionase. Con estos nuevos aliados, más algún compañero de trabajo de Matt también convencido, Holland consigue escapar de la agencia gubernamental para la que éstos trabajaban.

EL DECLIVE

En el número 14, llega el sustituto de Wein, el guionista David Michelinie, que Joe Orlando ya tenía en la recámara desde hacía un tiempo. A pesar de que se nota un esfuerzo meritorio por mantener el nivel, dirección y estilo de escritura marcados por su antecesor, la serie va entrando en decadencia. Además, para principios de 1975, fecha de portada de esta entrega, la moda en los cómics de los monstruos del pantano quizás ha empezado a remitir, al igual que otras de esa década ya mencionadas como las artes marciales y la blaxploitation, y el público empieza a dejar de lado la colección.

Y aunque en justicia no se puede acusar al nuevo equipo creativo de que no cumpla expediente, es verdad que la serie ha perdido algo: A pesar de que sus tramas de mutantes por vertidos tóxicos, posesiones (se presentará al demonio Nebiros, que mucho más adelante será fundamental para el origen del superhéroe Blue Devil), cultos satanistas que pretenden robar la juventud, secuestros aéreos, o revoluciones en países sudamericanos, tienen gancho sobre el papel, el resultado final no llega a ser brillante. El esfuerzo sigue ahí, ojo, y la serie no es ninguna bazofia. También se tratan de tocar tangencialmente temas de cierto calado, como por ejemplo cuando se vuelve a introducir a Mister Ellery, cabeza del Cónclave supuestamente muerto durante la aventura en Gotham, y se da alguna pincelada sobre la cuestión del libre albedrío.

Con todo, como decíamos las ventas están bajando, la continuidad de la serie empieza a peligrar, y se nota que se empiezan a dar bandazos, buscando una nueva dirección. En el número 20, Gerry Conway le hace una suplencia a Michelinie a los guiones, y aparte de la cuestión de los nativos americanos, la fuente de vida eterna, o salvajes delincuentes moteros, nos encontramos con que los aliados de La Cosa del Pantano le dan erróneamente por muerto. Esa situación se prolongará casi una década, y Alec correrá sus aventuras hasta entonces sin Matt ni Abby. Una pena, ya que algunos aspectos de esta última se perderán para no ser recuperados cuando llegue el momento de su reaparición. Parece que caiga en el olvido que no es solo una bella y encantadora damisela en apuros, sino que era médico, y que además resultaba curioso cómo sabía indicar a Alec dónde debía golpear exactamente para interrumpir oscuros rituales ¿quizás se estaba indicando que algún conocimiento sí que quizás tenía de la mística carrera de su tío Anton Arcane? Nunca lo sabremos.

Michelinie vuelve en el número 21, pero guioniza un tebeo que da un poco de vergüenza ajena, sobre una abducción alienígena que sufre Alec a manos de un déspota extraterrestre. Parece más bien que estemos ante un fill-in inspirado en el tono de las historias más fantásticas de Hulk de los años 60, algo que rechina demasiado aquí. En el siguiente, en cambio, recupera muy buen nivel, pero es el último del guionista en la serie. Y es que, en el 23, desembarcan Gerry Conway a los argumentos, David Anthony Kraft en los diálogos, y todavía con Redondo dibujando.

El cambio de dirección es brusco y patente: se pretende cambiar a un estilo superheroico para intentar salvar a una serie que ya languidece. Se presenta a la maligna organización Colossus, cuyos miembros ya van de lleno con disfraces y máscaras, en contraste con el mas sobrio Cónclave, y emparentándose más con grupos como Hydra, Kobra o el Imperio Secreto. Su agente Sabre, reciclado de un secundario que apareció en el último número de Len Wein, es un supervillano tal cual, que pretende capturar a la Cosa del Pantano para que sus amos lo estudien y puedan crear un ejército de superhumanos. Ya cuentan con alguno entre sus filas, como el gigantesco Thrudvang, que con su envergadura y esquema de colores recuerda mucho al posterior Mongul de Len Wein y Jim Starlin.

