Miguel Ángel Uriondo adapta en exclusiva para Sala de Peligro un fragmento de su libro por el Día del Periodista.
Escribí ‘Cómo evitar que tus hijos estudien periodismo’ para dejar una hoja de ruta a los estudiantes y futuros estudiantes de periodismo. Para que los primeros reciban algo de información sobre dónde se han metido y para que los segundos sepan algunas de las consecuencias de lo que están planeando. Durante el proceso, me pregunté muchas veces por qué la gente estudia periodismo o por qué lo estudié yo. Llegué a la conclusión de que la ficción tuvo mucho que ver, y por eso le dediqué todo un capítulo, que presento aquí corregido.
El Periodismo es un oficio que desata la imaginación hasta el punto de no se celebra un sólo Día del Periodismo, sino varios. Uno de los más consensuados es el 8 de septiembre, en homenaje al periodista checo Julius Fucik, ejecutado por los nazis en 1943. En su ‘Reportaje al pie de la horca’, que logró sacar hoja por hoja de la cárcel antes de ser ejecutado, señalaba que “el periodismo es agotador y está lleno de distracciones, pero te lleva a un contacto directo con el lector y le enseña a uno a crear incluso poesía”. ¿Qué mejor momento para celebrar la efeméride?
En España, por su parte, se celebra el 24 de enero, por tratarse de la fecha de la canonización de San Francisco de Sales, en 1665. Pero en otros países de América tienen sus propias celebraciones. Porque el periodismo tiene mucho que celebrar.
Para el cómic, la animación y la cultura pop en general, el periodismo ha sido un modelo constante para la sociedad. A menudo, incluso para bien.
Clark Kent se quita el sombrero, se mete en una cabina de teléfono y se convierte en Superman. Si casi nadie lleva sombrero, las cabinas de teléfono son apenas una sombra de su gloria pretérita y Superman ha dejado de encontrarse cómodo en la taquilla… ¿nos sorprende de verdad que el Daily Planet esté pasando también por una situación complicada?
En realidad, al Planet del cómic le ha pasado últimamente lo mismo que al Washington Post: lo ha comprado un multimillonario con alopecia. Si al rotativo de la capital de Estados Unidos lo ha adquirido Jeff Bezos, el de Metrópolis cayó recientemente en manos de Lex Luthor. Bezos, dueño de Amazon, ha trabajado en un sistema de reconocimiento facial, bajo el nombre de Rekognition, que ha tenido que pausar por las amenazas que supone para las libertades y tiene nombre de arma de supervillano.
Por su parte, Luthor ha sido (ligeramente) menos sutil: ha convertido el periódico en una estación de combate y la ha enfrentado al superhéroe de los calzones rojos. Eso por no olvidar que ambas cabeceras han introducido sendos muros de pago. El del Daily Planet, como vimos en la serie animada de Harley Quinn, cuesta 7,99$, después de cinco artículos gratis, y ni siquiera te ofrece el crucigrama.
Otro de los periodistas más famosos del panorama de ficción comiquera, J. Jonah Jameson, acaba de pasar en la última entrega de Spiderman, Far from home, de ser un respetable editor que simplemente odia a vuestro amigo y vecino arácnido a transmutarse en un remedo de Alex Jones. Para quien no lo conozca, Jones es el rey de la ultraderecha mediática estadounidense y ejerce su mandato a través de su canal de mentiras Infowars, que se emite tanto online como a través de Genesis Communications Network. Parece que la polarización extrema ha llegado hasta los periódicos de ficción.
Aunque Spider Django Heraclitus Jerusalem, el antihéroe de la Transmetropolitan de Warren Ellis y Darick Robertson, fue el periodista que protagonizó el inicio de nuestro siglo y es uno de los mejores personajes de cómic del inicio del milenio, su espíritu revolucionario como remedo ficticio de Hunter S. Thompson no tiene comparación en la profesión. Las recientes reclamaciones sobre la conducta sexual de Ellis no ayudan a otorgarle más vigencia al producto, por más que el propio Patrick Stewart, el almirante Jean-Luc Picard de Star Trek, mostrase hace años su interés en hacer una versión en imagen real. Transmetropolitan sigue siendo una gran historia, pero el periodismo ha cambiado tanto, por tantos lados, que cualquier recreación exigiría una profunda revisión.
