Grant Morrison, superhéroes, drogas y punk

¿Qué es el arte si no magia? Alguien escribe una palabra y esa por algún motivo difícilmente explicable emociona profundamente a alguien en la otra punta del mundo con la que el emisor no tiene absolutamente nada que ver. Pero, más allá de eso, por un instante el receptor abandona su vida terrenal para convertirse en lo que está sobre el papel. ¿No se asemeja eso, de algún modo, a la idea de los viajes astrales?

Desde aquí no se está a favor de las magufadas. Pero la ciencia también ha demostrado que todavía no tiene explicación para muchos fenómenos que  rodean a todos. Y algo tiene que rellenar el hueco a nuestra necesidad de saber. Y a determinadas sensaciones o viajes solo cabe la irracionalidad. Al fin y al cabo, esto trata de alterar la realidad. Y se hace constantemente. Nuestra existencia es una alteración de esta. Lo que antes no era, ahora es. Y las palabras, como se demuestra constantemente a poco que se preste atención, es una forma muy eficiente de hacerlo. Incluso, se podría decir que es la más poderosa.

¿No es magia la manipulación? ¿Y la manipulación no es una mentira? ¿Y el arte no es la mentira que acerca más a La Verdad? A poco que uno sienta curiosidad en eso descubrirá que al final, la creación artística y la magia no se alejan tanto.

Eso es algo de lo que Grant Morrison se dio cuenta muy rápidamente. De hecho, la gran mayoría de gente sigue sin darse cuenta. Pero, claro, la gran mayoría de gente no proviene de un contexto como el suyo.

Si con algo se logra destacar y llamar la atención es teniendo una perspectiva única y diferente. Te sorprende cuando donde todos ven una suya, aparece uno que ve cuatro patas pegadas a un trozo de plástico donde aposentar el culo. Y el hecho de haber nacido en un contexto tan peculiar es lo que hizo que el bueno de Grant fuese diferente. Nacido en una zona obrera de Glasgow el 31 de enero de 1960 en el seno de una familia activista antinuclear. Su madre creía en leer los posos del café y estaba bastante interesada en el esoterismo, cosa que el niño veía con un lógico escepticismo. Su padre, por otra parte, lo utilizaba para colarse en bases militares donde ponían en prueba experimentos nucleares. Desde luego, no es nada en lo que se podría clasificar como “normal”.

Además, por la propaganda y los fanzines antinucleares que recibían sus padres, el niño se veía expuesto a imágenes horripilantes de calaveras y devastación. Cogió un temor impresionante a la vida. Y aún más a la bomba. Hasta que los personajes le salvaron la vida por primera vez. Descubrió algo que podría acabar con la bomba porque es más fuerte que ella. Mucho más. Se le cruzaron los superhéroes. Y nada volvería a ser igual. Ahí nació una de las pasiones por el medio más desenfrenadas jamás vistas por nadie.

Haz lo que quieras y esas cosas de magia potagia.

Sumado a eso, el chaval estuvo expuesto gracias a escudriñar en la biblioteca de su tío a cierto libro escrito por una de las más interesantes figuras históricas del Reino Unido: Aleister Crowley. Y fue el primero en ver lo que contenía esos libros con el mayor de los cinismos. Pero, ¿Cómo estás seguro de que es un engaño si no lo has probado? ¿No es una forma de prejuicio o temor? Así pues, llevó a cabo un ritual siguiendo las instrucciones del maestro. Y no pasó nada. Al menos no pasó nada hasta al anochecer, donde, según afirma, tuvo visiones espeluznantes y demoniacas. No está nada mal para un preadolescente definitivamente sobrio.

Morrison es adolescente y aparentemente es alguien inteligente y un estudiante aplicado que logra una plaza becada en la prestigiosa (ya se sabe del clasismo académico en Gran Bretaña. Y fuera de ella) escuela Allan Glen, con una historia de alumnos excelsos. Era (cerró en 1989) una escuela masculina. Y eso en principio atrajo al joven Grant. Hasta que llegó el punto que necesitaba chicas. Y esa frustración le llevó a la clásica rebeldía adolescente llevando a cabo actos vandálicos y haciendo gala un antiautoritarismo que permanecerá en su ADN. Pero también fue ahí cuando se manifestaron sus primeras muestras de expresión artística. Se mostró como alguien bastante tímido que pasaba mucho tiempo dibujando superhéroes imaginarios y cuerpos desnudos de mujer. A la vez que iba alimentando su cultura de forma exponencial leyendo todo aquello que alcanzaba sus manos: ensayos filosóficos, tratados científicos, libros de metafísica, grandes piezas literarias y cómics. Fue una esponja en la que no hacía distinciones. No hay alta ni baja cultura y, como todo ser intelectualmente avanzado, descubría las conexiones en completamente todo aquello que leía.

En ese colegio desarrolló un portafolio porque tenía claro que quería dedicar su vida al arte. Pero fue desarrollado y su tutor le recomendó que estudiase una carrera de personas decentes que le diera de comer como… Ser banquero. Como es inevitable optó por quemar ese puente y remar para lograr su objetivo de vivir de sus creaciones. En 1978 consiguió su primer trabajo en la revista underground escocesa Near Myths, que duró solo cinco números y trascendió por ser el lugar donde nació Luther Arkwright de Bryan Talbot (la reconocida gran y principal inspiración de todos los autores británicos que encabezarían la denominada invasión británica). Ahí se presentó también el primer personaje de creación propia de Grant Morrison: Gideon Stargrave.

Pues no dibuja mal el señor.

Con tan solo dieciocho años publicó estas historias cortas en las que ya se dejaban entrever una característica de las que se desarrollaría en su trabajo posterior. Evidentemente, es un adolescente y es alguien cuyos referentes se dejan entrever por encima de su propia voz. En estas páginas se respira una influencia obvia de y reconocida de nombres tan dispares como El Día Eterno de J.G Ballard o Michael Moorock (lo cual causaría una posterior disputa entre ambos). A su vez, se acercaba a una ola de autores británicos experimentales y reivindicativos.

Y también se aprecia en el hecho de que no deja de ser una fantasía, una creación de un alter ego aspiracional. Se trata de un personaje que ejercía como de una especie de dandee a la vanguardia de la cultura que hacía las veces de espía en un mundo cuya presencia rompía. ¿Os suena de algo?

Y dibujada por sí mismo, mostrando una línea visual muy similar a sus compañeros del cómic británico del momento. Sin embargo, sí que se enseñaba mucho ingenio a la hora de componer, más allá del carisma de su personaje. Era un dibujante decente, pero no lo suficientemente bueno.

Año nuevo, vida nueva. En 1980 optó por formar una banda: The Mixers, con un nombre inspirado en La Naranja Mecánica. Morrison fue el guitarrista melódico y sonaban a pop melódico con toques de psicodelia que se mezclaba con la energía del punk. En Glasgow hicieron unos bolos y pasaron sin pena ni gloria. Pero recibieron mayor acogida en los movimientos contraculturales londinenses. La banda consiguió editar algunos temas y, desgraciadamente, se separó en 1984. Y es que, a pesar de tener un escaso recorrido, tuvieron algunos éxitos como sonar en programas de renombre y tener buena recepción crítica. Y no sonaban nada mal.

Aunque, como es natural, la banda le restó mucho tiempo para poder seguir haciendo cómics, sus publicaciones descendieron. Pero eso no quiere decir que abandonase del todo esta vía. En 1982 probaría suerte desarrollando propuestas para DC Comics acerca de La Liga de la Justicia y de Los Nuevos Dioses de Jack Kirby (su historia tenía el ambicioso título de Segunda Llegada). Sin embargo, fue rechazado. Es esperable siendo un escritor con poco recorrido y siendo tan joven. Pero el tiempo siempre termina colocando todo en su lugar.