Además, Alec reestablece contacto con Edward, su hermano del que no se nos había hablado hasta ahora, que resulta ser un químico reputado. Edward consigue curar a Alec y que pueda recuperar su forma humana. Éste empieza además a establecer una relación con Ruth, la ayudante de Edward, el cuál no acaba de ver esto con buenos ojos. Y hasta desde lo gráfico, el estilo cae del todo en lo pijamero.

Quizás Swamp Thing, con todos estos cambios, hubiese sido acabado dando de sí una andadura razonablemente correcta dentro de los parámetros del género superheroico. Pero al despojarla de sus señas de identidad, de sus raíces en lo terrorífico ya del todo, perdía lo que le había hecho especial, ese medio camino entre una y otra temática. En cualquier caso, daba igual. La serie fue cancelada en la entrega 24, de septiembre de 1976, con dibujos de Ernie Chan (aquí firmando como Chua) y Fred Carrillo así que estos cambios duraron apenas duraron dos números. Al final del episodio, se nos prometía un siguiente capítulo que, claro, nunca fue publicado, y en el que nuestro protagonista se enfrentaría a Hawkman. Algunas páginas ya dibujadas antes de la cancelación han ido apareciendo en los últimos años por internet, y subrayan ese vuelco ya total hacia lo pijamero. Parece atisbarse en ellas que la dinámica entre Alec y la Cosa del Pantano, iba a cambiar para quizás emular las del Hulk Marveliano, pasando de una forma a otra según conviniese en el guion. Para ser justo, no tiene mala pinta si se juzga desde una óptica netamente superheroica, pero, de nuevo, eso no era lo que hacía especial a la serie.

UNA MONSTRUOSA ESTRELLA INVITADA

Con la colección cancelada, al Monstruo de la ciénaga le tocó experimentar un periplo como invitado especial en varias series de la casa, como ya había aparecido antes de ser cancelado en Brave & The Bold número 122, con guion de Bob Haney y dibujos de Jim Aparo. Se dice que hubo un proyecto de volver a darle una serie, de protagonismo compartido con Hawkman, tal vez retomando ideas de aquel número 25 que nunca llegó a ser publicado, cosa que hubiese sido como mínimo muy curiosa de ver dada la extraña mezcolanza. Pero si aquello fue realmente en serio o no, en cualquier caso, nunca llegó a ver la luz.

Para volver a ver a Alec Holland habría que esperar a octubre de 1977, en la serie bimestral de los Challengers of the Unknown. A la altura de su número 82, escrito por Gerry Conway y dibujado por Mike Nasser, la trama conduce a los protagonistas a la misma población en la que La Cosa del Pantano se enfrentase al ente lovecraftiano M’Nagalah, con flashback incluido de aquel número. Para la siguiente entrega, que continuaba la historia, los Challengers reclutan a Alec, que vive su humanidad junto a Ruth. Pero, claro, la fórmula que había dado lugar a esa transformación pierde efecto y el Doctor Holland revierte a su forma monstruosa, para ser incorporado al grupo de manera regular a las filas del grupo. La serie de Challengers había sido recientemente reanudada tras años sin aparecer, y se intentaba lo mismo, darla un vuelco a lo netamente superheroico, uniendo a su elenco también a Deadman, y dando lugar a una curiosa alineación que estaba más interrelacionada con el resto del Universo DC. Los siguientes números están dibujados por un Keith Giffen que ya desplegaba aquel atractivo estilo que ya en la siguiente década le haría popular en su primera andadura en la colección de Legión de Super-Heroes junto a Paul Levitz.

Es importante señalar algo curioso, pero quizás afortunado para los puristas: estas apariciones de La Cosa del Pantano en Challengers of the Unknown, junto a las historias de los dos últimos números de su propia serie, serían posteriormente ignoradas, y esa etapa más superheroica del personaje pasaría a estar fuera del canon, como si fuese apócrifo todo lo que allí acontece. Es normal, considerando que esta reversión transitoria a la humanidad de Alec sería incompatible con las revelaciones sobre sus orígenes que más tarde hará Alan Moore.