Lo cierto es que no hay muchas series recientes sobre periodistas, o al menos no muchas de éxito. Aaron Sorkin, que ya en The West Wing había otorgado mucha importancia a los medios, dibujó un escenario artúrico en The Newsroom, una serie que debería ser visión obligada para cualquier candidato a estudiar Periodismo, al menos en Estados Unidos. En España tuvimos una serie sobre el gremio, Periodistas, que tuvo mucho éxito entre 1998 y 2003, y que mostraba con razonable criterio la vida cotidiana en un periódico de su época. Al menos tenía en cuenta secciones reales de un rotativo, por más que todo pareciera girar en torno a Local, y le prestaba atención con criterio a la vida de los becarios, los fotógrafos e incluso las secretarias, verdaderas heroínas en muchos diarios.
La ficción ha tratado bien a menudo a los periodistas. En La sombra del poder (State of play), de 2009, el actor australiano Russell Crowe interpretaba con solvencia al periodista Cal MacCaffrey.
Sin descuidar la serie croata de 2016 Novine, que narra la compra del último periódico independiente por parte de un magnate de la construcción, quizá la mejor serie reciente sobre la profesión es la británica Press que, a pesar de sus aciertos y los de su reparto, con Ben Chaplin en su mejor momento, tiende a retratar la transformación de la industria con muchos años de retraso.
Aunque actúa como el trasfondo amable de After Life, la magnífica serie de Ricky Gervais sobre el dolor, la pérdida y encontrar sentido a la vida cuando desaparece lo que daba sentido a tu vida, The Tambury Gazette refleja de forma casi bucólica la vida de un pequeño periódico de provincias.
Precisamente por esa simplicidad, acierta, mientras que Press, con un esfuerzo consciente por recrear los nuevos retos del periodismo, con un ciclo 24/7 y un cambio en los códigos, se queda atrapada en muchos tópicos del pasado. Sin salir de Inglaterra, conviene no olvidar tampoco la serie de la BBC The Hour,
Si tuviera que citar un clásico debo referirme a las magníficas adaptaciones que nos ha ido dando la obra teatral The Front Page, de Ben Hecht y Charles Arthur. Quizá la obra de ficción más importante en la representación popular del periodismo. Más allá de la versión de 1931, estamos hablando de las gigantescas Luna Nueva (His girl friday), de Howard Hawks; Primera Plana (The Front Page) de Billy Wilder e Interferencias (Switching Channels), que trasladaba la acción al mundo de la televisión.
Tan significativa ha sido The Front Page en la representación del periodismo en ficción, que los guiños a ella son infinitos. El más reciente y quizá el mejor fue el que le dedicó la serie animada BoJack Horseman, de Raphael Bob-Waksberg, con Paget Brewster poniendo la voz a Paige Sinclair, una dinámica, anticuada y parlanchina cerdita periodista que no deja de posponer su boda para seguir ejerciendo la profesión. Una referencia constante a la Hildy Johnson de la obra teatral y de varias de sus adaptaciones. Una de las protagonistas femeninas de la serie del caballo antropomórfico, Diane Nguyen, es también periodista, y su propia desubicación frente al oficio, más aún al verse enfrentada con el personaje de Paige Sinclair, revelaba muchísimas cosas sobre la evolución de la profesión durante los últimos años. Y sobre la alienación de los jóvenes que se enfrentan a ella.
También hizo un par de guiños memorables a Hildy Johnson el autor británico Alan Moore en el marco de su universo de La Liga de los Caballeros Extraordinarios, con dos reportajes ficticios firmados por la afamada reportera.
