La guerra es una de las constantes que han acompañado al desarrollo humano. No en vano, somos el único animal que ha inventado un arma como la bomba nuclear. No deja de ser un mecanismo que solo tienen una única función: exterminar al máximo número de personas de la forma más eficiente posible. Toda la Historia ha estado bañada en sangre de varios bandos o, peor, de inocentes que estaban en medio del fuego cruzado. Somos lo que somos…
En Occidente se ha pasado por un periodo alargado de paz marcado por los conflictos localizados y por una calma tensa. Una que parece haberse agotado con el inicio de la invasión de Ucrania que, ojalá no sea así, vaticina el choque definitivo entre la OTAN y Rusia. Si eso pasa, nadie gana. Son tiempos raros…
Como también extraña resulta la coincidencia con el estreno de DMZ, la adaptación del cómic de Vertigo creado por Brian Wood y por Riccardo Burchielli. La serie pegó fuerte en su momento, pero parece algo denostada después de que saliera a la luz la trama de abusos por parte del guionista… En cualquier caso, la serie especulaba acerca de la posibilidad de que surgiese una nueva Guerra Civil en Estados Unidos y qué supondría ese cisma a su sociedad. Como es de esperar, se trata de un entorno bélico a gran escala en el que las distintas facciones no dejan de darse. Uno de los aciertos de la serie es que trataba de concentrarse en contar historias de civiles y de como les afecta el contexto bélico.
Evidentemente, ese cómic fue una reacción al shock provocado por el 11S y el belicismo estadounidense posterior. Y, bueno, parece que este título está destinado a estar acompañado por tragedias…
De hecho, la producción de esta serie se ha visto seriamente afectada por el COVID: debería haber sido una serie con varias temporadas y así fue escrita hasta que los problemas de producción ocasionados por la pandemia hicieron que haya terminado reformulándose como una miniserie de cuatro episodios que ha llegado ahora a HBOMax (o debería, puesto que HBOMax España no ha subido el cuarto episodio en el momento en el que se escriben estas líneas. Y no hay noticias concretas de cuándo lo van a añadir a su catálogo…). Todo ello, aunque pueda parecer que no, es algo que ha jugado a su favor.
De todos esos problemas, se han sacado oportunidades: les ha permitido hacer una distribución más generosa del presupuesto por episodio, lo cual ha permitido que la serie gane algo de empaque y de fuerza. Es una miniserie bastante vistosa en lo presupuestario, está a la altura de las expectativas en el sentido de la espectacularidad.
Desgraciadamente, no se puede decir lo mismo de la dirección, puesto que no hay ninguna imagen verdaderamente innovadora o que se quede en la retina del espectador. Por el contrario, la propuesta apadrinada por Ava DuVernay peca de ser demasiado convencional. Eso es un error a la hora de que esta producción tenga un impacto estético como sí lo tenía el cómic. Es algo que va muy en detrimento a la hora de que esta serie no sea vista como un acercamiento genérico. Había mucho potencial en el material original así como en el equipo creativo y parece ser un producto de encargo muy desapasionado.
Algo particularmente grave es que no es capaz de sacar el espíritu pop de las distintas facciones en un contexto postapocalíptico que pide eso. Es como si tuvieran una pulsión de lanzar algo más desinhibido, pero no se atrevieran por romper la naturalidad que se ha impregnado a las imágenes. Es una lucha interna que se deja entrever en todo el metraje. Así pues, se queda en una tierra de nadie puesto que no termina de ser una cosa u otra…
Es una lástima porque desluce una base que, en manos de otro, el resultado hubiese sido más interesante. El guion de Robert Patino, principalmente conocido por sus labores en Hijos de la Anarquía y por Westworld, es bastante sólido. Construye un relato contado con mucho pulso dramático y que sabe jugar bien las cartas para sorprender al espectador. Tiene algunas salidas más obvias y evidentes que otras, pero, en términos generales, es un trabajo notable que sabe cómo impactar y pedir que el espectador se implique en la narrativa.
También cabe destacar que es una pieza con un gran ritmo que cumple la función de mantener atento al espectador. De hecho, en su defensa, se puede decir que no parece mayor pretensión que esa. Y tiene mimbres para que termine encontrando su público. Pero llega tarde, puesto que el mercado de este tipo de historias está saturado (y en buena medida, la realidad se va pareciendo más y mas a estas ficciones). Y va en su contra: el factor sorpresa no le va a ayudar.
Aunque todos eso son peros que se le pueden poner a esta miniserie, lo cierto es que el carisma de actrices como Rosario Dawson (quien carga con todo el peso dramático de Alma, un personaje muy secundario del cómic, lo cual le han dado espacio para explorar. Esta no es una adaptación particularmente fiel…) y de actores como Benjamin Bratt. Su presencia hace que esta serie gane mucho. Con unos actores con un menor carisma, sería mucho más difícil de aceptar como, desgraciadamente, le pasó a Y, el Último Hombre.
DMZ es una propuesta lucha por tener su propia identidad en un momento en el que no deja de producirse un aluvión de series (y películas) postapocalípticas. Puede que el concepto, heredado del cómic, sea refrescante y novedoso, pero no termina de ser suficiente. Da una de cal y una de arena. Es un producto imperfecto que antepone el entretenimiento a cualquier otra consideración y eso hace que sea consumido con facilidad. Pero no deja huella… El problema es que el espectador televisivo es voraz y ya está acostumbrado a cosas que trascienden todo eso. Por ello, no deja de dar la sensación de ser una oportunidad desaprovechada y, más, teniendo en la misma plataforma propuestas tan estimulantes como Station Eleven. Otra vez será…