Parece empezar a despertarse cierto interés por el personaje de nuevo, y se reeditan en un número doble los dos primeros episodios de Wein y Wrightson. Por otro lado, Matt Cable aparece como personaje secundario en el breve intento de revitalizar a la Doom Patrol en un par de números de la serie Showcase durante 1977 realizados por Paul Kupperberg y Joe Stanton. Esta colección estaba bajo unas circunstancias similares a la de los Challengers, dado que tras años cancelada se le había dado una nueva oportunidad. Pero con la llamada DC Implosion de 1978, estos revivals quedaron interrumpidos, y dejaron de ser publicados junto a un buen puñado de otras series, y las posibilidades de que La Cosa del Pantano volviese a tener cabecera propia se desvanecen, por lo menos de momento.

Volveríamos a ver al monstruo de la ciénaga en dos títulos cuya dinámica se basaba en que estuviesen protagonizados uno por Superman y el otro por Batman, pero que en cada episodio apareciese un héroe invitado. Así, en DC Comics Presents número 8, de 1979, nuestro pantanoso monstruo se encontraría con Superman en una trama que involucraba a Solomon Grundy escrita por Steve Englehart y dibujada por Murphy Anderson, y en la entrega 176 The Brave & The Bold en 1981, Alec Holland volvía a cruzar sus pasos con Batman, investigando en los pantanos de Lousiana el asesinato de la hermana de Selina Kyle, Catwoman. Este episodio de The Brave & The Bold tiene, aparte de los lápices de Jim Aparo, la característica de que fue escrito por Martin Pasko, un guionista que sería importante para el personaje en el futuro próximo.

LA PELÍCULA

En 1978, un académico que estaba consiguiendo que en ámbitos universitarios el cómic empezase a ser tomado en serio para ser estudiado como medio, ve la película de Superman de Richard Donner y Christopher Reeve, y tiene una idea. Michael Uslan, guionista ocasional de DC, muy bien relacionado en diversos ámbitos, decide que quiere llevar a Batman al cine, apartándose del tono de la popular serie de televisión de los años 60 y abrazando las raíces oscuras del personaje que en esa década han reinstaurado Denny O’Neil, Neal Adams, Steve Englehart y Marshall Rogers. Tirando de sus poderosas influencias consigue los derechos para ello, pero se da cuenta de que un filme de la envergadura que tiene en mente tardará mucho en ser estrenado. No se equivoca: hasta 1989, no podremos ver sus frutos en forma del Batman de Tim Burton y Michael Keaton. El caso es que Uslan, en medio de toda esta negociación por la licencia de Batman, consigue que Warner le regale los derechos de La Cosa del Pantano para llevarla al cine.

Uslan se pone manos a la obra para sacar algo pronto mientras su Batman se cocina poco a poco, logra que el director de terror Wes Craven (popular entonces por Las Colinas tiene ojos, y posteriormente por Pesadilla en Elm Street) fiche en su proyecto para filmar Swamp Thing, y en 1982, se estrena la película. Ésta, dentro de un orden, adapta bastante fielmente la trama general del primer cómic de la serie regular de Wein y Wrightson, aunque se toma licencias, como que el que instiga la explosión en el laboratorio de Alec Holland no sea el Mister Ellery del Cónclave, sino un Anton Arcane más joven, empresario despiadado relacionado con el mundo del espionaje, y despojado de sus componentes esotéricos. Linda y Alec pasan a ser hermanos en lugar de marido y mujer, para así introducir un nuevo interés romántico para La Cosa del Pantano: una mujer interpretada por Adrienne Barbeau que por lo demás, curiosamente, cumple el papel de Matt Cable en los cómics, y que lleva ese mismo apellido.

