Hägar el horrible (1973-1974): el regreso del buen salvaje

Antes de convertirse en luminaria de la viñeta, Dik Browne ejerció brevemente como periodista en medios como Newsweek. Aunque siempre se lamentó de su falta de oficio, la capacidad de observación ejercitada durante el periodo le serviría a posteriori para moldear su creación más famosa: Hägar el Horrible –que en España se conoció durante tantos años como Olaf el vikingo u Olafo el amargado. Y es que detrás de la sencilla apariencia de este bonachón rey de los vikingos se esconde un laborioso trabajo de documentación. Browne estudió concienzudamente las tendencias imperantes en las tiras cómicas del momento y llegó a la conclusión de que para destacar entre tanto producto similar debía optar por un estilo netamente cartoonesco, lo más alejado posible del realismo anatómico, en el que abundaran las líneas curvas en detrimento de las rectas. Como siempre apuntó alto, intuyó que para tener éxito debía crear un modelo reconocible y atractivo para todo tipo de culturas, y que además pudiera legar a sus hijos -su hijo Chris continúa escribiendo las historias del personaje tras el retiro y posterior fallecimiento de su padre-. No le falló el olfato periodístico pese a todo: cincuenta años después de su creación, Hägar el horrible se sigue publicando en cuarenta países distintos y habla veinte idiomas. Hasta el hombre más poderoso del mundo, Joe Biden, tiene enmarcada una de sus viñetas en el Despacho Oval.

Coincidiendo con este 50º aniversario, Dolmen Editorial recopila en la línea Sin Fronteras los dos primeros años de tiras de prensa diarias y dominicales de Hägar el horrible. En este primer material aún no ha hecho acto de aparición el plantel completo de secundarios que darán tanto juego posteriormente en la serie, pero sus doscientas páginas resultan muy definitorias del tipo de humor que caracterizará al personaje. Browne, que creó a Hägar en un entorno socioeconómico incierto, siempre pensó que la receta para enfrentarse a los males del mundo pasaba por utilizar el humor más bufo que pudiera emplear, lo que le lleva a emplear todo tipo de clichés sin pudor –los bárbaros nunca llevaron cuernos en el casco- y un sinfín de anacronismos sin pizca de vergüenza: en uno de sus “viajes de negocio” a Italia regresa con un escudo en forma de pizza. En otro de sus escarceos, sus secuaces le imploran que no siga adelante en sus planes de conquistar un castillo para no incurrir “en problemas legales” ante la señalética que rodea la entrada: “¡Cuidado con el perro! ¡Carretera de servicio!”.

Con una economía de trazo y maestría formidables, Browne es capaz de extraer un sinfín de tics gestuales de Hägar, desde la más absoluta ternura a la más ridícula de las jactancias. Además, el autor neoyorquino retuerce las posibilidades narrativas de la tira cómica al servicio del gag. Cuando emplea tres viñetas, el panel del medio suele reforzar la idea fuerza que se presenta en la primera, mientras que la tercera sirve como desafiar las expectativas de los personajes y el lector y despertar la hilaridad. Se trata del tipo de composiciones que emplea para situaciones cotidianas, que nacen del desconcierto del personaje ante situaciones que le superan. Cuando Hagar está inmerso en alguna acción de combate, apuesta por una viñeta horizontal en la que el vikingo representa la voz de la razón y el contrapunto cómico proviene de su ayudante Fortunato, que tiende a interpretar las órdenes de manera demasiado literal y a provocar el caos a su paso.

Browne siempre renegó de aquellos sesudos analistas que trataban de sobreinterpretar su obra, pero lo cierto es que muy a pesar las tiras de Hägar el horrible documentan la realidad del momento con precisión quirúrgica. Al igual que las parábolas escapistas de la  ciencia-ficción sirven más para definir el presente que para adivinar el futuro, los dilemas a los que se enfrenta Hägar son bastante universales, aunque se desarrollen en una brumosa e incierta era pretérita. Como tantas obras del momento, Hägar el Horrible refleja el desconcierto de un padre de familia tradicional ante un cambio de paradigma que supone la destrucción del modelo familiar imperante hasta la fecha. El barbudo y pelirrojo protagonista ha edificado su vida sobre una base de fantasías de poder y hedonismo masculino. Encuentra el placer en la destrucción y el pillaje, en las borracheras con hidromiel y en la fuerza bruta. El problema es que el mundo ha evolucionado y el bueno de Hagar ha acabado por convertirse en una antigualla que no encuentra su sitio.

Para reforzar el desconcierto vital del personaje, Brown le rodea de un entorno familiar muy peculiar, que no deja de ser por otra parte una transposición de la familia norteamericana de los 70. Su esposa Helga ya no encuentra ninguna satisfacción en esperar a su marido con la cena caliente en la mesa y una sonrisa radiante en el rostro como antaño. Antes al contrario, le afea y ridiculiza comportamientos de forma constante. En una de la tiras, Hägar exclama extasiado, espada en ristre: “Hay viento fresco hacia Inglaterra y una luna para iluminar mi camino. Los enemigos y la gloria me esperan y solo puedo decir…¡adiós!”. En la siguiente viñeta le vemos cabizbajo ante la figura de Helga que le ordena bajar la basura al salir de casa. En otras de las tiras, en las que su esposa aprovecha los cuernos de su casco para hilar, se queja amargamente de “no poder estar saqueando Inglaterra”. Evidentemente, algunos gags han soportado mejor el paso del tiempo que otros – Hägar descubre que las gafas le permiten ver mejor, hasta que las utiliza para ver a su mujer y, asustado, las rompe en añicos de un espadazo-, pero la mayoría siguen resultando universales a día de hoy.

Las cosas no le van mejor con su hija Honi, que ha decidido rebelarse contra el rol de género que se le ha impuesto desde niña; la joven valkiria no tiene problema alguno en presentar actitudes presuntamente varoniles y tiende a enamorarse de músicos, poetas y almas sensibles. En una de las tiras, advierte a su padre que no se casará con cualquiera: “El hombre con el que me case, debe ser fuerte, valiente e independiente…un hombre al que pueda admirar…un hombre al que pueda respetar…un hombre en quien pueda confiar…un hombre a quien pueda dominar completamente”. A Hägar solo le queda recurrir a su hijo Hamlet pero, de nuevo, la realidad se abre peso. A su vástago le gusta llevar el pelo corto, estudiar y encontrar explicación racional a los fenómenos naturales, invirtiendo así de manera cómica la brecha que se abre ente padres e hijos al llegar a la adolescencia: “¿Qué tienes en contra del pelo largo? Sinceramente, papá, tengo que mirar dos veces antes de poder distinguir a los chicos de las chicas”, le espeta. Tan solo una de las perlas de humor de las muchas que pueden encontrarse en una de los títulos más divertidos, entrañables y mordaces de la historia de las tiras cómicas.