Existe cierto consenso entre los aficionados sobre que, tras la etapa inicial de Stan Lee y Jack Kirby en Los 4 Fantásticos, hasta la de John Byrne como autor completo, la serie no tuvo mucho interés. El desfile de autores que hubo en medio es mayormente de gran renombre, pero está comúnmente aceptado que la magia y la originalidad en las historias se habían perdido, y que todos esos tebeos eran rutinarias repeticiones sobre los mismos temas. Sin embargo, hubo honrosas excepciones.
El décimo Marvel Omnigold dedicado al cuarteto fantástico que Panini ha publicado hace poco, titulado Alcanzar las estrellas, recoge los números #204 hasta el #231 USA, más los anuales #14, 15 y 16. Es decir, todo el material previo a la llegada de Byrne al guion y dibujo. Conviene resaltar que el creador de Alpha Flight y Next Men ya estuvo antes una temporada, incluida íntegra aquí, encargándose de los lápices de la serie, y en dos de sus episodios, también hizo sus pinitos escribiendo. Le acompañan nombres como los de Marv Wolfman, Keith Pollard, Joe Sinnott, George Perez, Doug Moench y Bill Sienkiewicz. No está mal, ¿verdad? Bien, pues además, gran parte del contenido del tomo (que no todo él, ya llegaremos a ello) es enormemente disfrutable, huyendo de ese síntoma que comentábamos de reputados profesionales entregando historias sin alma, y así más de la mitad del volumen se gana un puesto entre esas excepciones.
El libro comienza con una saga escrita por Marv Wolfman que sumerge a los protagonistas en el conflicto galáctico entre el noble pueblo del planeta Xandar contra los taimados Skrulls, y en su periplo espacial los héroes acabarán teniendo que hacer un mefistofélico trato con Galactus. Este material fue publicados muy a finales de los años 70, momento en que se emitió en TV una corta serie de animación protagonizada por los 4 Fantásticos, en la que, por tema de derechos (La Antorcha Humana había sido licenciado en solitario por una cadena rival que nunca llegó a materializar ningún producto con él), Johnny Storm fue sustituido por un pequeño e irritante robot llamado HERBIE. Los cómics, por tanto, tuvieron que introducir también mientras se emitía la serie televisiva a una versión de este metálico personaje diseñado por Jack Kirby para el mundo de la animación. Wolfman además se trajo a esta cabecera a los personajes y situaciones de Nova, otra serie de la que se encargaba, que acababa de ser cancelada por falta de ventas y que debía concluir sus bruscamente interrumpidas tramas en algún otro lado. El escritor pudo hacer malabares con estas situaciones que hubiesen comprensiblemente lastrado la labor de otro autor, amalgamándolas astutamente para contar una buena historia, e incluso jugó en esa mezcolanza con un elemento que no solo provenía de la colección de Nova, sino que a su vez estaba heredado ahí ya de otro trabajo suyo anterior, La Tumba de Drácula. Y con mucho mérito, consiguió que ese ensamblaje de piezas reutilizadas no chirriase.
Además, la breve ausencia de Johnny del lado de sus compañeros para hacer sitio a HERBIE (en la colección de cómics el menor de los Storm siguió apareciendo en una aventura en La Tierra junto a Spiderman) le sirvió al guionista para engranar de manera plausible un proceso por el que la Antorcha maduró emocionalmente, y sus compañeros en cambio rejuvenecieron a nivel físico. A Wolfman le preocupaba que Reed, Ben y Sue, si el tiempo transcurría en el universo Marvel al mismo ritmo que en el real, lógicamente empezasen a ser demasiado mayores, dada la edad que tenían en su primera aparición de 1961. Por aquel entonces, todavía no se había decidido oficialmente que los años pasaban de manera distinta en los cómics y en la realidad, y algunos (como el propio Wolfman y Chris Claremont) trataban todavía de seguir manteniendo la tendencia que parecía haber en los primeros tiempos de la editorial, de hacer crecer a sus personajes al ritmo de publicación.
Wolfman alcanza estos objetivos metatextuales de manera remarcable, contándonos una epopeya cósmica con acentuado sentido dramático que resuelve gran parte de sus tramas en Nova (el resto las acabaría más adelante Bill Mantlo en la serie de ROM), esta cuestión de la edad de los personajes (a pesar de que a corto-medio plazo dejó de ser necesario y simplemente, los héroes Marvel quedaron congelados en sus primaveras icónicas, como los de DC), y la imposición del personaje de dibujos animados. De propina, presentó al heraldo de Galactus llamado Terrax, y nos hizo disfrutar con un épico combate entre su titánico amo y un oponente de actitud ligeramente similar al Doctor Manhattan que parecía ser su igual en poder.
