¿Qué es lo que recordáis de este cambio del paso del siglo XX al siglo XXI? No solo fue un cambio de siglo, fue un cambio de milenio. ¿Cómo lo afrontasteis? Servidor lo recuerda como un tiempo de cambios en el que, efecto 2000 aparte, se enfocaba todo con mayor optimismo. Así lo percibió un chaval de ocho años. Como también sintió como todo se quebró realmente con los atentados del 11S. De ahí se pasó a una incredulidad y una sensación malsana que no ha dejado de incrementarse hasta el día de hoy.
En el pasado siglo no se había implantado la tecnología en nuestra cotidianeidad como en el presente siglo. Tampoco se había agilizado absolutamente todo. La información que llegaba estaba limitada por unos grupos de comunicación y, por tanto, pasaba filtros, lo cual evitaba esta saturación de efectos contraproducentes. No éramos tan condenadamente falsos, proyectando imágenes de lo que nos gustaría ser en nuestras redes sociales. Ni los cimientos en los que se han cimentado la cohesión social han sido tan débiles. Había una mayor despreocupación por cuestiones como el medio ambiente y la huella que dejamos en la tierra. Y la juventud, por mucho que cantasen los Sex Pistols, tenía unas mayores posibilidades de construir sus propios proyectos.
Probablemente una de las explicaciones por las que la ficción de masas, en lugar de tratar de entender el presente o hacía donde nos conducirá el futuro, ha optado por hacer nostálgicos y referenciales viajes al pasado. Tal vez ahí sea donde encontramos los pocos depósitos de verdad o de tiempos más sencillos que los nuestros en los que refugiarnos, como si hubiese una posibilidad real de quedarse congelado en esos momentos más felices.
Lo justo es decir que la nostalgia siempre ha estado presente, en mayor o menor grado. En los ochenta la sentían de los cincuenta, por ejemplo. Pero siempre desde una perspectiva contemporánea. Se hicieron recreaciones históricas, pero como método de entender algunos cambios sociales. Es difícil recordar una época en la que, como esta, no somos capaces de generar ideas icónicas que calen en las masas porque el público prefiere desenterrar e intentar resucitar al pasado. Y cuando eso pasa, la vida no vuelve. Solo una versión distorsionada de ella. Sin embargo, a principios de siglo nos dieron a entender que no debía ser así. Que era necesario actualizar, renovar o, incluso, romper algunas cosas. Se crearon piezas con un espíritu más iconoclasta, con el objetivo de hacer progresar la ficción y conducirla a sitios nuevos.
No hubo que esperar a entrar en el año 2000 para encontrar la gran obra que reflexionase acerca de cómo encajaría y evolucionaría el noveno arte en esta nueva entrada (con perdona a la genial Jenny Sparks como encarnación máxima del siglo XX). Planetary nació en 1998, algo adelantado a su época, con la finalidad de remover todo aquello sobre lo que se ha construido todo el contenido con la finalidad de satisfacer a un público masivo. Y, al menos, en los primeros años de siglo, está claro que muchas de las disrupciones que trajo, han influenciado a algunos de los que vinieron después. De hecho, ni Marvel ni DC habrían sabido adaptarse al nuevo siglo si no hubiera habido obras pioneras como esta que abrieran el camino. Es una revolución equivalente a la invasión británica.
Alan Moore, que un poco conocedor de la materia y del progreso por el que ha pasado el cómic, es, señala en su prólogo escrito en 1999:
“Éste es un cómic mainstream ejemplar del cambio de siglo. Durante un periodo en el que muchos cómics parecen haber caído en un pozo seco, o se inclinan a seguir adelante a ciegas sin ningún plan coherente que les guíe, Planetary tiene un brillo y atrevimiento propios, una característica erupción de las neuronas en pautas novedosas e interesantes a la vuelta de cada página. Trata a la vez de todo cuanto fueron los cómics y de todo lo que los cómics podrían ser, todo condensado en la joya de un perfecto fractal copo de nieve”.
Alan Moore, 1999.
Esas palabras del bardo de Northampton, indican exactamente la que es la esencia de las intenciones creativas de las que parte esta pieza. Si en Transemtropolitan nos encontramos con una autopsia a un contexto socio-político de una sociedad que se ha desangrado hace mucho, Planetary hace lo propio con la cultura popular.