Pero a pesar de esta relativa fidelidad, y que, visto en foto, el traje que se enfundó Dick Durock para interpretar a La Cosa del Pantano parezca dar bastante el pego, la producción es claramente de serie B, y hasta se ven las cremalleras de dicho disfraz. Estamos ante una película mediocre, pero que despertó suficiente interés como para que DC se decidiese a aprovecharlo y lanzar de nuevo una serie protagonizada por el personaje, ese mismo año. El primer anual de la misma, era una adaptación a su vez de la película, y estuvo firmado por Bruce Jones, guionista de renombre en la editorial Warren, a los lápices un jovencísimo Mark Texeira, que años después acabaría siendo una estrella por su labor en el Ghost Rider de Marvel, y un profesional como la copa de un pino como era Tony Dezuñiga a las tintas, que, eso sí, dejaban ya totalmente irreconocibles los trazos de Texeira.

Como curiosidad, cabe destacar que en Warner confiaban tan poco en Swamp Thing, que no solo le regalaron los derechos a Uslan, sino que también le procuraron la licencia intelectual para adaptar de todo el material relacionado con el personaje que se realizase en futuros cómics. Así que, suyas eran para trasladar a la pantalla (de cine o televisión) todas las creaciones que Alan Moore plasmase más adelante en su aclamada andadura en la serie, incluidos por ejemplo John Constantine. Sí, Uslan ha tenido un cargo de producción en la película protagonizada por Keanu Reeves, en la secuela de Swamp Thing de 1989, y en las series televisivas del personaje de principios de los noventa, tanto las de acción real como la de dibujos animados. No figura en los créditos en cambio de las incursiones de John Constantine interpretado por Matt Ryan en las cadenas NBC y CBS, ni en la más reciente serie de la Cosa del Pantano de James Wan y Len Wiseman.

LA SAGA DE LA COSA DEL PANTANO

Como decíamos, DC lanza en 1982 una nueva serie La Cosa del Pantano titulada The Saga of the Swamp Thing, intentando capitalizar la atención producida por la película de Wes Craven. Se pone al cargo como editor a Len Wein, el creador de la criatura, y cada número llevará un complemento de unas pocas páginas protagonizado por Phantom Stranger. Wein según parece estaba sufriendo un bloqueo de escritor por aquel entonces, y aunque le hubiese encantado, no se ve capaz de narrar nuevas historias de su pantanosa creación. Le asigna los guiones a Martin Pasko, que ya había tomado contacto con el personaje en su aparición de The Brave & The Bold 176, y el dibujo al impecable (aunque algo soso) Tom Yeates. Y, al igual que hicieron Wein y Wrightson, trabajarán mediante el Método Marvel.

 Quizás para hacer a la colección más accesible al potencial público que se acerque a partir de la película, aunque en su primer número hay un reglamentario resumen del origen del personaje, se omite interrelación con pasadas andaduras del personaje y con el resto del Universo DC durante bastante tiempo. La nueva colección se caracteriza por estar edificada mediante una larga trama continuada que pretende alejarse de los tropos habituales del cómic de superhéroes y acercarse más a los de las películas y series televisivas de terror de aquella época. Pasko además había empezado a trabajar escribiendo para series de televisión, y quizás se pensó que su naciente experiencia en este medio contribuiría a darle un tono más cómodo para el lector que se animase a probar con el tebeo habiendo visto solo la película. Y efectivamente, al leer su etapa uno tiene un poco la sensación de estar ante un serial de terror de la pequeña pantalla. Hay ecos también del mencionado episodio de Night Gallery que adaptaba el Brenda de Margaret St John, con esa niña rubia de coletas aparentemente inocente, pero que alberga maldad, en contraposición a la inocencia genuina del monstruo limoso que la acompaña.

Y es que la acción comienza con Alec evitando que un hombre que acaba de disparar sobre su propia esposa acabe también con la vida de su hija pequeña muda. El individuo, que fallece en el forcejeo con La Cosa del Pantano, parece un fanático religioso convencido de que su mujer y la niña son brujas, y pronto Casey (como Alec empieza a llamarla) demuestra tener capacidades psiónicas. Por otro lado, una corporación llamada Sunderland ha enviado a un agente conocido como Harry Kay para capturar a La Cosa del Pantano, y redescubrir la fórmula biorestaurativa. Kay averigua a través de unos restos del monstruo, que éste poco a poco está muriendo por alguna enfermedad relacionada con su pantanosa condición. Y por si fuese poco para liar la madeja, Elizabeth Treymane, una periodista que ha escrito un libro sobre la leyenda local de La Cosa del Pantano en Louisiana, sigue también el rastro de nuestro héroe y de su protegida Casey para documentarse de cara a una secuela de su obra.