John Byrne, tras tres episodios de un magnífico Keith Pollard y otros dos de un cumplidor Sal Buscema, dibujó la segunda mitad de esta saga de Wolfman. Después nos encontramos con el anual #14, en el que George Perez a los lápices retoma a los villanos que creó con Len Wein un par de años antes en la serie, Los Siete de Salem, y se da cierto relieve a los personajes de Frankin Richards y Agatha Harkness. Esa trama será retomada por el siguiente equipo creativo para realizar una pequeña saga de dos números en la segunda parte de este mismo tomo.
Los siguientes episodios, los últimos de Wolfman (antes de irse a DC a hacer historia con Perez en Los Nuevos Titanes) pasan a ser más de andar por casa, con relatos de uno o dos números frente a oponentes clásicos como Blaastar u otros de nuevo cuño. Historias entretenidas sin más, de ciencia ficción clásica mezclada con superhéroes en un entorno terrenal. Además de Byrne al dibujo (y Joe Sinnott y Pablo Marcos entintando), que continuó tras la saga de Xandar-Galactus hasta el #218 USA, a Wolfman le acompaña en ese trecho Bill Mantlo coescribiendo. Cuando Wolfman se va, un par de números antes que Byrne, es Mantlo en solitario quien de hecho, usando las ideas que su predecesor había dejado plantadas firma la sorprendente resolución de la trama de HERBIE. El creador de El Tigre Blanco y La Sota de Corazones también guioniza un muy entretenido cruce con el número #42 de Spectacular Spider-Man, serie de la que se encargaba por aquel entonces. La aventura, de corte clasiquísimo, da ocasión a que los lectores disfrutemos de que John Byrne plasme una muy amena batalla de cuatro villanos Marvel de toda la vida contra el lanzarredes y los héroes titulares.
En el #219 USA debutó oficialmente el nuevo equipo creativo de nada menos que Doug Moench y Bill Sienkiewicz, sustituyendo al de Wolfman/Mantlo/Byrne. El cambio, una asignación del también recién llegado editor Jim Salicrup, fue tan repentino que los autores se retrasaron tras entregar los materiales de este primer episodio de su etapa, en el que aparecían Namor y el Capitán Barracuda. No era una muy buena manera de empezar, pero ocupados con finalizar su serial del Caballero Luna en el magazine The Hulk, más el número #21 de Marvel Preview dedicado a ese personaje, y la preparación de la serie dedicada ya del todo a Marc Spector, simplemente no dieron abasto. Salicrup, era muy consciente de que esto podía suceder, y tenía un plan de contingencia: tiempo antes, John Byrne se había encargado de elaborar el guion y dibujo para una historia promocional que iba a ser distribuida por Coca-Cola en colaboración con Marvel, pero finalmente la compañía de refrescos se echó para atrás de la iniciativa. El autor de origen británico-canadiense pudo reciclar este relato que había quedado archivado, añadiendo unas pocas páginas, y apañando así rápidamente dos números que fueron publicados como #220 y 221. Así, dio tiempo al relevo creativo de Moench y Sienkiewicz para ponerse al día y producir material con el que surtir a la serie puntualmente mes a mes a partir de entonces. Así que, de algún modo, aunque la aventura (que por cierto, da título y pone portada al tomo) resulta algo genérica, es aquí en realidad donde Byrne debutó como autor completo en los 4 Fantásticos, aunque no tuvo ocasión creativa de que pudiésemos vislumbrar las cotas de grandeza a las que los llevaría más adelante.
Como decíamos, con esos dos números de margen, Moench y Sienkiewicz, pudieron organizarse y volver a la serie de manera puntual ya durante el resto su estancia allí. Comienzan de nuevo, por tanto, en la entrega #222 USA, con la mencionada historia en dos partes sobre los Siete de Salem, Agatha Harkness, Franklin Richards, y hacen aparecer como estrella invitada al exorcista Gabriel Rosetti que había estado protagonizando relatos de terror demoníaco en el magazine Haunt of horror y que en los noventa se convertiría en personaje recurrente de la serie de Daimon Hellstrom.
Las siguientes páginas corresponden al anual #15, con guion de Moench, pero dibujado de nuevo por George Perez, en el que aparte de los malvados Skrulls otra vez, podemos ver nada menos que al añorado Capitán Mar-Vell, todavía vivo por aquel entonces. Pero más importante aún: el complemento de ese anual, que retoma la trama del anterior omnigold con Latveria gobernada por Zorba, plantará semillas para las primeras historias que John Byrne hará con el Doctor Muerte más adelante, y que son justamente recordadas como de las mejores del personaje.
El resto del tomo transcurre de manera francamente rutinaria a nivel argumento: Moench parece muy consciente de que Salicrup solo les quiere allí unos meses calentando el asiento. Las historias que plantea con civilizaciones ocultas de vikingos con tecnología futurista, los secundarios de la cancelada serie basada en juguetes Shogun Warriors, los parásitos cerebrales, el caudillo de la zona negativa llamado Stygorr, y todo lo que hay en medio resultan muy de salir del paso entregando cada mes, con profesionalidad, pero sin nada especial. Eso sí, su etapa cuenta con una baza definitivamente rotunda: el dibujo de Sienkiewicz es espectacular. Todavía trabajaba con ese estilo netamente superheroico y deudor en grado sumo de Neal Adams, y con las tintas de Joe Sinnott o Pablo Marcos, sus páginas tienen un sabor a Marvel clásica delicioso. Estamos hablando por tanto de un artista que ofrece un trabajo de aspecto radicalmente distinto al que unos años desarrollaría en Los Nuevos Mutantes o Elektra Asesina. Así que no debiera hacer huir despavoridos al leer su nombre en los créditos a amantes de estilos más convencionales del tebeo pijamero, sino todo lo contrario.
