Se suele decir que las mejores películas son las que siguen en la mente de los espectadores una vez la han visto. Alguna de las funciones de cualquier obra de la ficción es lanzar preguntas. Preguntas que pueden ser arriesgadas ya que conducen a un rincón sin escapatoria: romper sesgos y prejuicios.
Si se entiende el arte como un diálogo cerebral y emocional entre receptor y obra, son muchos los nombres que se pasan por la cabeza que tienen esas capacidades. Pero no son tan numerosos los que tienen una gran aceptación popular. Y menos si le pone el condicionante de que no se aceptan la transmisión de mensajes simples.
El cine de Christopher Nolan trasciende el entretenimiento porque tiene ese exacto efecto. Se podría decir que no es tan profundo, tan complejo ni tan ambiguo. También otras críticas razonables hacia su cine van de que sus mecanismos dramáticos son descaradamente embusteros y un tanto enervantes. Pero lo cierto es que no hay un director del alcance comercial como el que tiene él que se tome a sus espectadores tan en serio. Escasos son los casos que un autor ha llegado a tener carta blanca por parte de una major al nivel que lo tiene él.
El británico es alguien del que se puede decir que lo lleva en la sangre. Como tantos otros, estuvo dirigiendo desde antes que pudiera imaginar que podría ganarse la vida con ello. Desde pequeño estuvo rodando películas en Super8 con los muñecos que tenía.
Sin embargo, no tiene formación cinematográfica. Se graduó en literatura inglesa, pero eso no fue óbice para que dejase se rodar. Durante su etapa universitaria conoció a su mujer, que terminaría siendo su productora, y dedicó su tiempo libre a dirigir una serie de cortometrajes a los que no se puede acceder fácilmente.
La primera obra que el director permite que es accesible de forma pública es su trabajo más surrealista, abstracto y kafkiano de todo su trabajo. Una rara avis que contrasta bastante con sus largometrajes. Eso es Doodblebug:
Teniendo en mente esta exposición, antes de continuar se debe advertir de algo: hay directores de los que resulta profundamente complicado hablar. Divisivos en esencia. Y de los que se diga lo que se diga, es imposible que vaya a satisfacer a todo el mundo. Christopher Nolan es uno de ellos. Así que conviene prever al lector que este repaso responde a un criterio subjetivo y que no se busca posicionarse en ninguna de las dos legiones de hinchas enfrentadas alrededor de este director británico. Por el contrario, es una reflexión del cuerpo de su obra, con sus pros y sus contras.
Following, la curiosidad
El término cine low-cost es uno bastante discutible. Es otra etiqueta para indicar el cine hecho en condiciones muy precarias, como si fuese una seña de identidad y/o algo que sume, en lugar de un elemento que complicase hacer cine. Los inicios siempre son precarios y complicados, en los que se depende mucho del riesgo y de la autofinanciación. Nadie quiere apostar su dinero en un desconocido. Es ese principiante quien debe llamar la atención con algo sorprendente en primer lugar.
Este es la opera prima de este director. Y, de algún modo, al contrario que sucede con muchas otras, más centradas en rendir homenajes o sacar todo lo que se tiene dentro, todo lo que terminaría siendo Nolan y su carrera están aquí condensados. No solo por el hecho de que su estilo se deje ver desde un primer momento. Si no a primer nivel de superficie, explicita todo lo que terminaría haciendo: el protagonista comparte nombre con el de Origen, hay referencias a Batman… Es como si esta amateur película universitaria se hubiese hecho con la consciencia de a dónde conduciría su carrera profesional con una seguridad y una exactitud pasmosa.
Nolan opta por hacer una narración lineal en una película cruda y sucia. El blanco y negro le da un aire estético a la película que traslada a un ambiente contemporáneo el cine negro clásico. Tal vez en su falta de pretensiones artísticas más allá de demostrar que sabe contar bien una historia complicada, hace de esta incursión algo meritorio que sería entendida como una primera película memorable.
Memento, la memoria
Pocas cosas hay más traicionera que la memoria. Normalmente son retazos distorsionados e inconexos de lo que fue una vez la realidad. E intentar solucionar ese abstracto accesible solo en el pasado crea monstruos.