Así, entre enfrentamientos con pueblos asolados por el vampirismo, posesiones demoníacas que inducen asesinatos en serie de niños, granjas de clones que sirven para absorber empáticamente las heridas y enfermedades de sus dueños, la trama se va desarrollando, o quizás, al contrario, alambicándose.

Hay episodios realmente extravagantes, como aquel en que el yate del Coronel Avery Sunderland, propietario de la Corporación maligna a la que da nombre, es asaltado por cíclopes controlados mentalmente por un microorganismo alienígena que ha ido mutando a un ser marino de apariencia Cthuloidea, o el siguiente, con una isla en la que escenas de películas clásicas se materializan, debido a las capacidades psiónicas que han desarrollado unos veteranos de la guerra de Vietnam allí exiliados tras su exposición a un agente tóxico durante aquella contienda.

La maligna naturaleza de Casey se va desvelando, así como la duplicidad de Harry Kay, cuyos intereses divergen de los de Sunderland, ya que en realidad parece ser que es un antiguo científico nazi reclutado por el gobierno estadounidense tras la segunda guerra mundial. Pero no: lo cierto es que Helmut Kripttmann (su verdadero nombre) es un superviviente judío del campo de concentración de Dachau que sabe que Casey (en realidad llamada Karen, descubrimos) es la heredera mística de los ocultistas del Tercer Reich. Y la poderosísima niña, que ha acelerado artificialmente su crecimiento y ahora es una bella joven que ha recuperado el habla, pretende desencadenar el bíblico apocalipsis, pero, como sus antecesores nazis lo habían diseñado, que solo afecte a las razas no blancas.

Si el párrafo anterior, querido lector, le ha parecido confuso o como mínimo vertiginoso, no se confunde usted: la historia-rio de Martin Pasko avanza como caballo desbocado. A veces da la impresión de que tenía todo pensado desde el principio, y que no da de sí para plasmar la elaboradísima trama con claridad. Otras, de que necesita improvisar y así dar un volantazo brusco con el captar nuestra atención. Se presentan personajes que parece que cumplen su función para un número, pero que luego reaparecen incorporando revelaciones que parecen algo forzadas para así darles un nuevo papel de manera bastante innecesaria.

No es que no haya elementos de interés, con todo: además de que, admitámoslo, siempre mola mezclar nazis, ocultismo, satanismo y niños por poderes mentales, hay también comentario social, denuncia de los crímenes del Tercer Reich, personajes atormentados por la culpa, avisos sobre los peligros de darle a los niños una educación excesivamente edulcorada, las cuestiones morales del progreso en la medicina, o se plasma el drama de los veteranos de guerra, para después añadirle una réplica. Y como ya hemos comentado, es meritorio mantener el tono relativamente realista y con los pies pegados a la tierra de estas historias. La labor de Tom Yeates, excelente dibujante que, por ejemplo, ha sido nada menos que uno de los sucesores de Hal Foster en El Príncipe Valiente, hace mucho por ello desde lo visual.

Yeates tiene viñetas que más bien parecen fotogramas de película, por el modo en el que congela el dinamismo de una situación explosiva, acentuando su impacto, y ya lo hacía bastante antes de que ese recurso se pusiese de moda hasta el hartazgo.  Se subraya así, además, esa sensación de que más que ante una colección de tebeos estamos ante una serie de televisión. Sin embargo, estas mismas virtudes se vuelven en contra del artista en la gran traca final de la macrohistoria, a la altura del número trece, que requeriría por el libreto de Pasko de cantidades ingentes de espectaculares efectos especiales, y que los duelos entre seres con vastísimos poderes psiónicos, el golem hebreo, o la gran bestia apocalíptica de siete cabezas, nos dejasen boquiabiertos. Y ante estas escenas, su estilo no funciona tan bien. Si antes veníamos señalando los paralelismos con el medio televisivo, para ese final podríamos decir que se hubiese necesitado un filme de gran presupuesto, del que Yeates no dispondría.

