En marzo de 2004, la publicación del número #154 de New X-Men puso punto final a la etapa de Grant Morrison al frente de la parcela mutante de Marvel. Como siempre sucede con el guionista escocés, su escritura de personajes que los lectores consideran tan suyos como de la editorial suscitó reacciones polarizadas. Al tiempo que algunos aficionados le lanzaban críticas feroces y esperaban que Joss Whedon reconstruyese lo que consideraban roto (algo que, desde luego, no se propuso hacer), otros incluían las cuarenta y una entregas firmadas por Morrison entre las etapas más memorables de la franquicia. Ya entonces parecían mayoritarias las voces que expresaban su fascinación ante una obra audaz, que recogió la tradición para subvertirla y hacerla avanzar. Casi dos décadas después, Panini Comics ha reeditado la etapa completa en siete tomos en tapa dura brindándonos una excusa para volver a leerla y, sobre todo, para valorar la impronta que el desempeño de Morrison dejó en la Escuela Charles Xavier para Jóvenes Dotados.
Bastaría con asomarse a los indicadores de Goodreads para ver que el público ha ofrecido un respaldo mayoritario a la (no tan) arriesgada apuesta de Morrison. También entre la crítica parece haber consenso, y arcos argumentales como E de Extinción o Planeta X se citan recurrentemente entre las mejores historias de La Patrulla X. Sin embargo, más allá del juicio que cada lector pueda emitir sobre la obra del británico, el tiempo que ha transcurrido desde su publicación permite llevar a cabo un ejercicio más interesante: tratar de adivinar las huellas de Grant Morrison en las grapas que llegan en estos meses a las librerías especializadas. De todo lo que hizo el escocés con Cíclope, Jean Grey, Lobezno y compañía, ¿qué parte ha sido naturalizada por los mutantes de Marvel?
Uno de los aspectos en los que se pueden leer ecos morrisonianos con cierta facilidad es en la caracterización de ciertos personajes como Emma Frost. La Reina Blanca fue creada por Chris Claremont y John Byrne en el número #129 de Uncanny X-Men. El patriarca mutante la presentó como una poderosa telépata que formaba parte del decadente Club del Fuego Infernal, y la enfrentó en diversas ocasiones a La Patrulla X. Es cierto que fue Scott Lobdell quien cambió la alineación de la Emma para ponerla de parte de los buenos en Generación-X, y que guionistas posteriores fueron suavizando el carácter del personaje para darle cabida entre los pupilos de Charles Xavier. Sin embargo, probablemente sea Morrison el autor que haya tenido una mayor incidencia a la hora de redefinir el personaje, a pesar del protagonismo de Frost en los Astonishing X-Men de Whedon.
Fue el autor escocés quien comprendió que no era necesario dulcificar el fondo pragmático y egoísta, tan a menudo rayano en lo perverso, de la Emma Frost que militaba en el Club del Fuego Infernal para darle un lugar en la Mansión X. Bastaba con idear un motivo para que ambas partes se viesen obligadas a aceptarse mutuamente y Morrison encontró el pretexto perfecto en el asesinato de más de dieciséis millones de mutantes en Genosha. Desde entonces, la antigua Reina Blanca ha unido su destino al de los hombres X pero sin renunciar a sus prioridades y casi sin esforzarse por disimular su talento para mover los hilos sibilinamente.
Pero además de dejar su impronta en personajes creados por sus antecesores, Morrison también ideó algunos personajes que han acabado ganándose un lugar en el elenco mutante, como Fantomex, Quentin Quire, Xorn o los cuclillos de Stepford.
