Palabra de Editor es la columna de opinión de Pedro F. Medina (@Studio_Kat), Editor Jefe, responsable de licencias y redes sociales de Fandogamia y periodista con una faceta nada oculta de showman en los eventos de cómic y manga |
Más de un Community Manager se lleva las manos a la cabeza cuando intenta ser gracioso y le sale el tiro por la culata. Si recibes más citas que likes sabes que te has metido en un pozo del que solo el tiempo (u otro salseo más gordo) te puede sacar. Twitter se ha convertido en la red favorita de los tebeos, yo creo que precisamente por esa capacidad de interacción inmediata propia de una audiencia extremadamente exigente (ya desde los tiempos de los Correos de los Lectores) y porque, aunque las cifras de ventas sugieran lo contrario, en realidad acabamos siendo cuatros gatos que nos conocemos todos. Creíamos que toda la info en Internet se perdía en el limbo, y hoy tiramos de hemeroteca para rescatar mensajes de hace diez años y poner a la gente en su sitio. El Twitter de hace diez años, madre mía. Nos faltaba calle. Así que sí: lo que se escribe, y cómo se escribe, es importante, porque el público es inteligente (joder, ¡es lector!) y lo que no recuerde lo puede Googlear en dos segundos.
Editar tebeos es una profesión complicada si tienes un mínimo de moral, y extremadamente desprovista de misterio si tienes pasta y vienes solo para hacer más. Cualquiera con un poco de ética se puede plantear mil jaleos: sostenibilidad en el uso del papel, cómo paliar las devoluciones y conjugarlas con tiradas proporcionadas, un pago justo a sus autores lidiando con las mordidas a los porcentajes, el valor didáctico y cultural de la obra impresa, economía social, yo que sé, la lista puede ser tremenda, todo depende de en cuantos jardines te quieras meter. Si tienes cero miramientos y las implicaciones de tu trabajo te la traen al pairo solo tienes que contratar al equipo que más barato te salga y facturar. Quizá lo adecuado sea un punto intermedio: no hace falta ser baluarte de todas las causas, pero tampoco un cretino indolente al que se la sude todo oculto tras un logo corporativo. Digo yo. Al menos si pretendes sobrevivir. Porque de eso va todo esto, no de ser buenas o malas personas, sino quizá, simplemente, de seguir publicando un día más. Al final del día, del año, de una generación, cuenta mucho qué y cuánto se ha editado, porque la historia la publican los vencedores. De ahí penden cosas como la defensa de las minorías. Y los valores democráticos. Y que se sepa que los nazis son escoria. Por suerte, se imprimen pocos cómics con valores de mierda. Por ahora. Siempre alerta.
Editar tebeos es una profesión hermosa. Tiene sus luces y sombras, sus quebraderos de cabeza, pero es apasionante. Poner cera y pulir cera sobre lo que se va a publicar, seleccionar, cuidar, escoger el continente y el contenido. Y escoger las palabras. Quedaos con esta idea.
Las editoriales no estamos en el lado obrero de esta “industria”, más bien al contrario. Nos guste escucharlo o no, ponemos toda la carne en el asador y nos jugamos los cuartos, mérito no nos falta en muchas ocasiones, pero eso es lo que hace la parte empresarial, en busca de beneficios. Los que se lucran de la plusvalía. Formamos parte del Trío de Intocables junto a las distribuidoras y librerías, quienes pretendemos controlar los medios de producción (esto es lo que existe porque lo saco yo, mírame) y canales de venta (esto es lo que existe porque lo vendo yo, míralo). La fuerza trabajadora, la clase explotada, son los autores y autoras, sin quienes el resto de la cadena no existe. Así que puedes contratar todo en el extranjero, deslocalizando la producción porque te sale más barato en todos los sentidos (el papel, los derechos de autor…), o puedes contratar aquí, pagando a media jornada el trabajo seis meses y aduciendo que esto se ha hecho así de toda la vida. No es mejor que lo que hacen las marcas de ropa que producen en países en vías de desarrollo, ni que el chiringuito de playa que no encuentra camareros. En el equilibrio hallaréis la virtud.
Por eso, editores y editoras de mi corazón, hay que ser respetuoso con todos los bichos vivientes que formamos parte de este microcosmos. Y muy especialmente con los creadores, artistas, traductoras, equipo técnico, los currelas del tebeo. Pudiendo ser elegante, ¿qué sentido tiene decir “no voy a publicar la obra de estos autores porque no han llegado a los estándares de calidad”? O algo como “este cómic se va a demorar porque el rotulista no cumplió con su parte del trabajo”. Peor todavía echar balones a las gradas con comentarios estilo “esto no sale porque no lo apoyáis”. En el primer caso, porque te retrata como un malqueda, poniendo excusitas y señalando como en un patio de colegio. En el segundo, porque además de seguir tirando la piedra y escondiendo la mano solo das tu versión de lo ocurrido (¿te cuento un secreto? Todos los profesionales del ramo se conocen entre sí y cuchichean en redes privadas, así que entre bambalinas se acaba sabiendo hasta el color de los calzoncillos). En el tercero, porque el público lector, como ya he dicho antes, es inteligente y sabe discernir entre el grano y la paja. Adivina en qué saco caes con ese mensaje poco disimulado.
Con este fondo es normal que haya quien piense que a publicar cómics se mete quien no saca el aprobado ni sumando los puntos de todas asignaturas: ni sabe escribir, ni sabe dibujar, ni sabe vender, ni sabe hacer nada. Solo tiene un conocimiento más o menos aproximado de cómo funcionan las cosas, y dinero para pagar las facturas (espero que al menos tenga el dinero). El síndrome del impostor no existe en esta profesión, porque con sacar un fanzine ya te llevas el título (mientras, repito, tengas el dinero). Las editoriales de hoy somos ejemplo viviente de las que vendrán mañana. Mantén la compostura. Claro que hay imprevistos y la fortuna no siempre sonríe a los valientes (podría empezar y no parar nunca). Claro que se puede ser profesional pero informal. Claro que hay que ser transparente con la audiencia. Pero a editar se viene llorado de casa.