En 1985 el autor comenzó a colaborar con Dez Skinn, en su revista Warrior, desarrollando The Liberators, una historia de invasión alienígena creada por el legendario editor. Tampoco es que rompiese muchos moldes respecto a lo que se publicaba, pero ahí demostró por primera vez que puede trabajar en encargos y en material que él no ha creado. Y a partir de ahí no dejaría de lloverle los encargos: en 1986 realizó colaboraciones con Marvel UK en franquicias como Doctor Who (con otro artista incipiente destinado a la grandeza: Bryan Hitch) o en la revista Spider-Man and Zoids. Y en ese año, debutaría en la publicación inglesa por el que ha pasado cualquier personaje proveniente de la pérfida Albión que se precie: 2000AD, con historias cortas de Future Shocks. Fue un periodo en el que el autor no pasaría de lanzar historias breves pero que le curtió y le preparó de forma incalculable para todo lo que vendría después.

Lo que le permitió cruzar el charco definitivamente fue una serie superheroica con una serie de particularidades que resaltaron en este competitivo mercado: Zenith. En 1987 apareció esta historia como una reacción en contra de los superhéroes, que tanto se estilaba en ese momento. Sin embargo, quiso alejarse de la (en sus palabras) “pomposidad” de Watchmen en favor de algo más accesible. Y eso es lo que necesitaba una 2000AD en búsqueda de visiones nuevas de artistas desconocidos que pudieran innovar.

Y encima van sin mascarillas.

La premisa de Zenith parte de un punto similar a la historia del Capitán América para llevarlo a territorios distintos. El protagonista es un antiguo agente de Nube-9, un antiguo grupo gubernamental. Pero, en lugar de convertirse en un héroe patriótico, opta por el antibelicismo y volverse un hippie. Morrison toma sus experiencias personales dentro de su banda y en cuáles son sus objetivos.

La visión superheroica de Morrison en este caso es crítica. El protagonista es alguien más obsesionado por la fama. Es alguien egoísta y cobarde cuando toca actuar. Tal vez sirviera como vehículo para Morrison para reflexionar como sería un superhéroe británico contracultural que surgió en el momento adecuado.

Pero también destacó por traer un cambio estético que, a juzgar lo que vendría en los noventa, sería la primera vez que este autor tendría algo de repercusión en el medio. Aunque Peter Milligan, anecdóticamente, fuese quien crease al primer superhéroe con chaqueta en Paradax, fue el Zenith de Morrison quien profundizó más al respecto. No en vano, ambos personajes fueron diseñados por Brendan McCarthy (que terminaría siendo uno de los “guionistas” de Mad Max: Furia en la Carretera).

Sin embargo, quien terminó realizando la serie y dándole entidad y frenetismo fue Steve Yeowell. Todo lo ligero y desinhibido de los temas que trataba, se tradujera en una forma sucia que le da un aire deliciosamente crudo que esta pieza necesita. Fue una primera colaboración entre ambos, pero no sería la última.

Fue una carta de presentación para ambos artistas y un trabajo por volúmenes que se terminaría prolongando en el tiempo. De cualquier modo, DC Comics estaba buscando artistas británicos que brindaran una sensibilidad especial a sus publicaciones. Irónicamente, fue Alan Moore (con el que guarda una legendaria enemistad) quien recomendó a este escritor para que la editorial le diese una oportunidad.

Y esa oportunidad llegó. La invasión británica seguía su curso y, aunque todavía no lo sabía, él se iba a convertir en uno de sus máximos exponentes. Por primera vez tomaría un personaje denostado para darle nuevas características que hagan que se sienta como un personaje totalmente nuevo.

No confiaban mucho en la potencialidad de Animal Man así que tan solo le dieron la oportunidad de escribir una miniserie de cuatro números. El primer número de publicó e1 1 de septiembre de 1988, casi como si se alinease con el curso académico. Y no dejó a nadie indiferente con una visión absolutamente disruptiva: un personaje que, lejos de ser un superhéroe, es un especialista de cine que decide dar un cambio radical a su vida y hacer un buen uso de sus poderes.

Además, fue un cómic que hablaba de derechos de los animales, del veganismo y del ecologismo (Morrison siempre tendrá una constante de intentar hablar mejor de lo mismo de lo que habla Moore. Si lo consigue o no, ya se deja en gusto del lector) cuando todavía eran unos movimientos marginales sin apenas repercusión a nivel popular. Muchos de los cambios sobre el personaje van en ese sentido y es todo lo conveniente, adecuado y verosímil en un personaje que tiene una conexión tan directa con la fauna. De hecho, el protagonista se termina enrolando a eco-terroristas, grupos que a día de hoy algunos los siguen considerando como villanos.

Ahí, por primera vez, se tendría a un Morrison implicado por las causas sociales. Morrison es alguien que, aunque no pueda parecerlo, siempre ha tenido una visión política en su trabajo y, por mucho que pueda tratar de abstracciones, siempre se ha permeado de los cambios sociales de un modo u otro.

Contrapicado para Buddy Bakey. Y para el árbol.

Pero, no solo eso. Si por algo es recordado Animal Man es por tener una experimentación a la que el lector de cómics superheroicos no están (o estaban) acostumbrados. Morrison no solo es una enciclopedia pop de estos cómics si no que aunó técnicas propias de otros artes al cómic. El cine ya había pasado hace casi treinta años por el modernismo y, con ello, la reflexión del medio sobre sí mismo. Y en la literatura, aún más tiempo, puesto que es el medio escrito propio para la reflexión. Pero no fue hasta esta época en la que el cómic mainstream abrazase el metalenguaje. Pero más allá de sus reflexiones artísticas, siempre lo plantea con una base intelectual, (pseudo)científica y filosófica que no suelen ser las que manejan el resto de autores. Por no hablar de un proceso creativo nada tenía que ver tampoco con los clásicos historias de trabajo de oficina que resultaban ser en las décadas anteriores.

Reflexiones como las expuestas en El Evangelio del Coyote, que aunaban espiritualidad, el eterno retorno con los Looney Toons, era algo que uno no se encontraba en los cómics de toda la vida. Y eso solo fue la punta del iceberg de una etapa en la que obligaba al lector qué es lo que disfruta de los cómics de superhéroes, y por extensión, de las historias dramáticas.

Todo ello envuelto en un cómic en el que dibujantes tales como Chaz Truog o Tom Grummett llevasen a cabo una línea y una forma totalmente clásica, como una especie de caballo de Troya para el lector que recibe un mensaje totalmente subversivo en un lenguaje al que está acostumbrado.

Como resultado, a mitad de esta etapa, le ofrecerían hacerse cargo de otra serie que necesitaba desesperadamente un acercamiento a la locura. Aunque La Patrulla Condenada de Arnold ya tuviese definido en buena manera el tono y las relaciones entre los personajes del grupo (hasta tal punto que fue comparado forzosamente con el grupo de pringados de la competencia: los X-Men). Y ahí siguió expandiendo, de forma más excéntrica y lisérgica sus filias y fobias. Por si fuera poco,

También, como en el resto de su trabajo, se filtran experiencias personales: no es difícil asociar el viaje de Dorothy y sus amigos imaginarios con el que el guionista afirma haber tenido en su infancia, el espíritu intrínsecamente perdedor y las crisis existenciales pueden ser muy suyas.

En todos y cada uno de los números de la etapa se desprende una creatividad sin frenos que van de lo ridículo a lo más terrorífico en una serie que no duda en abrazar el surrealismo de un modo nada complaciente con el lector. Y esa no es la única vanguardia empleada por el aguerrido escocés: el dadaísmo está muy presente, el trabajo de Borges y emplearía la técnica de recortes de escritura, que consiste en escribir el texto, cortarlo a trozos y altear el orden.