El propio Moore, en V de Vendetta, nos presentaba una Inglaterra distópica controlada por ‘La Boca’, un Roger Dascombe que controlaba el equivalente de la BBC de este año 1997 alternativo, un órgano de propaganda sin relación alguna con el periodismo. V, el mentor de la protagonista, le dice en un momento dado algo peculiar, sobre cómo la ficción puede incorporar más que el periodismo: “Los artistas utilizan mentiras para contar la verdad. Sí, he creado una mentira. Pero al creer en ella encontraste algo cierto sobre ti misma”.
La figura del anchorman, el presentador de noticias de Estados Unidos, ha tenido un papel nutrido en ficción. No sólo lo digo por el inefable Ron Burgundy, que protagonizó dos de las mejores batallas de presentadores de la historia de la TV —y quizá las únicas—. También por Kent Brockman, de Los Simpson, un tipo que definió su propia moral cuando, confundido tras romperse la granja de hormigas en la nave espacial que llevaba a Homer al espacio, lo hizo así:
Lo que hemos visto habla por sí solo. El Corvair ha sido aparentemente invadido, conquistado si lo prefieren, por monstruosas hormigas espaciales. Desde nuestra posición es difícil saber si devorarán a los terrícolas o sólo nos esclavizarán. Una cosa es segura: nadie podrá detenerlas y pronto vendrán. Un servidor da la bienvenida a nuestros nuevos amos y recuerda a las hormigas que con mi prestigio en la televisión puedo resultarles muy útil para buscar obreros para sus túneles de azúcar.
Puede parecer exagerado, pero he escuchado alabanzas a políticos más calurosas por parte de periodistas que se postulaban como candidatos a ocupar una posición gubernamental. Cuando no alcanzaban la posición ansiada, su visión sobre el Gobierno pasaba a ser mucho más negativa.
En el apartado de clásico, y dejando atrás cosas como The Mary Tyler Moore Show, su spin-off Lou Grant, Murphy Brown o Gibbsville tengo que señalar una de mis películas favoritas sobre la materia: Detrás de la noticia (The Paper), la pequeña maravilla que dirigió Ron Howard en 1994. Esta película no sólo refleja como muy pocas la profesión, sino que tenía la presciencia de basar su argumento en una situación que cobra nueva actualidad hoy en día, con las nuevas reivindicaciones del Black Lives Matters y el aumento de la preocupación sobre la relación de la Policía con las comunidades no blancas de Estados Unidos, especialmente con la afroamericana. Lo que sólo sirve para reafirmar que se trata de una situación enquistada en el tiempo y que la capacidad de la sociedad estadounidense para resolverla a lo largo de casi 25 años ha sido limitada, por decir algo.
La mala relación con muchos periodistas, o con ciertos tipos de periodismo, han llevado a que los periodistas sean, a menudo, un enemigo para la ficción. Rita Skeeter, periodista estrella de El Profeta, el periódico del universo de Harry Potter, consigue sus exclusivas con trampas y es sensacionalista y bastante deshonesta. Es una periodista y un escarabajo, literalmente.
Skeeter se empeña en representar a Harry Potter en una entrevista atendiendo más a lo que quiere hacer que a las respuestas que recibe, fuerza citas fuera de contexto para shippearlo con Hermione y la posición de su periódico sobre Sirius Black es una mentira repetida de forma constante. Es, básicamente, una mala periodista y una mala persona. Dicho esto, las fotos animadas del periódico en la tercera película de la saga, de 2004, anticipaban los gifs animados, que surgieron en los años 80 pero que han vivido su eclosión a partir de la segunda década del siglo XXI. Era un mal periódico pero tenía buenas ideas.
Alguien puede decir que la idea de Drew Barrymore de interpretar a una periodista infiltrada en un instituto en la película Nunca me han besado es poco realista. Sin embargo, es más real de lo que parece. No deja de ser una vuelta de tuerca romanticona a lo que ya hizo en la vida real Cameron Crowe, que publicó Fast Times At Ridgemont High después de un año infiltrado en un instituto.