Fantomex no ha sido (a priori) relevante en los primeros compases del reciente Amanecer de X, pero sí había jugado un papel destacado en las cabeceras narradas por Rick Remender, Cullen Bunn y Charles Soule en los últimos años, para crispación de quienes leen en el personaje todo aquello que no les gustó de la etapa de Morrison. Recientemente, Jonathan Hickman lo ha rescatado como protagonista de uno de sus Giant Size X-Men. Entrevistado a propósito de este one-shot, el escritor neoyorquino ha llegado a afirmar que uno de los motivos por los que el personaje le resultaba atractivo era precisamente porque leía en él al propio escritor glasgowiano. Sin embargo, la circunstancia que hacía necesario el regreso de Fantomex a la actualidad mutante no procedía de los guiones del escocés, sino de los acontecimientos que Soule narró en el número #6 de Astonishing X-Men en 2017, cuando la mente del Profesor X abandonó su cuerpo para ocupar el del antihéroe y poder así regresar al mundo de los vivos, tras haber sido asesinado por Cíclope durante el crossover Vengadores vs. X-Men. Fantomex, creado para ser un asesino, reinventado como ladrón con buenos modales y un afilado sentido del humor, parecía expiar sus pecados devolviendo a Xavier con los suyos para que pudiese guiarlos una vez más.
Cuando arrancó la publicación de Potencias de X y Dinastía de X, emergió la pregunta sobre si el Xavier que se leía en aquellas viñetas era todavía el que caminaba sobre el cuerpo de Fantomex o si ese aspecto de la continuidad se había dado por superado. Hickman aclaró en una entrevista al portal Adventures in Poor Taste que durante las dos series limitadas y en la primera entrega de X-Force, el líder mutante todavía habitaba el cuerpo de Fantomex, pero que tras resucitar empleando los protocolos krakoanos, había regresado a su carcasa biológica original. El Giant-Size X-Men: Fantomex no profundiza en ese proceso, ni siquiera en la relación de Xavier con él tras su generosa acción en el Plano Astral, sino que nos ofrece algunos nuevos detalles sobre su pasado, se lo rescata del limbo para actuar como pieza fundamental en la batalla contra una nanoinfección contraída por Tormenta y queda rehabilitado para futuras oportunidades.
Por su parte, Quentin Quire también ha tenido una presencia recurrente en los tebeos mutantes desde que Morrison lo presentase en el número #134 de sus New X-Men y, por momentos, una interesante incidencia en el devenir de la historia de los mutis. El escritor escocés lo caracterizó como un adolescente con grandes poderes telepáticos, prodigiosamente inteligente y con ideas propias, pero también emocionalmente inestable, condiciones que presentaron como natural que se erigiese como el instigador del motín en el Instituto Xavier. El espíritu provocador e inconformista del personaje lo hace claramente deudor de los conceptos que el guionista ha manejado a lo largo de su obra y en su etapa demostró potencial para actuar como agitador del árbol ideológico de la Mansión X, tanto como para introducir las paranoias psicotrópico-espirituales de Morrison en la franquicia.
Tras su rebelión estudiantil y posterior paso atrás, Jason Aaron aprovechó sus poderes para desatar la enésima oleada de odio antimutante en X-Men: Cisma #1. Tras haber sido confinado por Cíclope y liberado por Kade Kilgore, hijo superdotado de un fabricante de armas, que confiaba en que generase una situación de inestabilidad lucrativa, Quentin, cual cuclillo de Midwich, empleó sus poderes mentales para hacer que algunos de los principales líderes mundiales confesasen públicamente sus secretos más oscuros durante una conferencia retransmitida en directo por medios de comunicación de todo el mundo, creando una situación de jaque al status quo e invitando a todos los mutantes a rebelarse contra los humanos. El acto de Quentin provocó que los gobiernos mandasen diversos centinelas contra la isla mutante de Utopía… Y que nuevamente leyésemos la oposición entre la forma de abordar los problemas de Cíclope y Lobezno. Después del terremoto político provocado por Kid Omega, el canadiense optó por confiar la tutela de Quentin al Capitán América, con la esperanza de que lejos de la mano dura de Scott e inspirado por Steve Rogers, el joven no llegase a convertirse en un peligroso y resentido telépata de nivel omega.