Y aquí se se presenta por primera vez otro de los espinosos asuntos que le obsesionan: las sociedades secretas y las conspiraciónes. Y no se olvida, de nuevo, en intentar superar el trabajo de Moore, poniendo en foco en las historias más esotéricas de La Cosa del Pantano. Y del trabajo de Moore se aprovechó, puesto que para cuando comenzó esa travesía, el Comic Code ya había desaparecido.

La Patrulla Condenada quedó como el ejemplo más paradigmático e ilustrativo de que no hay personajes malos, si no guionistas que no saben aproximarse de la manera correcta. Y si no, que se lo digan a un personaje tan aparentemente ridículo como Flex Mentallo, que en sus apariciones en esta serie no pasaba del ridículo carisma que tiene y el posterior tratamiento que recibiría.  

Hoy en adaptaciones que nadie entiende cómo es posible que existan…

Como resultado quedó un cómic profundamente influyente que a día de hoy siguen pareciendo más moderno que la gran mayoría de los cómics que se publican hoy. Un cómic que hizo feliz a Arnold, puesto que entendió que Morrison logró hacer lo que él siempre quiso cuando creó al grupo.

Tras eso, llegaría una pieza que removería los cimientos de la mitología del caballero oscuro. Batman: Arkham Asylum supondría la consolidación definitiva de este autor. No solo porque abrazaría lo que, no hace tanto, llamó pomposidad del formato de la novela gráfica, si no que serviría para ponerlo en la pomada.

La novela se publicó en 1989, coincidiendo con el estreno del Batman de Tim Burton. Y Morrison fue concienzudo a la hora de lanzar una pieza totalmente accesible para el lector novato. Morrison abandona los temas más complejos para hacer un oscurísimo y perverso retrato de los habitantes del manicomio.

El Joker y el resto de los suyos, en lugar de escapar, lo que han hecho es tomar el control de la institución y esperar a que Batman entre a formar parte del juego. Y pasará por un freakshow del que se niega a creer que forma parte. 

Esta propuesta parte de una cita de Alicia en el País de las Maravillas. Es toda una declaración de intenciones respecto a que lo que aquí se  encontrará no es en absoluto parecido a nada que se sepa del personaje y su universo. Pervirtiendo la estructura de la pieza de Carroll, Batman hace las veces de Alicia adentrándose en otra realidad. Cada personaje está convertido en una versión terrorífica de los de la mencionada pieza literaria. También es la obra más puramente cinematográfica de las que ha lanzado, bebiendo del surrealismo europeo fílmico.

Si revisáis en vuestro inconsciente, en el apartado pesadillas, lo que encontréis no será muy distinto a esto.

Pero también sirve como un estudio de la psicología y de los símbolos de Jung.  Con ella, se dio a conocer los distintos y distorsionados puntos de vista de la galería de los villanos de Batman, cosa que no se había hecho tomándose tan en serio (salvo por la notable excepción de La Broma Asesina). Todo ello narrado con un lirismo que parece sacado de la misma poda que Beaudelaire le hizo a Las Flores del Mal.

Todo rematado por un trabajo brillante de Dave McKean. Algunas de las imágenes más oscuras y bellas que se han hecho en este medio, están ahí. Él también se fijó en conceptos provenientes de otros medios, dando a la pieza un aire y un aspecto que no podría chocar más frontalmente en contra de lo que se supone que es el dibujo en el cómic de superhéroes.

Era el momento de que los superhéroes dieran un paso en frente y se demandaban historias que no fueran las clásicas aventurillas que son conocidas por todos. Y volvió a acertar vendiendo cientos de miles de copias, siendo la novela gráfica superheroica más vendida de la Historia.

Mientras vivía el sueño americano, Morrison no se olvidó de sus raíces escocesas. En revistas locales desataba una polémica pareja al lanzar cómics en contra de Thatcher y sobre la juventud de Hitler dentro del Reino Unido. Este autor siempre buscando ser incómodo.

Y ahí fue cuando ese sobrio adolescente culturalmente curioso descubrió los efectos de las drogas. Puesto que le ha ido bastante bien siendo así, en ese momento decidió retirarse un poco en busca de experiencias que le hagan expandir su consciencia y fortalecer su vida espiritual. Como viene siendo propio por parte de la contracultura, lo buscó por vías alternativas y por religiones que, por aquel entonces, sonaban totalmente exóticas y arcanas (aunque también más prosaicas como el 50 aniversario del LSD, una celebración acontecida en San Francisco, a la que acudió con Tom Peyer y Jill Thompson).

Ese bolígrafo levitando debían ser las neuronas de Morrison en ese momento.

Pero todo cambió en Katmandú. Con un compañero de su antigua banda de rock, se dirigió a una aventura iniciática motivado por un documental de Dan Cruikshank. Y como no podía ser de otra manera, todo derivo en una borrachera en un poblado cercano, culminando con la ingestión de hachis.

Lo que pasó a partir de ahí es puramente testimonial, pero tiene un aura de leyenda tan espectacular que, al final, da igual si sucedió realmente o no. Grant que, al caer la noche, se quedó mirando fijamente un templo budista y que este comenzó a moverse cual “transformer”. Y en ese momento fue “abducido” o pasó por un trance que le condujo a una experiencia extracorpórea (el propio guionista tiene problemas para definir lo que experimento).

En él, unos amables entes azulados, que, según él, eran como unos esqueletos eléctricos hechos de gas. Le comunicaron que ahora descubriría los misterios que vino a buscar. Durante ese viaje le llevaron al punto omega, al centro del todo, un punto dimensional donde todo converge y le explicaron una serie de conceptos que hizo que nada volviera a ser como era:

  • Ellos son lo que  se  entiende como “dioses”. Son seres quinta-dimensionales que tienen una percepción de la realidad muy superior a la nuestra.
  • El tiempo no es lineal tal y como es entendido. Ellos entienden que pasado, presente y futuro sucede a la vez en el mismo instante. Esa es la clásica característica que se asocia con lo que hace que una entidad tenga carácter divino.
  • La humanidad son seres inferiores, de la cuarta dimensión. Pero se comportan como células de un único organismo. La humanidad en sí misma, es un Dios.
  • La relación que pueda tener la humanidad con estos seres son similares a las de los personajes dentro de las viñetas. Los personajes creen que su mundo es la realidad y entienden que tienen control de su vida. Pero no dejan de ser producto de una o varias inteligencias creadoras. Lo mismo sucede con los seres de la quinta dimensión.

Estos puntos no son literales, pero es una forma de sintetizar los ríos de tinta que han corrido al respecto. Sin ir más lejos, ha dado multitud de conferencias en las que ha hablado sin tapujos y con detalle del célebre encuentro.

Este es el que muchos señalan como el gran punto de inflexión en Grant Morrison. Si bien, como se ha señalado antes, nunca ha sido alguien que estuviera particularmente interesado en ser alguien que se conformase con tener una vida tradicional, es aquí cuando llega el verdadero rock and roll creativo. Y es que la trilogía del supersigilo estaba al caer.

A cualquier industria cultural le viene bien catalogar a los creativos que forman parte de ella. Y por ese motivo, los próximos trabajos iban a ser oscurísimas piezas sobre la psicopatía como es Bible John – A Forensic Meditation, publicada en la revista británica Crisis.

Por su parte, para rastrear su trabajo en Estados Unidos hay que poner la lupa en 1990. Es el año en que se publicó Kid Eternity. Como con el resto de los trabajos, se aprecia todavía muy deudor de esa primera fase de Morrison, aunque, en esta ocasión, se puede apreciar que comenzaba a sentirse inquieto por el aspecto espiritual. Apoyado por un Duncan Fregedo, que estaba tomando el relevo de los riesgos tomados por Bill Sienkiewicz y por el propio McKean. Si se busca una obra totalmente reivindicable y tapada, es esta.