Además, Yeates es un artista lento, y se teme que no consiga entregar a tiempo algún mes. Las ventas de la serie no son muy buenas, y lo único que falta es que haya retrasos, y haya que pagar a las imprentas y distribuidoras las penalizaciones procedentes en estos casos. No es el único que da ese problema: la carga de trabajo de Pasko en proyectos televisivos es creciente (y acabó siendo muy fructífera para él: firmó guiones de Buck Rogers, The Twilight Zone, Cheers, Roseanne, Max Headroom, Thundarr the Barbarian, Las Tortugas Ninja, o las series de animación de Superman y Batman), así que, tras el fin de ese arco argumental, vinieron dos números de relleno. Fueron guionizados por un Dan Mishkin muy poco inspirado y dibujos de Bo y Scott Hamtpon, y en ellos, el personaje del complemento, el Phantom Stranger, salta a la historia principal, y por tanto se va volviendo a interrelacionar a La Cosa del Pantano con aspectos del Universo DC.

Tras ese lapso, Yeates no regresa a la serie para dibujar las páginas interiores, aunque continuará realizando las portadas. Él mismo recomienda a sus sustitutos, a los cuales conocía de la Escuela de Cómics de Joe Kubert. El apartado gráfico queda en manos por tanto de Stephen Bisette y John Totleben, que estaban entusiasmados con hacer la serie, y querían incorporar elementos de terror más moderno inspirado en David Cronenberg o Ramsey Campbell. Pero inmediatamente empezaron a tener diferencias creativas con Martin Pasko, con el cuál no se entendieron bien. El guionista ha comentado alguna vez lo empeñados que estaban Bisette y Totleben en que también metiese dinosaurios de algún modo en las historias, dado el gusto de los artistas por dibujar a estas criaturas, y que esta insistencia tuvo cierto efecto “terriblemente desmoralizador “en él a la hora de seguir en la serie.

Y para colmo, las ventas se desplomaban mes tras mes. The Saga of the Swamp Thing estaba resultando un rotundo fracaso.

A partir del número 16, ya con los nuevos artistas y todavía con guiones de Pasko, se recogen los cabos sueltos de aquella primera gran saga y se establece el nuevo status quo: La Cosa del Pantano ha sido curada de aquella enfermedad que le aquejaba, y su séquito de secundarios supervivientes a la gran confrontación están legalmente dados por muertos, pero todavía son perseguidos por la Corporación Sunderland. Ésta conspira desde Washington con una agencia del gobierno, el DDI, dirigida por el misterioso Dwight Wicker y ha robado el cadáver de Linda Holland de su tumba para intentar extraer de él restos de la fórmula biorestaurativa. Los protagonistas, Alec, Liz Tremaine, Harry Kay/Helmut Kripttmann, y Dennis Barclay (un médico anteriormente empleado de Sunderland) están en la clandestinidad mientras se deciden a cómo actuar.

Tras una historia sobre un pueblo en el que hay una ilusión que hace parecer humano a Alec (y al resto de sus monstruosos habitantes), La Cosa del Pantano se reencuentra por casualidad con Abby Arcane, que en el tiempo que ha pasado se ha casado con Matt Cable. El matrimonio vive de manera humilde, después de que creyesen muerto a Alec en la serie de los 70, y de que el gobierno se vengase de su colaboración con éste arruinando sus vidas. Más aún, se descubre que el tratamiento de electroshock al que fue sometido Matt para borrar sus recuerdos de toda la información clasificada relacionada con La Cosa del Pantano, se lo administró Dennis Barclay. Y por mucho que el médico fuese obligado a ello por sus superiores y esté profundamente arrepentido, Cable alberga una profunda animadversión hacia él que se manifiesta de una asombrosa manera: resulta que dicho tratamiento ha despertado increíbles poderes psíquicos en Matt, que es capaz de conjurar ilusiones sólidas desde su mente. Y dado que está hecho un desastre, alcohólico y lleno de amargura, lo que hace aparecer son horripilantes seres monstruosos.