Ahora bien, ¿Qué es la cultura popular? Es algo que todos tenemos interiorizados, pero que es difícil definir, ya que la definición de la RAE: “Conjunto de manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo”, se queda corta. ¿Los cómics de superhéroes o los personajes pulp son un reflejo de la vida del pueblo? ¿A qué pueblo hace referencia esa definición?
Está claro que el pueblo español, si lo entendemos como población mayoritaria que no tiene privilegios, no es, en absoluto, el mismo que el estadunidense. Y como el humor, la música o los cómics han demostrado, también están muy alejados del británico. Entonces, ¿Qué significa realmente cultura popular? Lo primero que hay que entender es que surge de un modo elitista para identificar los productos de mero entretenimiento masivo, con las creaciones de más calado.
Se entraría en un debate que dependería exclusivamente, al fin y al cabo, de criterios puramente subjetivos. Con lo que es difícil definirlo. Pero es una etiqueta que, verdaderamente, engloba mucho de lo que trata. Así que, a partir de este momento, se va a evitar el empleo de este término en este artículo, con la finalidad de ser lo más claro posible.
Warren Ellis es alguien que sabe ir al núcleo de las cosas. Creo que el calificativo de visionario le quede grande a cualquiera. Pero es alguien obsesionado por los avances científicos y tecnológicos y cómo eso nos puede afectar a nuestras relaciones de poder y al tejido social.
Pero no era alguien con un bagaje en ese tipo de contenido mainstream. No hasta el punto de afrontar una obra con unas motivaciones como estas. Ellis jamás había investigado hasta llegar tan hondo. Quería averiguar cuáles eran los cimientos y los sustratos culturales sobre los que construyó los mitos heroicos. Y descubrió que se crearon en una serie de valores que este pone en tela de juicio.
Pero también hablamos de alguien que conoce perfectamente cómo los recursos que se deben emplear para entretener, por mucho que los temas que tenga de fondo sean más conceptuales que concretos. Al fin y al cabo, aunque sea una ficción que replantea otras ficciones, no deja de ser una. Y una publicado en el mercado americano que debe cumplir las funciones de ser del agrado de un público determinado. Pero lo hace sin tomarlo por estúpido, poniéndonos al mismo nivel intelectual que los creadores.
Planetary es un cómic plagado que cabalga las contradicciones (no confundir con errores argumentales, que esos escasean). Que no tiene miedo a tenerlas, como buena obra posmodernista, no hay certezas de nada. No sabemos claramente por qué estamos aquí no hacía donde nos estamos encaminando. La realidad es un lugar caótico en el que no tenemos muchas certezas. Y esta obra pretende ser reflejo de ello.
Partamos de la premisa: unos “arqueólogos” llevan a cabo misiones encubiertas para destapar misterios del pasado y mantenerlos ocultos. Sin embargo, la serie de 27 números, nos conduce a la imposibilidad del uso de ese pasado para cumplir el objetivo de cambiar el futuro. El concepto en sí mismo, cae en una ambigüedad fascinante: la investigación del pasado oculto en un cómic que quiere empujarnos al futuro.
Los personajes, a su vez, son un sutilísimo trasunto punky dela clásica trinidad que preside cualquier grupo superheroico que se precie. Tres personas con poderes y caracteres muy distintos: dos hombres y una mujer en medio de ambos que, en muchas ocasiones, debe ejercer de la voz de la razón. Un improbable grupo que colabora juntos por razones un tanto endebles, pero muy efectivas. Evidentemente, la implicación emocional de unos respecto a los otros será algo que vaya en aumento junto a la cifra de los ejemplares.