No hubo que esperar mucho a que tuviera oportunidad de volver a trabajar sobre el murciélago. En cosa de meses, llegaría Gótico, con los dibujos de Klaus Janson. Morrison partió con la intención de explorar las catacumbas, las iglesias y la infancia de Bruce Wayne. En esta ocasión se fijó en obras tan distintas como el Don Giovanni de Mozart o el Fausto de Goethe y que, sin embargo, logra que se correspondan. Un cómic que vale la pena repasar porque, aunque no se mencione entre las grandes, su sombra es alargada.

En ese mismo año se aliaría con un colaborador de su enemigo más íntimo: David Lloyd dibujaría dos se sus números por una Hellblazer que ya había sorprendido por un recorrido tremendamente complejos e interesantes. Jamie Delano, sin embargo, estaba algo fatigado y necesitaba un relevo. Y eso recayó en Morrison (convirtiéndose en el tercer escritor en escribir al mago creado por “el guionista original”). Y aprovecha la oportunidad para hacer una regresión a su infancia, al Reino Unido rural y al activismo antinuclear que ejercieron sus padres. Todo para cuajar en una absurda revolución que no es que tenga un final feliz. De nuevo, Morrison intentando superar a Moore, esta vez poniendo el foco V de Vendetta y contando con su dibujante.

Fue en 1993 cuando Karen Berger encontró características comunes en estas historias oscurísimas y maduras que estaba publicando en el momento cuando se decidió fundar un sello que fuese la casa de todas estas extremas narrativas. Y, como tal, Morrison debutó con Sebastian O, una miniserie que supondría su reencuentro con Yeowell y que guarda ligeras similitudes con Bible John pasado por el filtro de Gideon Stargrave en un universo steampunk. Un cómic poco inspirado y algo reiterativo.

No es así con El Misterio Religioso: La Verdad al Desnudo, en la que reflexiona acerca de la naturaleza religiosa desde una perspectiva, basada, sorprendentemente, en un sesgo cristiano. Pero también sirve como ejercicio de género al uso, puesto que es un whoddunnit perfectamente entendible que merece una reedición.

Y en 1995 volvería al punk, gracias Mata a tu Novio. Una obra que condensa toda la rabia contenida y adolescente en una pieza que podría haber sido firmada por Garth Ennis, perfectamente. Philip Bond le da un toque juvenil al conjunto que hace que sea una de las lecturas más sencillas del de Glasgow.

Tras una sucesión de obras “menores” por encima de la media, el tiempo marca que se ha llegado a 1996. Y este es el periodo más fértil de toda una carrera basada, precisamente, en ser una inagotable fuente de ideas. El momento en el que Morrison llegó a la madurez y comenzó a tener un poso puramente filosófico y lisérgico, lo cual hace que para muchos sea totalmente incomprensible.

En ese año estrenó dos obras totalmente capitales que rompieron la baraja. No es la primera vez que lo hacía, pero no de una forma tan seguida y punzante. Los Invisibles es la primera parte de su autodenominada trilogía del súper-sigilo. Antes de proceder a intentar desgranar determinadas cuestiones, habría que aproximarse a entender qué es un siglo.

Es un concepto proveniente de las prácticas esotéricas. Morrison es un mago del caos, pero según ha explicado en el documental centrado en su persona, Talking With Gods, la emplea de una forma sumamente práctica. Un sigilo es un conjuro sencillo que consiste en escribir una frase con algo que se desea alcanzar. Una vez se haya realizado el primer paso, se deberán eliminar las vocales de la frase. Por último, se quitan también las consonantes repetidas. Llegados a ese punto, se queda una frase sin sentido delante con la que se debe realizar un dibujo (sigilo) de aspecto mágico. Y, para rematar la faena, se requiere una masturbación mirando fijamente el sigilo. Con ello, las energías se alteran y aquello que se buscaba, se consigue. ¡Funciona! O, al menos, eso es lo que este narrador cree.

Teniendo claro este concepto, y fijando la atención en una obra como Los Invisibles, se hace más distinguible las intenciones detrás de la obra.

¿Alguna viñeta que represente mejor a la generación X?

Una serie como Los Invisibles es una reacción a muchas cosas que pasaban en los noventa: el punk había sido sustituido por un britpop, la generación X miraba con desencanto la entrada del nuevo siglo mientras lloraba la muerte de Kurt Cobain, las grandes voces cinematográficas eran totalmente malhumoradas y posmodernas, a la vez que Bret Easton Ellis se convirtió en uno de los iconos literarios de la época y Chuck Palahniuk estaba a punto de sacar a la luz a los miles de clubes de la lucha presentes por todo Estados Unidos. Y Los Invisibles se lanzó para hablar a esa juventud a la deriva. Se recoge esa furia antisistema que necesita respuestas a sus asfixias existenciales en un mundo que cada vez parece ignorarles más.

Es una obra en la que la influencia mutua de realidad y ficción es más patente. En ella se trata de establecer una línea clara y en subrayar que lo que se conoce no es la realidad, sino una proyección de ella. Los Invisibles (si es una de las mejores elecciones de títulos jamás hechas, se dice y punto) son los apestados que se han dado cuenta. Y a quienes van a hacer todo lo posible por mantener el estatus quo poca gracia le va a hacer.

Sin embargo, es una obra que no logra funcionar del todo por diversos motivos. El principal de ellos es la ambición desenfrenada de un autor en constante efervescencia energética y contagiosa. Trata muchos temas, pero no llega a dar tiempo a procesarlos y reflexionarlos como debiera. Es aquí cuando sus elipsis hacen juegan en su contra a la hora de que tenga un verdadero impacto emocional y unas lecturas intelectuales de verdadero calado.

Morrison busca epatar. Sin duda. Es un niño grande pasándoselo bien, aunque muchas veces deja la sensación de que ha entrado en una fiesta privada. Es una pieza muy personal. Lo es hasta tal punto que muchos personajes son avatares de personas que conocen. Y sabido por todos es que su carismático líder obsesionado con el kung fu y con un gran componente sexual, King Mob, es una versión de sí mismo, combinándose con características de su padre (tal como reconoció en su imprescindible y apasionante ensayo Supergods). Y que por ese motivo cuando escribía al personaje pasándolas canutas, tenía su repercusión en su propia persona.  Y este no fue su único alter ego en la serie, ya que trajo de vuelta a su primer personaje: Gideon Stargrave.

Es una exhibición de sus mejores trucos (pun intended) en el que vuelve a jugar con los mismos referentes. Pero con la particularidad de introducir una simbología religiosa más poderosa y a esas ideas metatextuales de realidades por encima de la nuestra.

Esta es un reflejo de su época. Algunos de sus análisis deben ser entendidos como algo puramente contextual. Lo es hasta tal punto que finalizó en el 2000, dejando una influencia que roza el plagio en Matrix, que solo podría haberse generado en el mismo zeitgeist. La película fusila muchas de las ideas consiguiendo lo que el cómic solo pudo aspirar: que la gente espabilara.

Pero volviendo a 1996, se deleitó al público con otra pieza que está considerado como uno de los trabajos insondables de Morrison. Y lo hizo dotando de dignidad a una de sus aportaciones más delirantes: Flex Mentallo. Trabajaría por primera con uno de los artistas más visualmente portentosos y fascinantes que ha habido jamás: Frank Quitely (nombre artístico cuya proveniencia tiene enjundia). Se mostró como alguien capaz de seguirle el ritmo y dotar de una fuerza pop a los guiones de este autor como nunca había tenido la suerte de gozar.

