La idea de las historias de espías (mejor dicho, la imagen que la cultura popular ha creado de estos) parece ser algo tan caduco como lo es el colonialismo. Eso es así porque están vinculados a una serie de valores que chocan con las sensibilidades del público contemporáneo. Por ese motivo, Bond se ha tenido que renovar para sobrevivir, por ese motivo (en parte) las narrativas de espionaje han tendido a ambientarse en el pasado y por eso las películas más comerciales de este género últimamente han buscado centrarse en una acción inofensiva.
Y es que escasean las películas de acción o thrillers de espías con un mensaje verdaderamente comprometido. Y esa debería ser la función de este género: exponer al público lo que hay debajo de ese colchón de comodidad en el viven las sociedades occidentales. Y que puede que, para logarlo, haya que hacer cosas moralmente cuestionables. No solo en lo personal, sino como país. Los fuegos artificiales son accesorios.
Pero se ha dado la vuelta a eso y lo físico, el más difícil todavía, se ha impuesto a un aspecto crítico que se ha ido diluyendo con el paso de los años. El público ha preferido el envoltorio bonito al contenido. Algo que no deja de ser irónico teniendo en cuenta el zeitgeist que se ha impuesto.
Se está más necesitado que nunca de historias de espías. No como las que se han contado toda la vida, si no que se debería buscar una manera de hacer ingeniería inversa con ello. Y El Rey de los Espías ha estado a punto de conseguirlo.
Mark Millar es un creador de conceptos, aunque nunca ha sido un gran desarrollador de estos. No es de extrañar que Netflix cuente con Millaworld como un laboratorio de IP’s, porque siempre presenta proyectos llamativos. El Rey de los Espías no es una excepción: toma algunos clichés propios del género y darles una vuelta revisionista. El arranque propone ideas interesantes alrededor de la vejez, la decadencia, el no saber adaptarse a los nuevos tiempos, las viejas heridas y el papel del Reino Unido en la geopolítica actual. Hay algo ahí que queda socavado por lo que realmente quiere ser este cómic: una obra más de acción desenfrenada y frenética.
Y, como tal, lo cierto es que puede llegar a ser disfrutable. Todo pasa a un contexto más emocional, más a flor de piel, más violento. Y se mueve al ritmo adecuado. Sin embargo, no termina de funcionar debido a que falta algo de foco que se trata de suplantar con el efectismo (rozando momentos y personajes que son verdaderamente esperpénticos, como esos villanos de Bond de garrafón). Marca de la casa. Quiere abarcarlo todo y no termina de funcionar en las dos vías que se han escogido.
¿Eso hace que sea del todo anodino? No es así. Tiene que ver con la predisposición del lector y lo que busque. Lo cierto es que aun siendo imperfecto se puede sacar miga de él. Aunque eso exija que el lector rellene los huecos que tiene la pieza. Y eso, desde luego, es un ejercicio interesante.
El dibujo de Matteo Scalera es, como siempre, espectacular. Es alguien especialmente dotado para proporcionar una energía dinámica muy visceral a todos los cómics en los que trabaja. El italiano imprime, además, un ritmo frenético a sus trabajos, con lo que este cómic tan lleno de acción le sienta como anillo al dedo.
Es alguien con un estilo limpio, cartoon y anguloso. Pero consigue ser muy expresivo en todo momento. Ya sea por su sensibilidad europea o por otro motivo, da a las páginas un aire nostálgico y añejo la mar de potente.
La atmósfera proviene de una estética puramente británica y sabe conseguir moverla por distintos ambientes. Y el diseño de personajes la verdad es que entra por los ojos y tiene una vocación claramente icónica. De ese protagonista que no deja de ser el Bond de Pierce Brosnan si este lo interpretase ahora mismo o esa chica Bond unas décadas después pasando por ciertos antagonistas… Es alguien que se atreve a reformular lo que uno espera de este tipo de arquetipos y su look.
Muchos de los cómics de Mark Millar han crecido mucho gracias a contar con un dibujante fuera de serie. Y esta no es una excepción. Solo este dibujo justifica la compra, aunque el guion no esté a la altura.
Es color ha sido responsabilidad de Giovanna Niro (quien ya colaboró con Millaworld en Chrononauts: Futureshock). Hace un trabajo eficaz y un acercamiento naturalista. Entiende el dibujo y le da matices, pero da la sensación de que tampoco termina de sorprender. Es un trabajo que hace que encaje todo, pero sin terminar de explotar todo el potencial como para que algo cale en un lector acostumbrado a todo tipo de de imágenes.
El tomo de Panini Cómics incluye las sugerentes portadas alternativas, realizadas por artistas de la talla de Mark Chiarello y Ozgur Yildrim. Le hubiese sentado bien algún complemento como los que suelen incluir en otro tipo de contenido.
El Rey de los Espías es una obra algo tibia, pero que tiene sus puntos de interés. Podría haber sido memorable si se pareciese más a la promesa inicial que a lo que ha terminado siendo. Pero Millar se conforma, como viene siendo habitual. Quienes admiren su trabajo, estarán satisfechos. Y lo que no, encontrarán algo entretenido que podría haber sido más. Y siempre dejará ese regusto agridulce.