Tras un hecho traumático el protagonista tiene amnesia y pérdidas de memoria a corto plazo. Recuerda unos pocos acontecimientos por el motivo que se los tatuó y porque va anotando lo que ha ido viviendo antes de olvidar. Con ello, plantea una venganza. Se vuelve a tener el proceso autodestructivo de un protagonista atormentado y con problemas que lo alejan de la vida social convencional.
Nolan en esta película creó uno de los ejemplos paradigmáticos de narración no lineal en el cine del presente siglo. Lo hace poniendo la fuerza formal a servicio del aspecto argumentativo. Eso supone una muestra de inteligencia, debido a las complicaciones que supone no solo tratar un thriller como este, si no hacerlo de la forma en lo que lo hace. Y el triple salto con tirabuzón que es este final que te hace releer todo lo visto. Estos giros abracadabrantes terminarían siendo una de las cosas identificables de este autor.
Creó un noir que funciona como un puzle, con unos medios de producción muy superiores a los que contó en Following. Fue su carta de presentación a una industria que no tardaría en ver todo lo que tendría que ofrecer.
Memento sirve también como una elocuente y sutil declaración de intenciones que puede ser leído como una película que se niega a aceptar el pasado. Si se revisa en el contexto actual, con la deriva cinematográfica que hay respecto a recuperar un pasado que nunca existió, la idea de que eso conduce solamente a la destrucción, hace de esta película una proposición más incendiaria de lo que parece. Fueran o no las intenciones iniciales de su creador.
Insomnio, el trauma
La razón de la existencia y la mayor pega de esta película es la misma: haber sido creada a la sombra del éxito de Seven. Una película de psicopatías y problemas psicológicos que se mueve en unas características estéticas y argumentales, cuanto menos, similares.
Esta es la gran tapada de la filmografía de Nolan, y, paradójicamente, es de las más intrincadas e interesantes. Un policía que padece amnésico enraizado en unos cuantos traumas de su pasado debe trasladarse a Alaska para investigar un asesinato a una menor de edad. Hasta ahí nada nuevo pero esta premisa conduce al espectador a una narrativa, francamente, perturbadora.
Este supuso un gran paso adelante para la carrera del realizador ya que es la primera vez que contaría con grandes estrellas en el reparto, como son Al Pacino y Robin Williams, en un papel completamente espeluznante que casa perfectamente con el que realizó en Retratos de una Obsesión, del mismo año.
Nolan contrasta la calurosa y luminosa Memento con ambientes fríos, hostiles y, sobre todo, densos. Maneja de buen grado la intriga, con un pulso a la hora de mostrar los procesos psicológicos de dos mentes malsanas y autodestructivas que están forzadas a conectar. Además, ahí está esa idea de imposición del deber por encima de todo lo demás que continuaría explorando a Batman.
También es la película más formalmente clásica de todas las que ha venido realizando. Se deshace de sus dejes habituales y se centra en contar una absorbente, incómoda y atmosférica, pero sencilla relación de amistad. Una película de la que sale totalmente airoso.
Este sería el cierre de la primera trilogía temática de este director. Son tres piezas capitales dentro de esta clasificación llamada neo-noir. Nolan, a juzgar por estos inicios, estaba llamado a ser un continuista de la estela creada por David Fincher. Y, sin embargo, el desarrollo de su carrera, basado únicamente en sus intereses ha terminado siguiendo otros caminos respecto a género, pero manteniendo sus signos de autoría. Tras esta película, Nolan ya tenía una voz definida y estaba preparado para dar el salto a ligas aún mayores.
Batman Begins, la venganza
Resucitar una franquicia tan grande como es esta no es tarea sencilla. Y se emplea resucitar porque estaba totalmente muerta tras los traspiés de Joel Schumacher. ¿Cómo Batman iba a recuperar la credibilidad y el interés de un gran público?
La respuesta es haciendo algo totalmente distinto. El británico lo que se propuso es llevar al personaje a Batman al siglo XXI. Ni más ni menos. Y aportarle un enfoque que, también, supondría un paso de gigante en el cine de acción superheroica que se ofreció algunas producciones de licencias de Marvel. El término exacto no es realismo, porque si lo fuese, no tendría cabida alguien de estas características. Pero sí que condujo al murciélago a un tratamiento más adulto y aproximativo respecto al mundo real.
Tomando como referente la histórica Año Uno de Frank Miller, Nolan aportó una exploración del héroe desde una perspectiva intelectual. ¿Qué es lo que representa? ¿Qué valores tienen los símbolos? ¿Es posible redimir y redimirse en la ciudad más hostil jamás imaginada?