Siempre, en cualquier trabajo de autor, se llega a un punto en el que se pone a reflexionar sobre su propia carrera y su proceso creativo. Y de eso, precisamente, es de lo que va Flex Mentallo, de tratar de dar respuesta a la pregunta que siempre se les hace a los escritores: ¿De dónde sacas tus ideas? Tan fácil de formular, como difícil es de responder.

¿A quién no le ha pasado nunca?

El trabajo creativo, en muchas ocasiones, tiene que ver con los instintos y la intuición. Y por eso se detecta un despojo de intelectualismo en favor de probar suerte contando una abstracción absoluta reflexiva acerca de la identidad y de las mágicas transformaciones que llevan de la idea a la realidad. Todo ello aderezado en el explicitación de la presencia de una representación de estos seres quinta-dimensionales.

Es una obra de despedida a un personaje con el que es fácil emocionarse y que normaliza las cuestiones más ridículas. Es una obra que, al contrario de las anteriores, demuestra que es alguien con capacidad de emocionar. Aunque lo haga contando la historia más extraña del mundo. Y constituye el episodio intermedio de su trilogía.

Morrison, tras dos trabajos tan extenuantes, necesitaba un trabajo de un vocación más comercial. Y uno en lo que pudiera demostrar algo que todavía no había tenido la ocasión. En la carrera de todo autor que pretende quebrantar las normas, llega un punto en el que debe exponer un conocimiento y dominio sobre ellas. Puesto que, de otro modo, no sería más que un cantamañanas.

Y eso fue lo que supuso sus más de cuarenta números en La Liga de la Justicia. Es un trabajo ejemplar y, en muchos puntos, tan fundacional para el grupo como puede haberlo sido Los Ultimates para Marvel. Es una puerta de entrada indispensable para toda una generación de lectores que, a día de hoy, sigue considerando como el trabajo por antonomasia del más grande grupo superheroico de DC.

Morrison ahí se olvida de sus conceptos más antipáticos para el gran público y se presenta como un gran admirador de la edad de plata. Es una etapa profundamente respetuosa que pone en valor las grandes cualidades de este grupo. Es una constante sucesión de momentos de épica superheroica con diálogos icónicos. Una actualización que la DC del momento necesitaba, lo supiera o no.

A ver cuando se podrá ver una estampa similar en el cine.

Y aquí dejó en evidencia que es un escritor que encaja bien en un modelo editorial como este, teniendo mucha más flexibilidad que otros escritores bastante menos talentosos. Grant integró todos y cada uno de los cambios e imposiciones editoriales sobre los personajes, y le sacaba más partido que en muchas de las series en las que se afrontaban esos cambios de una manera más frontal.

Dentro de esa línea, sí que tuvo concesiones artísticas en Un Millón, que usaría el multiverso de DC para probar a contar una historia más cercana a sus intereses más enraizados y Tierra 2 sirve como divertimento a la hora de plantear una contrapartida más depravada de todo lo alcanzado en su recorrido con los grandes iconos de la editorial.

Hastiado de trabajar en DC, probó suerte en la Marvel del principio de siglo. Fue un cambio muy significativo para la industria el hecho de que los primeros trabajos del escocés nacieran en el milenio surgieran La Casa de las Ideas. Ahí dejó creaciones y conceptos memorables que los que vinieron después no han sabido entenderlos.

Marvel Boy se adentraba en las entrañas de la historia del Universo Marvel para dinamitarlo con un personaje que no dejaba de ser una representación del inquebrantable espíritu rebelde del escritor. En su historia de Los Cuatro Fantásticos  dejó una muestra del potencial del grupo si cae en manos de alguien que sepa entenderlos (cosa criminalmente infrecuente). También co-creó junto a, su por aquel entonces amigo, Mark Millar a Skrull Kill Krew, un concepto tremendamente macarra que parece sustituir a los vampiros de John Carpenter por la metamorfa raza alienígena. 

Se llegó a 2001. Morrison quedó impresionado por los X-Men de Bryan Singer y lanzó un manifiesto tan estruendoso. Tenía las suficientes dosis de petulancia y de pasión como para que la compañía le hiciera caso. A continuación, una reproducción de su “carta de motivación”:

Habiendo leído todos los tomos recopilatorios de X-Men disponibles para la humanidad, creo que tengo bastante clara la idea de lo que funciona en este cómic y lo que no. Aquí está lo que yo creo que sería la estrategia más efectiva para mantener antiguos lectores y, más importante, atraer a un nuevo y contemporáneo público.

