Supergirl es uno de los personajes que mayor reivindicación merece. El hecho de ser un personaje derivativo no significa que no deba tener una entidad que supere a la de Superman. También merece ser recordada por mucho más que por su trágica muerte en un crossover publicado hace décadas. Cualquier biografía de cualquier persona tiene multitud de detalles y matices y la de una superheroina también debería ser así.
Y, para ello, lo correcto es la reformulación de Kara Zor-El. El preguntarse quién es, qué papel juega y qué clase de influencia debe tener… La actualización acorde con nuevas sensibilidades supone no solo una innovadora manera de entender al personaje, si no que le da una nueva vitalidad. Y eso es lo que parecieron proponerse hacer Mariko Tamaki y Joëlle Jones en Supergirl: Fuera de lo Común.
Todo lo que se presenta es viejo conocido. No hay nada que sea particularmente subversivo ni atenta con ningún convencionalismo respecto a la estructura del viaje iniciático del superhéroe hasta descubrir su verdadera identidad. Pero esa no parece ser la intencionalidad y la narrativa se hace desde un clasicismo bien entendido. No quiere reinventar la rueda si no que el lector acuda a ella con energía renovada.
Pero lo que sí hay es una serie de cambios respecto al canon que, por muy sutiles u obvios que puedan llegar a ser, lo cierto es que aportan mucho al legado de este personaje. Las mejores historias que buscan readaptar orígenes saben distanciarse sin perder el respeto al mito fundacional. Y, esta, desde luego, cumple con ese cometido.
Esta novela gráfica sigue la línea del sello DC Graphic Novels for Young Adults (anteriormente conocida como DC Ink). Eso significa que tiene un target definido y, por ese motivo, lo importante es que sea un coming an age en primer lugar. Por tanto, es una historia con una caracterización muy marcada y en el que lo superheroico queda relegado a la referencia y al segundo plano.
A tenor de que se ha convertido en una de esas novelas que ha agotado su primera edición, tiene un algo que ha sabido conectar con su público objetivo. Y ese algo es que Tamaki consigue hacer un relato empoderante que respira mucha verdad. Al contrario que otros tomos de la misma línea, parece que la intencionalidad ha estado en contar una historia de instituto verídica (dentro del género en el que se embarca) y que plantee la posibilidad de que, simplemente, el personaje se mueva en un mundo real. No es la más espectacular, ni la más efectista, pero sí que tiene cierta contención que es muy lllamativa.
La Kara que aquí se expone ni sufre bullying ni es la chica más popular. Su experiencia, en buena medida, es la de la mayoría de adolescentes que pasan por el instituto. La de tener unas primeras amistades con las que se hace una vida normal en la que no pasa nada destacable. Pero la premisa es que, precisamente, un suceso absolutamente aleatorio trunca esa estabilidad social y emocional y eso es lo que hace que la acción arranque.
Aunque el tono sea completamente distinto al principio y al final de la historia, todo sigue una lógica causal y, aunque se exija cierta permisividad, el guion es bastante sólido. Tiene unos giros bien estructurados y un desarrollo de personaje muy medido.
A eso contribuye que el uso de la narración en voice over permite el que se empatice con la protagonista con mucha facilidad. Se le da el mejor uso que se puede a este recurso: el de percibir de forma muy concreta la forma en la que un personaje percibe la trama. Si bien es una manera muy facilona de lograr ese objetivo, es algo bastante generalizado y efectivo.
Esta aproximación a Supergirl es una de las mejores que se han hecho al personaje en mucho tiempo. Y el truco está en mantener las cosas simples y, a la vez, otorgar de un carisma especial a Kara que hace que ella vuelva a sus orígenes. Todo ello desde una perspectiva que apele a los problemas que puede afrontar la adolescencia actual y buscando que sea muy entretenido. Ni más ni menos.
El arte de Joëlle Jones (con el apoyo de Sandu Florea) tiene un dinamismo muy vibrante, que es lo que exige una historia adolescente. La artista opta por buscar un estilo que poco o nada tiene que ver con la elegancia expuesta en, por ejemplo, Catwoman. Por el contrario, opta por algo más directo y con otras influencias (se percibe algo deudor de manga en los rostros).
En cualquier caso, se nota que se ha buscado que los personajes sean particularmente expresivos. El éxito de este cómic dependía claramente de ello y la artista, como es lógico, ha estado a la altura. Su Kara exuda una humanidad que hace que, cuando llegan los fuegos artificiales, todo funcione de forma orgánica. Por tanto, al conseguir transmitir todas las emociones con un ritmo y unas composiciones acertadas, logra que el clímax (cuando las páginas abrazan una espectacularidad en lo visual) tenga un impacto certero en el lector.
El color de Jeremy Lawson también opta por ser continuista con los otros ejemplos de la línea editorial. A pesar de que algunas páginas opten por distintos tonos de amarillo o naranja, lo primordial es que hay un monótono color azul que se rompe en determinadas ocasiones por el rojo. Al ser un color frío y otro cálido, se logra un contraste que entra por los ojos (además de ser los colores icónicos del personaje). Es un tratamiento que, al igual que en otros casos de la línea, resulta muy efectivo. Pero aquí está expuesto con un cuidado claramente mayor.
El tomo de Hidra Editorial sigue unas características similares a los de la línea e incluye unas breves biografías de las creadoras, entre otro material adicional.
Supergirl: Fuera de lo Común es todo lo que cabría esperar de la unión de dos de las fuerzas creativas más portentosas de DC Comics: una ejemplar actualización del origen de Kara Zor-El, una adolescente que demuestra tener valor propio y que no necesita ser prima de nadie para ser interesante. Una de las lecturas más potentes para quien quiera no solo empezar a leer cómics, si no ahondar en el personaje.