Palabra de Editor es la columna de opinión de Pedro F. Medina (@Studio_Kat), Editor Jefe, responsable de licencias y redes sociales de Fandogamia y periodista con una faceta nada oculta de showman en los eventos de cómic y manga.De un tiempo a esta parte |
Estábamos Rubén y yo desayunando el lunes siguiente al Salón del Cómic de Zaragoza cuando nos llevamos el disgusto. Era un café rápido y listo, porque ya habíamos desalojado del hotel y solo nos quedaba coger la furgoneta y hacer un viaje de tres horas para cerrar el finde. El evento se adaptó a todas las incidencias (del evento en sí… y las acumuladas del Omicron), se arrejuntó la peña habitual, cerramos varios proyectos para próximos cómics, la normativa Covid estaba escrita en tablas de piedra, y no llevábamos los pasaportes de vacunación en la boca con las manos alzadas en señal de desarme porque con la mascarilla puesta no habría habido manera. El domingo por la tarde, con todo el pescado vendido y las sesiones de firmas finiquitadas, los editores ya salían de sus stands a deambular. Ver a los expositores paseando te da la misma sensación que si fueran plantas rodadoras del desierto: cuando los ves a la deriva sabes que ya no queda más que sacar las cajas y recoger.
Estábamos con el triste café mañanero, decía, pensando en las pocas ganas de coger el volante y enfrentarme a un banco de niebla que ni Silent Hill, cuando saco el móvil y me veo en la barra superior un aviso de veinte notificaciones del Twitter. Y en mi cabeza resuena un estridente “hostias qué pasa”, porque a esas horas tanto mensaje solo puede significar un marrón. Luego leería mucho más de la patata caliente que se me venía encima, pero en ese momento mi vista cayó en el tuit de BAMF! que nos mencionaba citando este artículo:
NO ME JODAS. Kenya Suzuki es el autor de ¡Cuéntame, Galko-chan!, manga de cinco tomos del que servidores llevan cuatro publicados en España. ¿Pero y esta locura? ¡Que justo el día anterior había estado vendido tomos de la serie! Recomendándola. Defendiéndola cuando Ricardo Esteban me vino al stand a curiosear y me soltó un manido “esto es muy guarrete”. Que nos queda un volumen para llevarla al día con la edición japonesa. Que lo están traduciendo ahora mismo. La hostia. Y, sobre todo, ¡qué aberración! ¿Esta es la afición del autor? ¿A esto dedica su dinero? ¿A IMPORTAR PORNOGRAFÍA INFANTIL? ¿¿ME ESTÁS TOMANDO EL PELO??
En ese mismo instante tomaba la decisión de no vender más mangas suyos. Rubén asentía mientras sorbía su café americano. Dijimos muchas cosas en ese momento, pero no hacían falta muchas palabras para entender el sentimiento mutuo: vaya jodienda nos ha caído, pero hay que hacer lo que hay que hacer.
Escribí a la carrera un par de mensajes públicos confirmando que nos hacíamos cargo de la noticia y que tomaríamos medidas, sorbí el café cagándome en todo lo cagable y de ahí a la furgo. Es posible que el cagamiento en voz alta durara un rato más, pero al rato ya estaba componiendo en mi cabeza lo que le iba a comentar a la agencia de derechos, porque hay una parte contractual que también debía ser resuelta. Tal cual llegué a la oficina descargué mi frustración por email de la forma más educada posible, porque una cosa es la ira/disgusto, y otra el savoir-faire. Que a ver cómo les dices que, por si no se han enterado, uno de sus autores lleva varios días en el calabozo por posesión de… total, que escribí algo como:
(…) Unfortunately, we have recently knew that the author has been arrested. We would like to confirm this information with you (…) because if it’s right we feel that we must cancel the series and not publish the last volume.
Luego revisé con escrúpulos las redes para otear reacciones, pero la mayoría de mensajes que me encontré apoyaban nuestra jugada y lo que representaba. También me metí a ver si algún otro editor internacional decía algo, pero nanay. Algún lobobo solitario llamaba al boicot hacia nosotros por no completar la colección, con la cantinela de que hay que separar al autor de la obra, y que qué culpa tienen ellos de que el creador haya salido rana, que no quieren que se les joda la estantería con una serie a medias. Puedo comprender que haya obras que trasciendan a su acto de creación y, de alguna forma, terminan perteneciendo a los lectores y lectoras, lo que tiene cierto sentido cuando la obra pasa al dominio público, pero poco o ninguno cuando hay royalties que le siguen llegando al propietario de los derechos intelectuales, que es quien se lucra de ello. Y que no estamos hablando de hacer fan-art, sino de financiar según qué.
Ya comenté en una columna anterior mis impresiones sobre este tema. Muchos lo explican mejor que yo, pero repetiré mis dos dogmas: “ser tolerante no significa tener que aguantarlo todo en esta vida” y “yo y mi dinero no tenemos por qué apoyar actitudes delictivas y/o deshonestas”. A aquellos que se puedan atormentar pensando que con la compra de estos mangas han sufragado la barbarie les diré que en ningún momento sus ventas en España superaron a los adelantos que nosotros ya habíamos anticipado a la editorial. Así que, en todo caso, los únicos contribuyentes hemos sido nosotros.
Claro que esto de pararlo todo nos supone un coste económico, pero aquí hay en juego actitudes que no pueden ser toleradas y valores que deben ser defendidos. ¿Escurrir el bulto? Me siento incapaz. No podemos ser una editorial decididamente feminista y comprometida pasando por alto el tema. El dinero aquí es lo de menos, y eso que me encanta el dinero. Siendo sinceros, también hay que tener en cuenta que una cosa es el dinero que pierdes, y otro el que dejes de ganar. Y, de todos modos, nuestra decisión anticipada parece ser apoyada por la editorial japonesa: unos días más tarde, la plataforma de webcómics Comic-Walker que albergaba las actualizaciones online de Galko-chan anunciaba también la cancelación de la serie. Aunque sigo esperando una respuesta oficial, todo apunta a que mi respuesta era la apropiada.
Y de parte de la F solo nos queda pedir disculpas por todo este caos, pero ¿qué ibamos a saber? ¿Que el manga está lleno de fan-service de colegialas?
Oh. Vaya.
Eso es lo que más me jode de todo. El cómic en sí era la definición de que no te puedes quedar solo con la imagen de cubierta. Captaba bastante bien la mentalidad adolescente. Había representación de todo tipo de cuerpos y valores que… son difíciles de considerar como positivos ahora cuando te das cuenta de que estaba dibujado por un tipo que importaba material pedófilo desde Alemania porque no lo podía conseguir en Japón. Es que cada vez que lo pienso me da vueltas la cabeza. Es todo un golpe, uno que no creo que afecte tanto a Fandogamia en el bolsillo como en lo emocional. ¿Me andaré con pies de plomo en mis próximas búsquedas de licencias? Pues podría ser. Ojalá que no. Pero.
¿Esto es lo que les pasa a los editores cuando se hacen mayores? ¿Esta sensación de que mejor pisar terreno seguro antes que apostar más por cosas raras que no son lo que parecen?
No quiero esto, no quiero nada de esto.