Recientemente, Hickman y Benjamin Percy han integrado a un Quentin Quire más maduro a las filas de X-Force, donde ha comenzado su servicio a la nación krakoana investigando el asesinato de Charles Xavier por parte de un grupo antimutante junto a Domino y bajo la tutela de Logan.
Si la incorporación de Quentin Quire al comando de operaciones especiales krakoano, el número especial dedicado al ahondar en la caracterización de Fantomex o la sombra omnipresente del genocidio de Genosha en la fundación de su Estado mutante no fuesen suficiente evidencia del aprecio de Jonathan Hickman por el trabajo de Grant Morrison, en el número #5 de La Patrulla X, el neoyorquino compone un evidente homenaje al número de los New X-Men en que el escocés nos regaló una especie de psicodrama mudo que retrataba un viaje telepático del Profesor X. Pero los guiños son constantes. En el número #1 de Dinastía de X, por ejemplo, vimos a Magneto, seguido por los cuclillos de Stepford, pasar por delante de Xorn mientras realiza la visita guiada a los embajadores extranjeros.
Precisamente, Xorn es también una creación de Grant Morrison, que hizo su debut en el New X-Men Annual de 2021, ilustrado por Frank Quitelly. Presentado como un poderoso mutante al que un comando liderado por Cíclope libera de las autoridades chinas, fue acogido como miembro de La Patrulla X durante varias entregas de la serie hasta el memorable plot-twist en el que se revelaba que, en realidad, Xorn era el propio Magneto. En este caso, el personaje concebido por el escocés probablemente debía de haber quedado confinado en su etapa. Sin embargo, no tardó en regresar a las grapas de Marvel para ser torticeramente reescrito por Chuck Austen que, teóricamente atendiendo a una petición editorial a la que Morrison no se habría plegado, nos contó que existía un segundo Xorn (Kuan Yin Xorn) que podría seguir peleando junto a los pupilos de Xavier y que el cuerpo del que se había servido Magneto era el de su hermano gemelo (Shen Xorn) inaugurando un embrollo que se resolvió de forma tampoco muy elegante en Dinastía de M, empleando el viejo truco de lo hizo un mago (o una bruja, en este caso). Hickman parece haber optado por asumir lo escrito previamente sobre los hermanos Xorn, pero su papel en el Amanecer de X ha sido, hasta la fecha, literalmente testimonial.
Morrison y Hickman también se encuentran en el anclaje consciente de sus argumentos en las grandes historias de Chris Claremont. En el podcast de Sala de Peligro dedicado a las etapas de Morrison y Whedon al frente de La Patrulla X, Pedro Monje señalaba de forma acertada cómo los rompedores New X-Men eran al mismo tiempo una reescritura y homenaje de las grandes sagas del patriarca mutante. Menos evidente, pero algo de eso se lee también en Amanecer de X. El futuro distópico en el que los mutantes son hostigados y conducidos al borde de la extinción de Potencias de X remite a Días de futuro pasado, de la misma forma que sucedía con Bienvenidos al mañana. Claro que las distopías no son patrimonio exclusivo de la santísima trinidad mutante.
Con todo, una de las decisiones más trascendentes de Grant Morrison, de la que han ido bebiendo los guionistas que le han precedido, fue la de situar el foco sobre el hecho identitario mutante y su desarrollo cultural. Al centrar la atención sobre sus singularidades como colectivo y hacer que sus personajes se interrogasen a propósito de ellas en tanto que minoría, el escocés trasladaba los tebeos de La Patrulla X a un foro de debate que les resultaba natural y del que, sin embargo, sólo habían participado de forma tangencial. No es que Morrison abordase por primera vez a los mutantes como minoría, ya que habían sido desarrollados por Claremont siguiendo esa premisa, algo que se lee con claridad en su diseño de los Nuevos Mutantes, donde los jóvenes protagonistas pertenecen a etnias o colectivos minoritarios a excepción de Bala de Cañón. De hecho, si la cuestión de la marginación y la opresión no está presente (¡que no nos embauquen!) no es un cómic de La Patrulla X. Sin embargo, lo que hizo el escocés fue situar el foco intensamente sobre la cuestión y plantear en sus viñetas cuestiones que leemos en tradiciones literarias propias de grupos culturales en situación de desventaja o colonización cultural. Algunas de las páginas de los New X-Men no están tan lejos de esas en las que Philip Roth o Cynthia Ozick se interrogaron sobre qué significaba ser judío en los Estados Unidos de la segunda mitad del siglo XX.