Este enfoque en búsqueda de la verdad por encima de los fuegos artificiales, terminó convirtiéndose en una nueva forma de entender este “género”. Warner apostó por este director, y él se jugó la carrera a hacer una película de este presupuesto y calado. ¿Resultado? Una historia de origen que rompió unos cuantos moldes e inspiró a tantas otras que vendrían después.
No se hace una tortilla sin romper algunos huevos y las aportaciones de Nolan a la franquicia del murciélago vienen a demostrar la versatilidad que tienen estos personajes tan emblemáticos. Su primera incursión en el terreno del blockbuster solo se puede entender como una victoria.
El Truco Final, la percepción
Y tras el primer acercamiento al universo del murciélago, optaría por dirigir una película en la que este director se desnuda. Y lo hizo de una forma que entraría en diálogo directo con Fraude, de Orson Welles.
La película es la historia de la rivalidad de dos magos por hacer el truco más complejo (y peligroso) con la finalidad de intentar engañar el uno al otro. Pero en realidad no habla de eso. Esta adaptación de Christopher Priest (cuyos derechos se rifaba entre Nolan y Sam Mendes en el 2000. El escritor se lo terminó adjudicando al primero tras quedar impresionado después de ver una copa de Following enviada por el realizador) en verdad habla de los constructos y de las energías creativas en la ficción tienen una única finalidad: engañar al receptor de cualquier creación. Cueste lo que cueste.
Todo ello, lo hace, además, en una trama seguible que es engañosa respecto a que hay una capa superficial e inicial perfectamente entendible. Está construida, conscientemente, de una forma un tanto sencilla. Pero, por dentro, es una espiral hasta llegar a la esencia. El metalenguaje de esta película es lo que hace que esta película exprese una manera de entender el cine y un tratamiento respecto a qué lugar se posiciona él como creador y al público como receptores a los que engaña con el fin de sorprenderlos constantemente.
Si no existiese esta película el respeto que se tiene al cine de este creador sería otro totalmente distinto. ¿Por qué? Por un motivo sencillo: Nolan en esta película no solo habla del cine como artificio, si no que reconoce que, al igual que tantos otros, es un vendehumo. Su cine es engañoso y lleno de artificios. Pero en esta película reconoce que lo sabe y hace una invitación
Porque, ¿Qué es el cine si no un elemento manipulativo en el que el hombre detrás de la cámara dirige la atención del espectador a un punto concreto para que no se aprecie el truco?
El Caballero Oscuro, la locura
Esa película cuenta parte de uno de los cliffhangers (no deja de ser significativo de la hibridación de formatos el que se pueda usar este término tradicionalmente asociado con la ficción seriada televisiva) más sugerentes del cine reciente. Al héroe de la primera película le ha surgido su némesis: presentada con aire absolutamente mitificador: una carta de Joker, su firma en todos sus crímenes.
Tratar de desgranar todo lo que esta película supuso cuando ya se ha estudiado por arriba y por abajo es un ejercicio fútil. Así que aquí se va a ejercer de abogado del diablo y se van a sacar elementos cuestionables por ir a la contra.
Joker está demasiado conceptualizado. Representa una idea del caos, pero no es se traduce en sus acciones. Es un personaje verborreico que da la sensación que sus palabras no dejan de ser una racionalización o justificación de sus acciones. De algún modo, se necesita que se genere empatía con este personaje y que se entiendan sus motivaciones. Salvo excepciones, como la magistral y, si sobrexplotada, La Broma Asesina no son tantas las ocasiones en las que este personaje lanza soliloquios explicando por qué hace lo que hace. Rompe, en parte, la mística de un personaje más centrado en actuar en sofisticados y perturbadores planes que pongan en jaque al mejor detective del mundo. Se pierde parte de la esencia de locura que tiene el personaje que más que una fuerza de la naturaleza, en favor de un combate intelectual entre dos conceptos muy extremos.
El personaje de Batman podría ser perfectamente sustituido por un agente de élite con el mejor entrenamiento posible y seguiría siendo completamente la misma película. Esta película se centra en el aspecto de todo lo que sacrifica por seguir manteniendo el orden (o, al menos, lo que él entiende por orden) en Gotham. Es un personaje de recursos financieros y de acción, pero que elimina por el camino algunos de los elementos distintivos del personaje. Con todo ello, su Caballero Oscuro, tiene una serie de carencias. Se denosta parte del potencial y del interés que tiene Bruce Wayne.
