La hiperaceleración tecnológica y el previsible impacto que las innovaciones tendrán en nuestro día a día ha dado lugar a no pocas elucubraciones ficcionales sobre cómo transformará nuestras vidas. Si bien los expertos confían en que la sociedad reformulará sus patrones de trabajo hacia una mayor especialización tecnológica y a un boom de las habilidades blandas en la fuerza de trabajo, esquivando así los efectos de la robotización, las ficciones suelen decantarse por hipérboles con un fondo moral, que sirva de advertencia en nuestra relación con las máquinas.
Tomando la serie Black Mirror como universo distópico de referencia de este siglo, una especie de Alucine tecnológico, y en un momento de discusión de la cuestión distópica (Contra la distopía, de Francisco Martorell Campos o Lugar Seguro, de Isaac Rosa han abierto la veda), son pocas las distopías que realmente aporten savia nueva a un género tan sobresaturado como con evidentes síntomas de fatiga.
Not All Robots, de Mark Russell y Mike Deodato jr, consigue esquivar esta sensación con una original propuesta sobre la robotización del trabajo y la extinción de la mano de obra, la alienación colectiva, la manipulación de masas y la degradación del planeta. En esencia, problemas que ya tenemos sobre la mesa. Conscientes de que no van a inventar nada, Russell y Deodato triunfan en este primer tomo editado en España gracias al tono de la ficción en clave de comedia negra, la fortaleza del punto de vista y a sorprendentes giros de guion, que dejan una ensalada final, fresca y sabrosa, ideal para el verano.
Aire fresco en la ficción distópica
En este futuro cercano, 2056, el ser humano vive en ciudades estadio, encapsuladas debido a la pésima gestión del planeta, y los robots han sustituido la fuerza de trabajo del ser humano, encargándose de la gran mayoría de tareas. Cada familia cuenta con un robot que le representa y trae el pan a casa, unas cápsulas de proteínas cuyo olor y sabor no queremos ni imaginar. El poder de los robots, su desarrollo, autoconciencia y sentimiento de grupo, es cada vez más grande, y el ser humano comienza a verse amenazado tanto como los propios robots que se quedan obsoletos y pierden el sentido de su existencia.
Los primeros incidentes de calado desatan la furia en las calles y se palpa ya un futuro de alta tensión, ante el que los líderes mundiales responden con una evidente huida hacia delante. Este lienzo lo observa el lector desde el prisma de la familia Walter, dividida entre tecnófobos y tecnófilos, y cuyo robot, Rajator, cabizbajo y en un proceso de desazón vital, deambula entre el trabajo y el garaje familiar, donde afila armas para su inquietante “obra de teatro”.
Si Not all robots consigue sus intenciones, una mezcla de carcajada negra, inquietud, estupefacción y reflexión, es por su equilibrio entre humor grotesco, parodia colectiva, narrativa del colapso y estupendo pulso narrativo.
Uniendo el destino de personas y máquinas
Dibujando una sociedad con el pie en el acelerador aunque vea el acantilado al final de la recta, Not all robots expone que no solo perjudica a la propia humanidad, sino que hace vieja su propia innovación en cuestión de días. Esto iguala a humanos y máquinas en su sensación de obsolescencia, dejando en el mismo plano a quienes sufren la brecha digital y creando una sociedad inútil, dependiente, dócil y fácil de manipular. En ese espacio común entre máquina y ser humano, donde se crea un efecto espejo en el que unos seres y otros se vuelven igualmente frustrados, crueles, infantiles y ciegos, generando evidentes paradojas, en ese igualar la IA con la humana en anhelos y derrotas, es donde Not all robots se hace grande.
Su inquietante y gélida convivencia entre máquinas y personas recuerda a la exitosa exploración de Tales from the loop, la ficción retrofuturista inspirada en las ilustraciones del artista sueco Simon Stålenhag. Solo que Not all robot desecha su opción existencialista para apostar por un humor macabro que solo deja margen a la esperanza en esa puerta abierta final de este primer y satisfactorio tomo: el mejor amigo del hombre.
El premio Eisner a mejor obra de humor, nominada también a mejor cómic del año en 2022, es la serie que no encontrarás este verano (aún) en las plataformas digitales. La respuesta está en el papel. El corrosivo guion de Russell, de un renovado Deodato, sorprendentemente cómodo lejos de la ficción superheroica, dan en la diana en este sofocante verano que ha activado la alarma medioambiental, una alerta que conecta con la primera viñeta de esta historia.
No te la pierdas.