Como en cualquier cultura de minoría, la amenaza sobre la extinción es un factor determinante. De la misma manera que no puede entenderse el arte o el pensamiento judío prescindiendo de la Shoah o la tradición antisemita, o las manifestaciones culturales afroamericanas sin la esclavitud o la segregación racial, tampoco pueden entenderse los mutantes de Marvel sin tener presentes los numerosos arcos argumentales en los que sus enemigos han tratado de exterminarlos por el hecho inevitable de ser quienes son. Morrison condicionó la caracterización de los mutantes en toda su etapa inaugurándola con el genocidio de Genosha. De alguna manera, toda la toma de decisiones de los protagonistas en sus New X-Men está condicionada por el asesinato de dieciséis millones de mutantes y su futuro en riesgo. Es el exterminio de los mutantes en Genosha lo que vuelve a acercar a Emma Frost y Xavier, es lo que redefine a Magneto como un terrorista desatado… Pero también es el leit motiv del hecho de ser mutante. Si como escribió Judith Butler, y parece que antes Nietzsche, la identidad es la respuesta sobre nosotros mismos que ofrecemos a alguien que nos interroga, la amenaza del genocidio es la principal cuestión que la sociedad suspende sobre las cabezas de los mutantes en la etapa de Morrison, y comenzamos a intuir que también en la de Hickman.
Hickman no podía esquivar esta narrativa morrisoniana y la invoca en forma de impactante collage a doble página, reproduciendo titulares de prensa sobre la matanza de Genosha cuando nos explica los motivos que han llevado a mutantes de distintas ideologías a aliarse para fundar un Estado que les sirva de refugio, en un planteamiento que emparenta Krakoa de forma inequívoca con el Estado de Israel: ambos se fundan como respuesta a una persecución sistemática y dilatada en el tiempo, con la voluntad de servir como defensa de una minoría para que, al menos en ese territorio, deje de serlo.
Resulta imposible no ver en el arranque de la etapa de Hickman un desarrollo de los planteamientos de Morrison respecto a la cultura mutante, en este caso, convertida en cultura nacional. La cultura de Estado que comienza a formular Charles Xavier tras el establecimiento de los mutantes en la isla de Krakoa, de la que el elemento más definitorio es el diseño de una lengua y un alfabeto propios, no serían creíbles sin el estadio previo que leímos en New X-Men. En las viñetas de Dinastía de X, Magneto sentenciaba que uno no puede crear una cultura distintiva sin un idioma propio, conectado a la cosmovisión de la que surge. Y la lengua krakoana se crea para expresar con una precisión imposible para cualquier otra lengua una realidad preexistente que había comenzado a encontrar sus cauces de expresión, Morrison mediante, a través de algo que podía llamarse música mutante, diseñadores de ropa mutantes… E incluso en el proceso de aculturación de jóvenes humanos que tomarían la corriente por contracultural, por el estandarte de la rebeldía.
Casi veinte años después, los cómics de Jonathan Hickman, que leemos como una señal casi inequívoca de la tercera llegada del mesías mutante, y las etapas más o menos interesantes que se han sucedido desde entonces permiten confirmar que lo que en su momento fascinó de los New X-Men de Morrison no fue puramente contextual, sino que el escritor escocés logró inscribir algunas cuestiones en la estructura genética de los mutantes de Marvel, de manera que igual que hemos seguido leyendo a Claremont sobre las páginas escritas por Brubaker, Fraction, Whedon, Aaron y compañía, podemos leer también, un poco al menos, a Grant Morrison en buena parte de las historias mutantes de Marvel.