Esto da ocasión para que Stephen Bisette y John Totleben se explayen a gusto plasmando criaturas aberrantes, verdaderamente pesadillescas, en una concesión que Pasko debió hacerles y que muestra todo el talento que estos autores poseen con lo grotesco y psicotrópico. No les van a cortar las alas en ese sentido, ni mucho menos, pues inmediatamente, y más horroroso que nunca entra en escena Anton Arcane con el monstruoso cuerpo sintético que lució en su última aparición, acompañado por la nueva generación de sus No-Hombres. Tanto el villano como sus secuaces muestran ahora motivos aún más repugnantes, insectoides, pero tras su presentación a final del número 17, la siguiente entrega apenas aporta un par de páginas nuevas de historia, y el resto reimprime dicho último encuentro con el maligno tío de Abby, que tuviese autoría de Len Wein y Berni Wrightson.

Y es que Martin Pasko ni da abasto apenas a entregar a tiempo los guiones dados sus compromisos televisivos, ni está muy interesado en continuar con la serie, que es en estos momentos, nada menos que la peor vendida de DC. Se dice que no había sido cancelada por insistencia de Len Wein, que no quería que su creación sufriese tal triste destino, y que no dejaba de cruzar los dedos para que sucediese algo que levantase las ventas. Pero por lo visto, si hubiese habido un solo retraso en llevar una entrega a imprenta, ya nada hubiese podido salvar la colección de que DC la cerrase. El ritmo de producción de los episodios es tremendamente irregular, con grandes palizas de dibujo a última hora por parte de Bisette y Totleben ante las tardanzas de Pasko entregando los guiones.

Se toma una decisión y el 19 será el último número de Pasko. Allí tendrá lugar la colosal y horripilante confrontación con Arcane, y Helmut Kripttman sacrifica su vida en ella para que el villano muera con él. La verdad es que este desenlace, con el delirante arte de Bissette y Totleben desencadenados, resulta bastante más satisfactorio que el de la primera saga, aquel del número 13 en el que Yeates ilustró el guion de Pasko, así que la despedida de éste termina siendo a lo grande.

Para encontrar un sustituto, Wein ha recurrido a un autor inglés que parece tener prestigio allí, talento, profesionalidad en la entrega de su trabajo, y tarifas más bajas que los escritores norteamericanos. Alan Moore reemplazará ya en el número 20 a Pasko, en el que atará los últimos cabos sueltos de las tramas de éste, se quedará con lo que le interese y desechará lo demás. Pero como hemos dicho, el ritmo de producción es demencial, y a Bissette y Totleben, que demuestran entenderse mucho mejor con el nuevo guionista, se les solapa dibujar los números 18 y 19, y tienen que dejar ese número 20, el primero de Moore, en manos de un sustituto, Dan Day, para poder reasumir el dibujo de la serie regularmente a partir del 21. Eso, claro, si no se cancela antes la serie.

Hemos llegado a ese límite que nos habíamos marcado en el artículo al llegar al barbudo de Northampton. Pero como hemos comentado, lo cierto es que en su primera entrega como escritor de La Cosa del Pantano apenas le da espacio a terminar de cerrar las tramas de Pasko, a que Alec se cerciore de que Arcane efectivamente está bien muerto esta vez, a que la cacería instigada por el complejo industrial militar Sunderland-DDI saque de escena de la serie a Elizabeth Tremayne y Dennis Barclay, y a que se planten semillas de futuras historias sobre el estado de Matt Cable. Oh, claro, y a que al protagonista de la serie, La Cosa del Pantano, le acribillen y caiga inerte con un tiro entre las cejas en la última página.

Como ya es parte de la historia del cómic norteamericano, Moore continuó ese impactante final en su maravillosa historia La lección de anatomía del siguiente número, ya con Totleben y Bissette. Los problemas de entregas cesaron, y poco a poco la nueva etapa fue acaparando la atención del público, que respondió haciendo que las ventas subieran, salvando así The Saga of the Swamp Thing de ser cerrada. Se redefinió lo que creíamos más básico del personaje central, y se alcanzaron niveles de excelencia y clamor crítico que La Cosa del Pantano nunca había alcanzado, superando los de la etapa inicial de Wein y Wrightson.