Aun así, se está juzgando una manera de entender un mundo y a unos personajes. No son errores, si no cuestión de criterios distintos. Lo único importante es que Nolan ha creado una de las películas de mayor impacto de la pasada década por la que será recordado. Y todo lo fácil que es escribir estas líneas es difícil de hacer una película semejante.
Origen, el sueño
De razones vive el hombre, de sueños sobrevive.
Miguel de Unamuno.
Uno de los temas más misteriosos, fascinantes y resbaladizos de la psicología son los sueños. Tienen una explicación científica pero los efectos que tienen sobre todo el mundo y las posibles interpretaciones siguen siendo una cuestión todavía por explicar. Cuando se sueña, se abraza el inconsciente y el cerebro se imbuye en un relato en el que todo es posible y que nunca se rige por reglas racionales.
Y ahí es donde Nolan erra escogiendo un tema irracional para pasarlo por una serie de reglas narrativas absolutamente cerebrales. Por mucho empeño que ponga, esta película laberíntica no tendrá el efecto onírico que puede llegar a ofrecer, por poner un ejemplo no menos célebre, David Lynch.
Eso no es óbice para no encontrar algunos méritos dentro de esta película. Si bien, peca de ser demasiado explicativa a través de los diálogos, sugiere un universo con unas reglas rígidas y bien marcadas y definidas. A su vez, se muestra muy autoconsciente y metafórica: la importancia de la arquitectura de los escenarios no deja de ser una representación de la mente. Esa ambigüedad en lo más profundo y una capacidad de traducir conceptos complicados en imágenes hacen de Origen algo estimulante.
Por último, si se entiende el cine como sueños lúcidos, Nolan vuelve a explicar lo que pretende hacer con su cine. Tal vez aquí es donde lo hace de forma más explícita. Si en el Truco Final expone su forma, Origen es su fondo. Y ese no es otro que el de se pongan ideas en las cabezas sin que nadie se dé cuenta.
El Caballero Oscuro: La Leyenda Renace, el ego
Es el cierre de su gran trilogía y la película más irregular. La verosimilitud de su mundo pareció que tenía sus límites en el momento en el que trató de expandir el concepto para acercarlo más a los recursos del noveno arte. Eso demostró que su enfoque es suyo, pero que no termina de encajar bien con las adaptaciones de cómics. Sin embargo, es una propuesta bombástica que terminó en fracaso por intentar abarcar más de lo que pudo asumir. Un cierre muy extraño que manejó muchos conceptos contrapuestos que terminó siendo una obra un tanto deslavazada.
Es una película tibia de una ideología reaccionaria, con un guion que hace aguas. Es una película que más allá de la curiosidad y el completismo, no se recuerda como el gran cierre que debió de haber sido. Un traspiés al que tampoco vale la pena dedicarle muchas palabras.
Interstellar, el amor
Tal y como el director reconoció, una de sus primeras grandes influencias no es otra que 2001: Una Odisea en el Espacio, de Stanley Kubrick. Esta película en concreto es una de las que más bocas abiertas e, incluso, vocaciones ha inspirado.
Pero en el caso de Nolan fue más allá de eso. Él quedó tan impactado que quería lanzar su propia incursión en las películas de astronautas. Y lo hizo en el momento más adecuado de la carrera, en una película que se antoja como la más emocional de todas las que ha hecho hasta el momento. Para bien o para mal.
Esto se debe a que es el personaje con el que es más fácil empatizar, puesto que en el centro de este tenemos a un personaje frustrado por no poder hacer aquello que ama. Y también habla de todo lo que está dispuesto a dejar de lado por conseguir un futuro mejor para su hija. Y para el resto de la humanidad.
Al igual que Karl Sagan asesoró Contact (película en la que también participa Matthew McConaughey), Nolan contrató a Kip Thorne para acercarse lo máximo posible a la ciencia a la vez que se quiere realizar un viaje a los límites de esta hasta el punto que puede ya no pueda tener explicaciones claras. Al igual que el referente de Kubrick, es un viaje iniciático a los límites del universo y, por tanto, a la tradicional manera de entender la realidad. Una introducción al origen y al final de todo. A lo desconocido.
