Una de las múltiples lecturas que se desprenden de La Broma Asesina es la resignación ante la naturaleza cíclica de la industria del cómic de superhéroes. Allí, Batman no puede matar al Joker, porque le necesita para sobrevivir en los quioscos y las librerías. Las primeras y últimas viñetas de la obra firmada por Alan Moore, cirujano como pocos del ADN superheroico, replicaban unas salpicaduras de gotas de lluvia redondas. Dibujados por Brian Bolland, estos círculos ofrecen una simetría metafórica de la que ni uno de sus mayores héroes es capaz de escapar por mucho que haya cumplido los ochenta años hace no tanto. No es magia, es espejismo. La perennidad del status quo es una regla irrompible y el éxito solo puede/suele venir de la ilusión del cambio, un arte que no todos saben manejar, exclusivo para los titiriteros más elegidos. Jonathan Hickman, oh nuestro salvador, es uno de ellos.
La vuelta del hijo pródigo a la Casa de las Ideas. Hickman, donde revitalizó a los Cuatro Fantásticos y que se encargó de Los Vengadores en varias sagas que han tenido su reflejo en la gran pantalla no mucho después, fue un soplo de aire fresco. Su exilió durante tres años a la parcela del cómic independiente fue un retiro interminable para los seguidores más mainstream del actual arquitecto-X. Solo una carta blanca argumental y hasta editorial para relanzar la franquicia mutante le convenció de regresar a Marvel. Su propuesta, un plan a largo plazo marca de la casa, ha dinamitado por completo el status quo, los espejismos y la estanqueidad de la que sufría una familia cuyo ciclo de resurrecciones, muertes, homenajes y hasta cambios de uniformes y/o peinados se repetían a una velocidad tan exasperante como predecible. El éxito de ventas y la aclamación popular han sido inmediatos. Todos los disgustos recientes quedan en el olvido. O casi.
Odiados y temidos, salvo en dos ocasiones tímidas y abortadas, los mutantes no habían asumido su rol de especie superior frente a la humanidad desde que fueron creados por Stan Lee y Jack Kirby hace seis décadas. Ahora, bajo el liderazgo de un misteriosamente regresado Charles Xavier han formado su propio país, autónomo y dominante, con permiso de ciudadanía a todo mutante, independientemente de su pasado, criminal o no. El “techo” de este nuevo hogar, situado en la isla de Krakoa 2.0, se llena de mutantes de todas las décadas de la franquicia. Ciclope, Cifra, Sabía, Mística, Proteus Jr., Mr. Siniestro o hasta Bolas Doradas… Desde némesis clásicas, a secundarios olvidados pasando por miembros fundadores, creaciones recientes o hasta aquel mutante que tuvo un par de cameos en los saturados noventa y del que ya nadie se acordaba. Sencillo: todas las generaciones de lectores se sentirán identificados. La historia cuenta, que cuenta con los mecanismos mutantes clásicos (humanidad opresora, viajes temporales y realidades alternativas) bien presentes en su núcleo, es al mismo tiempo un trabajo con la firma de Hickman. Un gran puzzle con pistas varias escondidas a plena vista y otras tantas falsas dentro de un plan ambicioso a largo plazo, aderezado con sus gráficos y complementos explicativos para profundizar en la nueva estructura política, legislativa, militar y mitológica de los X-Men.
El resultado son dos series, entrelazadas entre sí en un totum revolutum que mezcla pasado, presente y futuro(s) a partes iguales y que cuentan con el dibujo de Pepe Larraz en Dinastía de X y de R.B. Silva en Potencias de X (Pista: “X” es el número romano, no la letra) y el color uniformizador de Marte García. Un trabajo por el que ya han ingresado, por derecho propio y con letra grande, en la historia de creadores esenciales de la historia mutante y que tendrán muy difícil superar en el futuro. Misteriosos cuando el guion requiere intriga, épicos cuando la historia pide dramatismo y siempre con los personajes en el centro (y son muchos, concretamente: todos), Hickman no les da tregua para condensar en doce números sus grandes planes, sus cabezas parlantes y los nuevos diseños. En definitiva, una inercia contagiosa donde la excelencia artística, la grandilocuencia argumental y la demolición del status quo (spoilers XXL obviados en esta reseña) forman un combo fantástico válido tanto para lectores jubilados, para los creyentes fieles en las buenas y en las malas y, cómo no, para los recién llegados. Asegurar que es lo mejor que les ha pasado a los mutantes en este siglo puede sonar exagerado, pero en realidad es quedarse corto: los X-Men de Hickman es lo mejor que le ha ocurrido a la Marvel Comics de los últimos años. “Bienvenidos a casa».