Sí, el redactor más joven de Rolling Stone, que escribió con 16 años su primera historia de portada de la mítica revista, se metió en un instituto con 22 años para escribir un libro —que después se convertiría en la película Aquel excitante curso—. ¿Algún periodista hoy recibiría permiso de sus jefes para algo así? ¡Ni en broma!
Si tuviésemos pensar en el periodista más odioso del cine probablemente sería Richard Thornburg, de La Jungla de Cristal. El cretino que, al entrevistar a su hija Lucy, consigue que los terroristas conecten a Holly con John McLane. Es la máxima expresión del periodista rastrero que, por conseguir una noticia, es capaz de todo. Además, estaba interpretado por William Atherton, quien con esta interpretación quedó consagrado como el gran capullo de los años 80, tras su Walter Peck de Cazafantasmas.
Sin embargo, la etiqueta del más abyecto de la gran pantalla le corresponde a Louis Bloom, el paparazzo de Nightcrawler. Interpretado con precisión por un Jake Gyllenhaal en estado de gracia, la película demuestra que la sociopatía puede ser muy beneficiosa para un freelancer que trabaje para una cadena amiga del sensacionalismo de sucesos más sangriento. Es un peliculón, pero que nadie aprenda nada, por favor.
Eso sólo funciona porque el infame Roger Ailes, máximo artífice de la Fox News que conocemos, no es un personaje de ficción, por más que ya haya una película y una serie de televisión sobre su personalidad de depredador, Bombshell y The Loudest Voice, respectivamente. Por supuesto, la no ficción también nos ha entregado momentos memorables, con películas como Todos los hombres del presidente y Spotlight.
No quiero olvidarme del magnate de los medios que llegó a villano de James Bond, el Elliot Carver intepretado por Jonathan Pryce, capaz de provocar una guerra con China para conseguir la exclusiva. Carver era malvadísimo, pero no demasiado original. Ya pasó con William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer y la guerra hispano-estadounidense. De hecho, el villano de Tomorrow never dies cita al primero de estos magnates, inspiración también de Ciudadano Kane:
Grandes hombres siempre han manipulado a los medios para salvar el mundo. Mira a William Randolph Hearst, que les dijo a sus fotógrafos: “Vosotros conseguidme las fotos, que yo os conseguiré la guerra”. Sólo he dado un paso más.
¿Por qué hoy hay menos periodistas en los cómics? Pedro Monje, director de Sala de Peligro, me comentaba recientemente que en los años 50 y 60 tanto Marvel como DC creaban a sus personajes basados en figuras de autoridad o bien vistas por el público. Había mucho científico, periodista, policía, policía forense, profesor, etc. Pero desde que la contracultura se llevó por delante esos roles, hay menos periodistas en los cómics. Hasta el punto de que cuando quisieron utilizar a April O’Neil para los cómics de las Tortugas Ninja en su versión de 2018, no sólo le quitaron ese horrible mono amarillo. También le quitaron años y la vocación periodística. Billy Batson, el niño que se convertía en el Capitán Marvel en Shazam, era un joven periodista, al igual que Peter Parker se pagaba las habichuelas y la Universidad como fotógrafo. Recientemente le recordaron que cualquier chaval con un móvil desde una ventana puede retratarle mejor de lo que podía lograr él mismo en sus mejores tiempos.
Persisten algunos clásicos, como Ben Urich, el periodista del Daily Bugle, en el Universo Marvel, que conociendo la personalidad secreta de Daredevil prefirió no revelarla porque creía en su importancia. Su versión actualizada para el mundo digital, Sally Floyd, montó junto con Urich el diario Front Line, que tras una serie de accidentadas peripecias terminó recuperando la marca Daily Bugle. Es mucho mejor periodista que Vicky Vale, del Gotham Gazette, que apenas sirvió para que Kim Basinger hiciese de interés romántico del protagonista en la película de Tim Burton. Iris Allen, en The Flash, es algo mejor periodista, pero su papel durante mucho tiempo quedó relegado al de “novia de”. Un papel que perseguía desesperadamente la Carrie Bradshaw de Sexo en Nueva York.