Antes de intentar definir a los personajes, que son buena parte del peso argumental, lo correcto es acudir a la raíz. Estas son las descripciones que escribió Warren Ellis en el documento de venta de Planetary:
Elijah Snow: se une al equipo en el primer número, convirtiéndose en el interrogador y el detective del grupo. Es muy viejo del mismo modo el que lo es Jenny Sparks, pero parece joven. Ha visto mucho. Tiene un accidentado historial de trabajar para la inteligencia o en operaciones encubiertas. Se esconde en algún punto del medio-oeste. El único motivo que le lleva llega a unirse a Planetary, es que todo su historial quedará eliminado de la faz de la tierra, incluso los más confidenciales. Es un cínico, muy irascible y no tiene nadie que le aguante. Los años oscuros del siglo veinte le has arrebatado la alegría. Planetary es, por lo menos en alguna parte del arco, Elijah Snow redescubriendo el sense of wonder y un reencuentro con la raza humana. Tiene el pelo blanco y corto, los ojos como pedazos de hielo y es muy guapo. Le favorecen los trajes blancos caros y estilosos. Y, como el resto de Planetary, tiene una habilidad especial. Tiene que ver con el frío. Lo usaremos sutilmente, nada brusco, pero controla la temperatura en las zonas en las que está. Hace que los interrogatorios sean muy incómodos. Y tendrá acción, también.
Jakita Wagner: La lideresa del equipo. Tiene unos veinticinco años y se unió a Planetary como un antídoto al aburrimiento (no cuenta lo que estaba haciendo antes porque algún día lo revelaremos). Es muy, muy lista y el aburrimiento es su enemigo mortal. Planetary es la única cosa a la que le presta atención lo cual hace que ella sea solitaria. Pelo negro cortado en un estilo a lo Luoise Brooks. Lleva una variedad de trajes de cuero negro, como si fuera una gata. Entre Catwoman y una Mrs. Peel si fueran los noventa. Mrs. Peel es una buena referencia. Es una heroína de acción de la vieja escuela. Patea muchos culos, poca broma. Tiene una fuerza sobrenatural, corre a 194 kilómetros por hora, tiene sentidos superiores y habilidades de cazadora.
The Drummer: es el hombre de la información. Los ordenadores le hablan directamente a su cabeza. Las televisiones le hacen truquillos que no son naturales, solo para él. Tiene vientipocos. Está trabajando para Planetary desde que tiene quince (eso es una historia que ya se contará). Es más probable que sean los otros quienes entren en acción en su lugar. Le gusta más los datos que las armas. Está en esto por obtener conocimientos y por las ideas locas y bellas. Tímido, con un sentido del humor seco y cortantes. Tiene sus propios secretos. Es más bajo que los otros, cabeza afeitada y perilla. Sus gustos tiran hacia los tejanos y las chaquetas grises y camisas estridentes y horribles. Es triste. Ewan McGregor en un cómic de superhéroes.
Warren Ellis. 1997.
Menos la cabeza rapada y los grises, esta descripción de personaje es bastante acertada a lo que ha terminado siendo. Seguramente estos cambios se deben a aportaciones del otro gran nombre detrás de esta obra: John Cassaday, que hizo de este personaje su alter ego respecto al aspecto que ha terminado teniendo.
Aunque es esquemático sirve perfectamente para entender el carisma y las relaciones que tendrán estos personajes. Mucho o poco, si Planetary ha aguantado tanto y ha calado hasta convertirse en una obra de culturo es, en buena medida, gracias a los personajes y las divertidísimas interacciones entre ellos. Y todo ello está desde esta descripción iniciática, además de señalar el otro gran aspecto que hace que la serie mantenga el interés: los secretos.
Dejando de lado las imaginativas historias verticales, en las que tenemos a personajes lanzando visiones poco amables con los grandes personajes que han calado en la memoria colectiva (con un Cassaday pletórico mostrando muchísimo dinamismo a la hora de adaptar su dibujo a todo aquello que las distintas historias precisan. Pasamos de homenajes de Steranko a Tim Bradstreet, pasando por la estética kaiju o a recursos heredados de Matrix), lo que verdaderamente nos interesa son las grandes preguntas y las tramas horizontales. ¿Quién es el Cuarto Hombre? ¿Quién está detrás de Planetary? ¿Quién es realmente Elijah Snow? ¿Qué pasó con la persona que le precedió? ¿Cuál es el pasado de todos ellos? Y Ellis sabe manejarlas de una forma magistral.
El guion tiene una estructura muy visible y delimitada. Todas las cartas se ponen cara arriba en el midpoint de la serie. Esa siempre es una jugada complicada, ya que hace que pegue un cambio de rumbo radical y disruptivo. Elijah Snow tiene una gran anagnórisis y, con ella, se resuelven las grandes preguntas de la serie. Y a partir de ahí, progresivamente misterio pasa a ser venganza y redención, si es que ambas pueden convivir o, incluso, retroalimentarse.