A la vista de todo esto, y de que ya se han vertido ríos de tinta física y digital a lo largo de los años analizando la etapa de Moore, solo nos queda concluir. Si la reflexión o cuestión final es si lo anterior a que el barbudo de Northampton entrase a contar historias con Swamp Thing merece la pena, la respuesta es que sí, aunque esté en otra liga. La etapa de Wein y Wrightson constituye un clásico por derecho propio, y lo que hubo en medio hasta lo de Moore siempre mantuvo un nivel gráfico muy alto: Redondo, Chan, Nasser, Giffen, Aparo, Anderson, Yeates, los Hampton, Bissette, Totleben… ninguno es un nombre a desdeñar. Los guiones suelen ser correctos, en muy contadas ocasiones pueden en justicia ser calificados de malos, y por momentos, despuntan bastante, aunque, claro, nunca se llega a las alturas de los de Moore. Como mínimo, eso sí, son cómics entretenidos de leer, lo cual no es decir poco para un mismo personaje a lo largo de diez años y múltiples equipos creativos encargándose de sus apariciones en diversas cabeceras.

En España, la andadura de Moore ha sido publicada y reeditada en múltiples ocasiones y formatos, ya sea por Zinco, Norma, Planeta o ECC. A todos estos tebeos anteriores de los que hemos estado hablando es más complicado seguirles la pista: los 23 primeros números fueron publicados en blanco y negro por la editorial Garbo en la revista Dossier Negro durante los años 70 entre sus entregas 86 a 109, dejando inédito el último episodio, el dibujado por Ernie Chan y Fred Carrillo. La editorial mexicana Novaro editó en su revista de cómics Mi Gran Aventura, los siete primeros números de Wein y Wrightson llamando al personaje La Criatura del Pantano, y es probable que llegasen a España ejemplares de estas tiradas. En 1979 Bruguera dentro de sus álbumes dedicados a Superman publicó aquel DC Comics Presents 8 que lucía esta maravillosa portada de Jose Luis García-Lopez.

En 1983, en la revista Creepy de Editorial Toutain apareció la historia original de House of Secrets 92. Ese mismo año Toutain lanzó un tomo que la reeditaba en color, y que incluía en blanco y negro los cuatro primeros números de la serie regular de Wein y Wrightson. Un año después, Zinco publicó la serie regular de The Saga of the Swamp Thing de Martin Pasko y Tom Yeates sustituyendo el complemento de Phantom Stranger por la serie Night Force de Marv Wolfman y Gene Colan. Llegó solo hasta su número diez antes de cerrarla.

Ya en 2007, Planeta sacó a la venta un tomo en tapa dura que incluía el House of Secrets 92 y los diez primeros números de la colección de los 70, es decir, la etapa del dúo creativo Wein-Wrightson al completo. Y el tomo que ECC publicó en 2016 tenía el mismo contenido.

Es complicado hacerse por tanto en castellano con gran parte del material del que hemos ido hablando aquí. Existe un Omnibus de DC con casi todo ello en una edición excelente. También han sido publicados dos Trade Paperbacks llamados Swamp Thing: The Bronze Age, que dan cuenta de toda la primera serie, incluyendo algunas páginas sin colorear del inédito enfrentamiento con Hawkman, más sus apariciones en otras series como Challengers of The Unknown, DC Comics Presents y The Brave & The Bold. Está por ver si aparecerán así más tomos continuando con la etapa de Pasko y Yeates en la segunda serie.

Ojalá en algún momento, ahora que ECC tímidamente está empezando a publicar clásicos de DC, esa mecha encienda, y podamos disfrutar de ediciones de muchísimo material que los aficionados llevan tiempo reclamando. Y ojalá, el asunto llegue hasta tal punto de que podamos incluso ver este buen puñado de cómics de la Cosa del Pantano del que hoy hemos hablado aquí: muchos no son excelentes, pero no merecen el olvido.