El protagonista con el que empezaba DMZ, de Brian Wood, que se publicó en el sello Vértigo entre 2007 y 2012, y que retrataba muchas de las inquietudes culturales post-11S, era Matty Roth, un fotógrafo anclado en una Nueva York convertida en una tierra de nadie.
Y no quiero olvidar lo que sucedía en la distopía de The Private Eye, el cómic que publicaron Brian K. Vaughan y Marcos Martín a través de Panel Syndicate. Los autores nos presentan un futuro en el que una filtración masiva de datos de Internet obligó a todos los ciudadanos a asumir identidades secretas. De esa forma, la prensa y la Policía pasaron a ser la misma cosa: los únicos con derecho a indagar en la vida de los ciudadanos. Los paparazzi quedaron asimilados a los detectives privados. Y mascarillas. Muchas mascarillas.
La Gran Vía empieza a parecerse a Private Eye. Hasta en las aceras grandes
Otra cosa son los periodistas que narran historias utilizando el cómic como herramienta, un mecanismo que desarrolló Harvey Kurtzman ya desde los años 50. Gente como Joe Sacco, a medio camino entre el cómic y el periodismo. Lo mismo se puede decir de Guy Delisle, de Michele Rech, de Zeina Abirached y, al menos si nos referimos a La Grieta, también del fotógrafo Carlos Spottorno y de Guillermo Abril. La barrera entre el cómic autobiográfico y el periodismo es fina, y muchas veces tienden a entremezclarse. Intuyo que muchas veces consideramos periodístico lo autobiográfico sólo cuando habla de realidades que parecen más ajenas desde la perspectiva occidental. ¿Son periodísticas Marjene Satrapi o Rutu Modan? ¿O es sólo que su intimismo nos lo parece desde fuera?
En este ámbito en concreto, cabe destacar el papel que tuvo durante años El Jueves como retrato sarcástico y a menudo con tintes periodísticos de la sociedad. Un rol que, tras la autocensura ejercida por parte de la editorial RBA, que obligó a retirar una portada y destruir 60.000 ejemplares, quedó definitivamente comprometido, por más que aún siga publicándose.
Esta situación provocó la salida del que quizá sea el mejor grupo de creadores que tuvo nunca la cabecera —Ágreda, Albert Monteys, Asier y Javier, Bernardo Vergara, Guillermo, Isaac Rosa, Iu Forn, Lalo Kubala, Luis Bustos, Malagón, Manel Fontdevila, Manuel Bartual, Mel, Paco Alcázar, Paco Sordo, Pepe Colubi y Triz—. Tras su salida, lanzaron al mercado la revista satírica online Orgullo y Satisfacción, que tuvo una vida corta pero intensa.
Bernardo Vergara y Manel Fontdevila siguieron trabajando en prensa, concretamente a través de ElDiario.es, mientras que Albert Monteys pasó a convertirse en uno de los creadores más interesantes del mundo del cómic gracias a su colección de historias de ciencia-ficción Universo! y otros empeños, como su adaptación de Matadero Cinco. Casi todos los autores mencionados siguen trabajando como soldados de fortuna. Si tiene usted algún problema y si los encuentra, quizá pueda contratarlos.
En el mundo del periodismo satírico queda viva la revista Mongolia y los viñetistas tradicionales, con el gigantesco Ricardo Martínez ocupando la cabeza de un pelotón cada vez más pequeño y en el que se mantienen muchos de los ciclistas de toda la vida, los Gallego&Rey, Peridis, El Roto y demás.
Por supuesto, la lista es inacabable, desde Tintín hasta William de Worde y Sacharissa Cripslock; desde Gustavo, el reportero más dicharachero de Barrio Sésamo, hasta Snapper Carr. ¿Veremos más youtubers que periodistas en el futuro de la ficción? ¿Se mantendrá la vocación entre nuestros personajes de ficción?
En todo caso, si creéis que algún periodista de ficción se merece un hueco en nuestro recuerdo, no dejéis de compartirlo conmigo en Twitter, a través de @evitaperiodismo, o en mi cuenta personal. Soy @uriondo.