  • En mi opinión y, probablemente la de todos los demás, el mejor trabajo hecho en este cómic, el trabajo que transformó a los nuevos X-Men en la franquicia principal fue el hecho por Chris Claremont y John Byrne entre 1977 y 1980. Mucho después de que dejase de coleccionar cómics y comencé una banda de punk, este era el único cómic que seguía porque MOLABA. Ha estado de moda dar leches a ambos creadores en los años entre medias (y muchas veces han sido justificadas) pero yo desafío a cualquiera que se lea esa etapa de X-Men y que no se sienta impresionado la bravuconería y la inventiva. Ambos creadores no solo estaban muy adelantados en este juego, definieron las reglas de un NUEVO juego (el temprano Alan Moore es PURO Claremont y las reverberaciones de Dias del Futuro Pasado, con sus representaciones del crepúsculo de los superhéroes, siguen teniendo ecos en demasiados libros como para mencionarlos). Ellos tuvieron la libertad de crear nuevo material, reconceptualizar las cosas viejas que seguían funcionando e ignorando los elementos pasado de moda que minaban la serie original de X-Men, quitándole su vitalidad.
  • En la última década más o menos, la tendencia de Marvel ha sido intensamente conservadora; cómics como X-Men de un desbordado y desenfrenado pop a una cauteloso y astuto retro. Lo que era dinámico, se vuelve estático., los personajes muertos siempre vuelven, nada de lo que pasa importa de verdad al final. El escenario nunca estaba despejado para que las nuevas creaciones se desarrollen y crezcan. El cómic se ha vuelto hacia dentro, séptico, como la uña de un pie. Las únicas personas que leen cómics son los fans varones, que no cuentan. X-Men, por todo lo que se había convertido en un superventas, se volvió en una consigna para los frikis con pocas luces antes de que la película nos diera una sacudida eléctrica. Y en esta última década, las ventas cayeron de millones a cientos de miles.
  • Del mismo modo en el que Claremont y Byrne lo hicieron en los ochenta y Jim Lee lo hiciera en los noventa, necesitemos hacer que el cómic vuelva a MOLAR.  La película ya ha hecho casi todo el trabajo para nosotros y hay MILLONES de nuevos potenciales lectores por ahí que hay que conseguir: incluyendo las mujeres que se esclavizarían frente Hugh Jackman y que deberían coger este cómic y obtener la misma emoción sexy por este personaje (así que no más licra azul y amarillo y cascos a lo Batman). ¿Por qué Lobezno lleva un casco del mismo tamaño de su cabello, de todos modos? Parece totalmente estúpido ahora. Tenemos que parar de hablar a un menguante público de fans y volver a llamar la atención del mainstream. Los fans de toda la vida leerán el cómic y les emocionará, DA IGUAL LO QUE PASE. No tenemos que atraerles a ellos. Necesitamos hacer que este cómic sea accesible para un público del mundo real. Necesitamos que los X-Men y Marvel vuelvan a estar en las noticias, en los magazines molones de la tele. Necesitamos recapturar al público universitario y hípster porque ese público es más grande que nunca gracias a las películas y a los videojuegos, gracias a cosas como Buffy y Matrix. El mainstream al completo está listo y preparado para consumir historias de superhéroes. Para hacer que X-Men se sientan frescos otra vez, necesitamos observar con atención, de forma afilada a todo aquello que no funciona tanto en este cómic, como en todo el campo de los cómics. Las cosas recientes de X-Men ha estado escrito a la vieja escuela, con un estilo excesivamente denso para cualquiera y necesitamos actualizar, acercarnos a la corriente general y desmitificar las técnicas narrativas considerablemente para atraer a las sensibilidades modernas.
  • Creo que todo el mundo está de acuerdo en que ya no podemos permitirnos estar estancados por 40 años de la continuidad más complicada de los cómics. Esto no es la línea Ultimante, en cualquier caso, y tenemos que encontrar el modo de ser fieles con los mitos de la Historia de X-Men sin que eso nos encadene a historias escritas hace treinta años para un mundo diferente y para un público muy diferente. Mi intención es usar la rica Historia de X-Men como escaparate de fondo que reviste todo y como un tesoro de material que podemos recortar para un nuevo público entusiasta (del mismo modo en el que Claremont y Byrne seleccionaron las mejores cosas de la serie original combinándolo con el material nuevo). Elementos como La Tierra Salvaje o el Imperio Shi’Ar serán reevaluados, reintroducidos y entretejidos a una escala mayor de ciencia ficción para los X-Men que parece que estamos viendo estos elementos por primera vez. La película, sabiamente, fue hacia la ciencia ficción en lugar de intentar apaciguar a la multitud de lectores de superhéroes y yo creo que debemos hacer lo mismo. X-Men no es una historia sobre superhéroes, sino una historia sobre la lucha evolucionaria constante entre bueno/nuevo y viejo/malo. X-Men son cada uno de los adolescentes rebeldes queriendo cambiar el mundo y hacerlo mejor. La humanidad es cada adulto aferrándose al pasado, intentando destruir el futuro, aunque incluso cuando se tienen todas las esperanzas puestas ahí. El aspecto superheroico debería ser visto como solo un pequeño elemento del basto potencial de esta franquicia.  Estas historias serán accesibles, impactantes y modernas. Cada arco argumental debería ser como una película o una miniserie televisiva dependiendo del foco. Inicio, nudo y desenlace. Cada vez que comenzamos un nuevo arco argumental, cada vez que comenzamos en un nuevo número, de hecho, comenzaremos refrescados pensando en quien coja este número por primera vez. La película hizo que estos personajes fueran familiares, lo cual ayuda inmensamente. De aquí en adelante, deberíamos esforzarnos en limitar el reparto en un puñado de figuras reconocibles.
  •   Si quedan preguntas importantes sin responder sobre nuestros personajes, avisadme y buscaré la manera de responderlas en historias futuras. Pero, por ahora, empecemos con nuevas historias, un sentimiento completamente diferente y permitamos que la gente conozca de nuevo a todo el reparto de esta etapa. Así es como jugamos con la “continuidad” mientras la ponemos suavemente en reposo y la sustituimos por… er… “superconsistencia”. Todo lo que tienens que saber será explicado en CUALQUIER número, pero los fans de toda la vida serán recompensados con un desarrollo de personajes extendidos e historias de fondo de televonovela. Pensad en la naturaleza modular, accesible de las líneas argumentales del mito de Buffy, que también tienen desarrollos extensivos para que los fans de largo plazo puedas seguirlos. Lo mismo para con Expediente X, etc. Las tramas largas en X-Men se desarrollarían como un año como máximo. Nada más de tramas que duran décadas, grandes secretos sin descubrir. Y no hay nada más que decir sobre los orígenes de Logan.
  • Tenemos que volver a sentimiento acojonante de que todo puede pasar que hizo que los números de Claremont/Byrne fueran tan monumentales. Este es un cómic POP tan esencial como el nuevo lanzamiento de Eminen o la última película de Keanu. Podemos reincorporarnos a la cultura y el único modo de hacerlo es abandonar las nociones de los ochenta y de los noventa de quién debería ser nuestro público. La única manera es volver a posicionarse ahí es dando aquello que las películas y los videojuegos NO PUEDEN. Y lo que el público mainstream quiere que les demos (y he preguntado a muchas personas) es imaginación pura y dura, personajes preparados, estruendoso espectáculo, angustia que atormenta, y drama emocional. Gente guapa con poderes increíbles haciendo cosas divertidas y llamativas.
  • ¡LÍBRATE DE LOS DISFRACES! Olvidémonos de la licra para este nuevo siglo y llevemos a nuestros héroes a algo que no te haría parecer un gilipollas si lo llevases puesto en la calle. La película casi lo hace bien: creo que deberíamos optar por uniformes harcore de goma de rueda de bicicleta, pantalones militares y botas del estilo de lucha libre. Lo que sea. UN UNIFORME otra vez. Los looks de la cultura juvenil se están volviendo uniformes de todos modos. El aspecto es brutal y militar y creo que los X-Men deben reflejar eso si quieren mantenerse a la vanguardia de lo que mola. Abrigos largos de cuero con una X en la espalda a la vez que nuestros héroes se vuelven más listos, más orgullosos y más ruidosos. Cíclope llevando gafas de cuarzo de rubí. Me gustaría ver algo de amarillo en algunas viñetas o en detalles de sus disfraces, aunque selo sea por evitar el look aburrido del cuero negro de cada película de superhéroes. Pero debería ser un amarillo pop de Dayglo, del tipo que suelen usar los ciclistas para ser vistos. Discutamos un nuevo look. X-Men es un culebrón sobre supergente del mismo modo que Dallas fue un culebrón sobre los petroleros. El petróleo proporcionó un escaparate y una excusa para verse bien.
  • Dirijámonos a las grandes audiencias. Empujemos a los cómics a un punto en el que podamos estar orgullosos en todos los aspectos. Cómics que los niños buscarán porque son geniales y llenos de energía cinética, que los universitarios comprarán por la rebeldía ironía y que los adultos querrán por ser una distracción, como lo son las películas y las series televisivas. ¡¡¡Simplemente es como cuando Stan lo hacía!!! Yo creo que tenemos la rara oportunidad de romper algunas barreras autoimpuestas y de correr gritando a través de las calles si solo nos libramos un poco de eso y hacemos un trabajo que apunte hacia el mainstream, al público medianamente literario de los niños, adolescente y adultos con ingresos disponibles. Creedme. Se sentirá como nada que se haya visto antes, pero yo pretendo ofrecer el mejor y más fiel concepto de los X-Men que podrías haber esperado imaginar.
  •  Y, una propuesta de nada: acabo de leer que el grupo más entusiasta de la teoría evolucionista de Darwin fue una pana de científicos ingleses del siglo XIX que se hacían llamar… El Club X.

Si se quiere sintetizar en unas pocas palabras todo lo que pretendía conseguir (y en buena medida se consiguió) hay que volver a este manifiesto y ponerlo en contexto. Antes de Morrison, hubo etapas titubeantes, todavía muy deudoras de los excesos noventeros que ni siquiera el mismo Claremont pudo reconducir por el buen camino.

Con lo que ante ese panorama y esas sentencias tan imponentes Marvel no tuvo problema en dar a Morrison las llaves de la Mansión X. Y no desaprovecha la oportunidad de poner dinamita para construir sobre ella. Y tuvo un lienzo en blanco sobre el que pintar.

La primera decisión inteligente fue el título de la serie: el palíndromo de New X-Men dejaba claro a los fans de toda la vida que estos no son sus personajes. Son una nueva iteración de ellos y, con ello, habrá cosas que no les iba a gustar. De hecho, es una de las etapas más divisivas en las que siempre se encuentran algún cambio que se ha introducida que disgusta a cualquier lector.