Este tipo de jugadas argumentales son tan simétricas como arriesgadas. Porque se corre el riesgo de que los lectores que vinieron atraídos por un tono y un estilo de historias concreto, se vean traicionados, ya que la segunda se convierte en una cosa completamente distinta. Un protagonista confuso y pasivo, pasa a tomar las riendas y a sacar su verdadero potencial.
Pero no es así. Todo fluye de un modo en el que tiene todo el sentido que todo se desarrolle del modo en el que lo hace, por muy extraños que sean los terrenos a los que nos conduce. Todo encaja con las leyes de su universo, con lo que no hay decisiones de guion arbitrarias. A su vez, aunque nos lleve a terrenos inesperados, eso se convierte en estimulante porque, precisamente, no termina de ser otra cosa totalmente distinta a lo que nos encontramos en los primeros números. No se subvierten las expectativas. Tan solo, se llevan a otro lugar que es muchísimo mejor que lo que podríamos haber esperado. Y con este tipo de decisiones, se muestra a un Ellis muy experimentado que sabe muy bien esa cosa tan fácil de decir y difícil de ejecutar que es contar bien una historia.
Y por ese motivo, es difícil englobar esta obra en un género o subgénero específico. Es una obra en la que cada ejemplar nos lleva a unos códigos estéticos, gráficos y argumentales diametralmente diferentes. Ahora mismo tenemos más interiorizados esa disolución de géneros. Cuando no había un género concreto, pues se tendía a emplear el tipo de narrativas a las que Robert Mckee llamaría minitramas o antitramas. Sin embargo, Planetary también hibrida esto porque estamos ante una narración lineal que transcurre en muchos géneros. No era, en absoluto, la mitad de habitual en el momento en el que fue concebida.
Pero, puestos a aventurarnos, se señalaría que es una obra de ciencia ficción. Eso en primer lugar. Es el género predominante, con el que guarda mayores similitudes si vemos la obra como un todo. Eso se señala porque busca darnos claves en base de la ficción especulativa de base (pseudo)científica. Pero parte de una singularidad: lo hace mirando a los iconos del pasado. Y con una mirada poco amable en ocasiones, juguetona en otras. Autoconsciente y metalingüística en todas.
Y si el lector entra en el juego, siente un placer inmenso de adentrarse en este mundo que pone en tela de juicio esa pasión que sentimos por determinados personajes e iconos. No lo realiza desde el cinismo, si no desde un cuestionamiento alrededor del papel que han jugado estos en nuestra vida. No busca destruir, si no, rendir un último homenaje antes de que podamos pasar página. Cosa que, en estos momentos, seguimos lejos de hacerlo.
Con una impredecible y terrorífica pandemia de por medio, y todos los problemas a los que tendremos que enfrentarnos y que dejarán una sociedad que forzosamente tendrán que aceptar metamorfosis y volantazos se antoja como un cómic que debe ganar vigencia. Porque Planetary viene a recordarnos que el pasado no fue tan bueno y que el futuro se puede construir mejor. Que la libertad es algo que se conquista y que los finales felices hay que ganárselos.
Y esta es solo una de las conclusiones a las que se puede llegar leyendo este libro. Dentro de unos años, habrá otras que no tendrán nada que ver. La obra es exactamente la misma. El tiempo nos ha cambiado a nosotros. Y solo los mejores trabajos son aquellos que consiguen que ganen más lecturas con el paso de los años.
Ojalá la industria hubiese seguido el camino tomado de Planetary. Ojalá no hubiesen pasado los desastres que nos hacen mirar al pasado. Ojalá busquemos crear iconos nuevos en lugar de sacar el congelado el pasado. Ojalá no hubiésemos tendido en convertir en dogma todo aquello que nos ha gustado. Ojalá obtengamos la capacidad de crear soluciones más creativas. Ojalá tuviéramos más mente abierta a los cambios. Ojalá fuéramos mejores.
Así que, efectivamente, es un mundo extraño. Así que hagamos el favor de conservarlo así.