Tan solo hay dos episodios en los que el trabajo del dibujante no pueda ser calificado de magnífico: en el que aplica el entintado Bruce Patterson, que le desluce un tanto, y en el último que firma en la serie antes de irse de ella con Moench. A Sienkiewicz se le notan de manera patente las pocas ganas o prisas por terminar, y además, en las pocas páginas en las que Sinnott no le entinta y le toca a él mismo realizar la labor, sí resulta algo más experimental, desentonando un poco. De hecho, no llegó a completar el número y hay una página dibujada por, vaya, Al Milgrom, así que háganse ustedes una idea de qué tal figura ésta junto a las otras.
Peores resultados aún arroja el anual #16, aquí incluido y perpetrado por Ed Hanningan al guion y Steve Ditko al dibujo. Es una mera excusa para presentar a un nuevo personaje, Dragon Lord, cuyo diseño e historia francamente dan vergüenza ajena. Un Ditko que está en horas bajísimas no hace bien lo que mejor sabía hacer, ofrecer imaginativas visiones de paisajes extradimensionales, y los diseños de sus habitantes resultan deplorables. El del mencionado Dragon Lord ni de lejos se salva, y dado que se pedía la opinión de los lectores sobre él, como sondeando si concederle colección propia, no extraña en absoluto que nunca volviese a aparecer en un tebeo Marvel. Quizás lo único salvable de la historia, por querer buscar algo, pudieran ser un par de viñetas con el robótico Dragon Man.
A la vista de todo esto ¿merece la pena este tomo, con su alto contenido en historias tibias y algunas páginas de aspecto gráfico mediocre? Rotundamente sí, por múltiples motivos: para empezar, lo visual es de calidad por mayoría aplastante, a pesar de las breves excepciones señaladas. El hecho de que haya relatos que están bien pero que ni fú ni fá, tampoco eclipsa a la maravillosa saga inicial galáctica de Wolfman, cuyo peso específico por sí sola arroja un balance en conjunto francamente positivo. Luego está el tema de la labor de Byrne, cuyos incondicionales no querrán perderse, y que el resto es difícil que no disfrute, más el valor añadido de que haya aquí elementos que el autor retomará en su etapa en solitario. Además, tenemos a George Perez. Y a un Bill Sienkiewicz emulando a Neal Adams como los ángeles. Nuff’ said.
También está el elemento de coleccionista para quien lo sea: este tomo conecta directamente los anteriores omnigolds con los cuatro gruesos volúmenes de la colección Marvel Héroes dedicados a la andadura de Byrne en solitario con el grupo. Juntos, el aficionado tiene todo el material del grupo de corrido, desde su concepción en 1961 hasta mediados de los ochenta en un lujoso formato uniforme.
Y existe otra consideración: estos son de los primeros tebeos de los 4 Fantásticos que ediciones Forum lanzó en 1983. Es inútil tratar de negar el factor nostalgia en parte del público objetivo de esta edición, y en ese aspecto causará auténtica pasión entre todos aquellos que se iniciaron en los cómics Marvel precisamente con esta tanda. Las lecturas de infancia, sea justo o no, tienen mayor valor que las demás para quien las juzga.
Esto último además se subraya incluso más intensamente si nos vamos un poco más atrás en el tiempo, pues antes de Forum, parte de la saga con los Skrulls y Xandar de Wolfman fue publicada por Bruguera, como complemento de su serie dedicada a Spiderman. Ésta fue cancelada justo cuando la historia de Ben, Sue y Reed tenía un giro dramáticamente fúnebre, dando la impresión a los que la seguíamos ansiosos (ingenuos de nosotros por aquel entonces) de que ahí terminaba la historia de los 4 Fantásticos. Para aquellos que leímos esos tebeos de niño, y no pudimos saber que todo continuaba hasta tiempo después gracias a Forum, estas páginas fueron de superlativo impacto, y nos hicieron creer, comentábamos con los amigos en el patio del colegio, que cualquier cosa, cualquier cosa, podía pasar en los tebeos de Marvel. Eso nos hizo amarlos más, por mucho que estuviésemos confundidos por los avatares de las ediciones españolas, y luego nuestro corazón de niño se llenase de alegría al descubrir que nuestros héroes habían sobrevivido. Cosas así, cómics así, son los que crearon afición, y merecen por tanto un lugar de honor en las bibliotecas y corazones de los lectores de cierto recorrido.