Negar que esta es una película experiencia del mismo modo que lo fue Gravity poco antes, sería negar una evidencia. Sus imágenes son absolutamente espectaculares y abrió camino a recuperar este tipo de películas, que, tras el fin de la carrera espacial, no se habían producido a este nivel.
Y todo ello sería soberbio si no cayese en la contradictorio y facilona solución que resulta el empleo del amor como desatascador narrativo, especialmente en un enfoque tan cientificista a estos temas. A pesar de ello, queda una película que trata de recordar que las respuestas a muchos de los problemas están en tomar la decisión de dejar de restregarse en el suelo y volver a mirar arriba.
Dunkerque, la esperanza
Cuando se estrenó Dunkerque no eran muchas las películas comerciales con motivos bélicos. Parece que los directores, a falta de un conflicto grandilocuente de gran enjundia en el que la población se sienta realmente en peligro, han perdido el interés por hacer cine bélico. En cualquier caso, sí que ha habido ejemplos contados como En Tierra Hostil, más centrada en reflejar el conflicto de Irak, Corazones de Acero tampoco terminó siendo el gran éxito que todos presagiaban o el gran retorno de Mel Gibson, condenado al ostracismo que supuso la portentosa y panfletaria Hasta el Último Hombre.
Sin embargo, es uno de los grandes géneros que son propios del cine. Por mucho que la literatura pueda sugerir grandes batallas de forma brillante y crear imágenes en la imaginación del lector que son imposibles de plasmar o que el cómic lance dibujos imborrables y chocantes, ningún otro medio es capaz de plasmar la visceral, desagradable y agobiante sensación de estar en un conflicto bélico como el cine. Para aproximarse a lo que debe ser estar en un batallón, necesitas crear una inmersión.
No me resulta difícil imaginar que esos fueron los motivos que le llevó a Nolan a interesarse por hacer una película bélica. Dunkerque explica uno de los episodios más vergonzosos de un ejército británico, que dejaron a sus hombres sobrepasados y arrinconados por las implacables fuerzas alemanas. Es una historia trágica donde el verdadero heroísmo fue, como suele ser habitual, el civil.
Y lo hace en la que es la película más puramente cinematográfica de su carrera: por primera vez hace una película en la que confía en que las imágenes hablen por sí mismas. Es un Nolan más depurado que vuelve a recurrir a la fragmentación narrativa que logró plasmar el odiseico, asfixiante y agonizante viaje de distintos puntos de vista del conflicto. Recuerda a las mejores cualidades cine bélico (sabiendo no caer en lo propagandístico) con los avances tecnológicos contemporáneos.
Tenet, el tiempo
No se puede valorar la que será su última incursión en los ¿cines? porque todavía no ha llegado. Este título-palabra palíndromo (un acierto teniendo en cuenta de que habla de la circularidad del tiempo frente a la concepción lineal que está establecida como la canónica) que conducirá a un terreno del que, como es de esperar, poco se sabe y mucho se sugiere.
Lo que sí se puede deducir del tráiler es que va a ser, de nuevo, un acercamiento del cine comercial a una propuesta de corte experimental. Por ese motivo, no es difícil entenderla como una película que estará hermanada con Origen, con quien parece que guardará más de una similitud gráfica y estética. Pero la prudencia indicia a no valorar absolutamente nada antes de que se estrene la película, de un modo u otro.
Es difícil amar a un director como Christopher Nolan cuando se le pueden sacar tantas pegas. Pero tampoco es digno de desprecio puesto que es un autor coherente que ha llevado a cabo una serie de proezas. Y que un estudio apoye con total confianza y libertad a un apellido en lugar de una franquicia es algo digno de celebración. El hecho de que no deje indiferente, es significativo de que algo está haciendo bien.
Más si es uno que destila pasión por el cine clásico. Que conoce perfectamente su funcionamiento y trata de hacerlo suyo y aportar. Su posicionamiento, como se puede entender con estos análisis de sus obras, es más reformativo que disruptivo. Y hacer que eso atraiga a una nueva hornada de espectadores, por encima de los grandes efectos especiales sin historias que hablen de la condición humana (independientemente de que el posicionamiento ideológico o intelectual sea opuesto) es algo que no se puede decir de muchos.
Christpher Nolan ha tenido una carrera basada en encadenar un éxito con otro. Y lo hace tratando de usar el menor CGI posible y luchando constantemente por el uso de celuloide en sus rodajes. Desde luego, no es el típico director.