Si hay un calificativo que se le puede poner a su etapa es evolutiva. No iba a ser nada que se conociera, aunque se hizo pisando todo aquello que sí lo era. Sus ideas eran algo a lo que, de nuevo, el lector de superhéroes no estaba acostumbrado. Pero que fueron recibidas con buen gusto.

¿Dónde hay que firmar para pedir más portadas como esta?

Tuvo ideas tan subversivas como Cassandra Nova, mostrando una visión más maquiavélica de Xavier, el genocidio de Genosha, el gen mutante como superador del humano o la presencia de Magneto decadencia como modo de representar que lo viejo está en horas bajas. Pero también tiene una visión cínica a las reivindicaciones de la nueva hornada de estudiantes que tiene la escuela. Porque Morrison entendió que la mansión Xavier es una escuela, algo en no pocas ocasiones olvidado. Por no hablar de que rompió la más icónica de las parejas de la franquicia mutante para liar al personaje con la más carismática antigua villana que ha tenido la franquicia.

Además, fue una obra con una gran vocación social afectada de forma indudable de por los atentados del 11S. Fue una obra que llevó más allá las limitaciones a la hora de representar contenido sexual en los cómics de Marvel y que agitó el avispero, consiguiendo que los personajes entraran en el nuevo siglo en un momento dorado. 

Sin embargo, no llovió a gusto de todos y la editorial comenzó a hacer imposiciones y a intentar que Morrison no llevase a los demenciales extremos a los que suele acceder. Eso no terminó de ser recibido como algo aceptable por el autor, que terminó sufriendo trabajando en la última etapa X-Men. Eso, sin embargo, no se aprecia en un trabajo bastante consistente que ha envejecido mucho mejor que otros trabajos más recientes y con una serie de ideas que han perdurado y quedando como una etapa tan importante como la del patriarca mutante, siendo mucho más breve.

Hizo a los X-Men grandes otra vez mucho antes de que Donald Trump intentase algo parecido en todo el país con horribles resultados.

Tras permanecer durante tres años poniendo patas arriba a Marvel, y salir algo escaldado, volvió a DC Comics. Pero, en realidad, nunca terminó de irse. En paralelo a sus X-Men, Morrison lanzaría el más opaco cierre de su trilogía del super-sigilo: El Asco. Nacida como una continuación temática directa de Los Invisibles e inicialmente planteada para que la protagonizase Nick Furia, es la lectura más inaccesible de este escritor.

Ay, Cronenberg, qué tierno eres.

Y lo es por muchos motivos, el principal de ello es porque es una lectura pretendidamente angustiosa, desesperada y nihilista. Es un producto del dolor que causó el 11S en occidente, con unas consecuencias que hicieron del mundo un lugar peor. Al fin y al cabo, de las tres, es la única que trata sobre el ascenso y caída en búsqueda de redención y no es algo que el público del momento demandase. Se necesitaba más optimismo.  

Este cierre no fue tan recibido como las propuestas anteriores, pero, aun así, es una pieza totalmente coherente con el cuerpo del resto de la trilogía. Con esto Morrison trató de actualizar una serie de conceptos que en Los Invisibles no habían vencido el paso del tiempo, a la vez que se buscaba tener una entidad propia.

Ese buen espíritu lo podrían encontrar en la preciosa joya llamada We3, en el que Morrison vuelve a demostrar que puede escribir historias que conecten con un público mayor. Pero, no por eso decide doblegarse.

Este cómic es un regalo total para su amigo Frank Quitely, ya que le permitió lucirse en todos los aspectos en los que podría haberlo hecho. La responsabilidad del éxito de la obra recaía en sus hombros y supo estar a la altura. Es un magnífico documento gráfico, una masterclass de narrativa visual, de inventiva y de diseño de personajes. Morrison da un paso atrás poniendo unos cimientos sobre los que el artista construye un magnífico edificio. 

En 2004, también bajo el sello Vertigo, lanzó una divertidísima y queridísima pieza que ha quedado como algo de culto: Seaguy, en la que Morrison retorna a pasárselo bien desmontando imaginario propio de la Silver Age con un jovencísimo Cameron Stewart. Para más inri, lo hace desde el punto de viste una especie de Aquaman totalmente paródico y entrañable. Se prometió una trilogía que a día de hoy sigue sin ver la luz.

En 2005, sin embargo, volvería a colaborar con Bond en un proyecto totalmente distinto: Vimanarama. Este nace de la inmersión que hizo en la mitología árabe tras quedar consternado tras lo acontecido por el 11S. Con ello, intentó dar un toque distinto a sus temas, a la vez que reflexionaba acerca de la inmigración de países musulmanes a Europa, con un tono de comedia que no caló demasiado.

No es de extrañar que para desquitarse de estos proyectos optara por volver al heroísmo más puro en un mundo que lo necesitaba desesperadamente. All Star Superman es una obra que sirvió para que el mundo volviera a creer en los héroes.

Qué bien luce cuando luce bien.

Poco antes de que Marvel Studios diese la tecla del éxito trasladando al cine la idea de la pureza heroica en personajes buenazos, Morrison se les adelanto creando la que para muchos es la mejor historia jamás creada de Superman (en una dura pugna con las escritas por, oh, sorpresa, el bardo de Northampton).

Morrison simplemente se planteó cual es el sentido y lo que representa una figura como Superman en nuestro mundo. Y, como nunca se sabe lo que se tiene hasta que se pierde, pone al personaje en sus últimas, luchando por sobrevivir. Y plantea sus acciones como sus últimas, zanjando muchas cuestiones que han estado abiertas durante mucho tiempo y dando el mejor tratamiento dado a Lex Luthor desde que pasó por las manos John Byrne.

Morrison reflexionó en el concepto más impoluto del heroísmo, en un paralelismo de las peripecias de Superman con los 12 trabajos de Hércules. A la vez que se presentaba a un personaje como un rayo de luz, de pura bondad en globo cada vez más perdido. Este cómic reforjó la leyenda de Superman y entendió qué claves tenían que tocar para que funcionara como el homenaje y la celebración decisivas.

Una vez más, Morrison supo integrarse en un equipo formado por las grandes bazas de la editorial en la serie 52, llamada a pasar a la historia como el proyecto que se iba a publicar semanalmente. El escritor vuelve a hacer un cómic en el que es evidente que se lo pasa bien y se integra a las mil maravillas en este proyecto tan importante.

Su amor por la silver age lo quiso volver a hacer patente en Siete Soldados de la Victoria. El motivo de la existencia de esta oferta es la de resucitar y revigorizar al grupo segundón de la época de la JSA. Cambiando unas fichas, sacando el polvo a otras e intentando poner cosas nuevas sobre la mesa.

Fue un proyecto ambicioso: ocho miniseries de cinco números interconectados, aunque independientes dibujados por un ejército de artistas, de entre los más cotizados del momento. El creativo parece haberse puesto sentimentaloide porque es una innovadora y emotiva carta de amor al género, lleno, como siempre, ideas impresionantes elocuentemente puestas sobre la mesa que DC prefirió ignorar.

Dan Didio, sorprendido por el gran estado de gracia en el que estaba Morrison y sus capacidades para conducir series regulares, tuvo la idea de concederle en 2006 la serie regular de Batman. Morrison comenzaría a escribirla en el número 655 y se prolongaría hasta 2013 trayendo dramáticos y perdurables cambios a la mitología del murciélago.

Su primer arco ya comunica su deseo de hacer algo trascendental. Traer a la vida al hijo de Batman, Damian Wayne, y reescribiendo las historias de Dennis O’Neil para empezar se puede decir que es todo un golpe en la mesa. Este chaval vino para quedarse y, con el tiempo se ha convertido en un secundario de lujo y en uno de los Robins más queridos por el gran público.

Pero no fue su única aportación: la mano negra casa a la perfección con las obsesiones conspirativas del autor, el Joker más perturbador de los últimos años, un Bruce Wayne que, además se topa con secretos familiares y amenazas olvidadas provenientes de las historias de los años cincuenta. Morrison comentó en el podcast de Kevin Smith que precisamente, tomó inspiración de las historias que todo el mundo odia y que se recogieron en un recopilatorio llamado Los Archivos Negros.

Morrison fue el guionista que se atrevió a matar dos veces en el mismo mes a Batman. Todo un evento cocinado a fuego lento que desembocó en Batman RIP y en Crisis Final.

Tras la muerte del personaje, puso tras la capucha a un Dick Grayson que se mostraba como un Batman más amable y menos atormentado. Volviendo a contar con Frank Quitely desarrollaron este nuevo universo presentando a un villano tan excéntrico como querido como es el Doctor Pyg. Y decir eso en una galería de villanos repleta de tipos anormativos, es saber hacerlo bien. 

Como para no quererlo…

Tras una serie paralela en formato de odisea espacio-temporal en la que Bruce Wayne volvería a su línea temporal y en la que Morrison vuelve a reflexionar en conceptos metafísicos, Bruce Wayne “saldría del armario” y reconocería que es Batman. Y que destinaría los copiosos beneficios de su empresa a financiar una multinacional operativa de Batman que prometiera la seguridad global.

Con Los Nuevos 52 (en el que la primera etapa de Scott Snyder fusiló contribuciones del escocés), Morrison quedaría relegado de la línea oficial del personaje para terminar su historia en las dos miniseries de Batman Inc., en las que eclosionarían muchas de las tramas que estaba cocinando desde el principio de su etapa.

Aunque reciclase algunas ideas de su trabajo con los mutantes, lo cierto es que su etapa ha terminado resultando en un trabajo de los que han marcado la identidad del murciélago. Lo hace atreviéndose a llevarlo fuera de su zona de confort y tomando referencias alejadas de las habituales.

Esta etapa va intrínsecamente unida a otro proyecto megalómano: Crisis Final. Aquí lo que buscó es jugar con algunos conceptos que dejó Jack Kirby y enredar la intrincada continuidad de multiversos de DC Comics. Lo primero lo logró airosamente, mientras que lo segundo no terminó de cuajar. El resultado es uno de los proyectos sus más olvidables proyectos, aun teniendo una inventiva incomparable.

Aunque estaba siendo una época sumamente productiva, no abandonó a otro tipo de contenido más alejado de los superhéroes. En 2010 se lanzó su último gran proyecto para el maltrecho sello Vertigo: Joe, the Barbarian. Con, el por entonces semidesconocido, Sean Murphy ambos contaron una deliciosa historia de un chaval diabético que, precisamente por su enfermedad, le permite viajar a una realidad en la que él es un héroe. Es una película de la Amblyn perdida y que se ha transformado en un cómic. Una historia sencilla que encaja perfectamente con el ideario de Morrison, pero de un modo que es fácilmente comprensible para el lector ajeno. Una muestra de cuanto se ha depurado a lo largo de los años.

Tras ese fracaso, y con Los Nuevos 52 asomando la cabeza, se le asigno la reimaginación de Superman, junto con Rags Morales. Morrison tuvo muy buenas intenciones: una vuelta a las raíces originales del personaje, como un activista social, no tan superpoderoso. El contexto de desencanto global causado por la crisis como telón de fondo le favorecía.

Pero, por aquel entonces, DC estaba sumida en algo cercano a un caos editorial que provocó que Morrrison no pudiera contar la historia que quiso de la manera propicia. Sumado a eso, se le nota un cierto cansancio y un frío acercamiento al personaje que provocó que fuera un fiasco que defraudó a muchos y que duró poco.    

Para resarcirse y reconciliarse con el público necesitaba un proyecto personal y de calado. Un proyecto que vuelva a exhibir todo de lo que es capaz. Un proyecto a su medida. Un proyecto como Multiverso.

Si hay una obra que condense, tal vez, todo lo que es Morrison y lo que siempre ha pretendido es esta. Nueve números cuidadosamente seleccionados en las que  muestra una panorámica al multiverso de DC, estableciendo unas nuevas reglas de funcionamiento hechas a su medida y a su forma de entender la cosmogonía de nuestra existencia.

Nueve números independientes interconectados con una simple regla: las historias de un mundo son contadas en cómic en otro mundo. Tal y como se mencionó, eso es una pieza de un puzzle que funciona a las mil maravillas con la revelación que tuvo Morrison en Katmandú.

¿Que por qué este cómic es una maravilla? La respuesta a un clic.

Es uno de los trabajos más inteligente en el mainstream de la última década en el que cada número el lector es arrollado por una cantidad inabarcable de imaginación. Y aunque todos y cada uno de los números son impecables e interesantes, este proyecto fue vampirizado por esa salvaje exhibición de fuerza que es Pax Americana. Otra vez Morrison intentando superar a Moore, poniendo, en esta ocasión, a Watchmen en el punto de mira. El bardo de Northampton quiso contar su obra maestra con los personajes de la difunta Charlton, cosa que Morrison hace en su historia. Y cualquier alabanza verbal al trabajo de un virtuosísimo Frank Quitely se quedará ridículamente corta. Es algo que hay que experimentar.

Image está viviendo un gran momento desde hace años. Y Morrison, salvo por una anecdótica y brevísima colaboración en Spawn, no había sido parte de ello. Por ese motivo decidió dar el salto y publicar Happy!, con Darick Robertson a los dibujos.

Morrison tontea con el noir en una historia iconoclasta que se ve influenciada por Garth Ennis. El protagonista es un policía caído en desgracia que se mete a matón. Pero todo cambia cuando se le aparece el amigo imaginario de una niña secuestrada por Papá Noel. Necesita su ayuda para volver con su amiga. Y por demencial que suene, él mismo ha adaptado este proyecto en una serie que ha aguantado dos temporadas.

Le habrá cogido el gusto a publicar piezas de género pasado por su filtro personalísimo, puesto que llevó a cabo una jugada similar con uno de sus trabajos más satisfactorios y crípticos: Nameless. En esta ocasión, contaría con Chris Burnham para narrar una historia de terror cósmico deudora de Lovecraft en la que nada es lo que parece.

Es un cómic bastante odiado por la gran mayoría, puesto que es uno en el que vuelve a introducir una serie de simbología y componentes provenientes de la magia. Pero es una gran fuente de conocimientos del que alguien curioso no dejará de tomar nota. Pero, a pesar de ello, es un cómic de terror estremecedor por su rareza.

Otro trabajo independiente que salió prácticamente en la misma época fue Anihilator. En ella vuelve a practicar el ejercicio del metalenguaje aplicado al cómic superheroico. Pero se entiende que el contexto es distinto y que el cine ha cambiado el panorama industrial en un tebeo tan estimulante que es incomprensible cómo es posible que siga inédito.

En 2012, Morrison ya es una estrella del medio por derecho propio. Más allá de eso, es alguien que ha marcado un antes y un después y ha dejado una huella imborrable. Desde ese estatus privilegiado, se atrevió a lanzar su propia convención: MorrisonCon, celebrada en Las Vegas y con la presencia de algunos de los grandes artistas del medio y antiguos colaboradores y amigos.

Genio y figura…

En 2016 fue nombrado editor jefe de la mítica revista Heavy Metal, que se encontraba en decadencia. Si bien parece estar estancada, sí que impuso una serie de cambios y descubrió a algunos artistas que modernizaron la publicación. Estuvo en el puesto unos meses, pero sigue implicado como consejero. Probablemente, sin su nombre asociado, la revista habría desaparecido.

Para Boom! ha creado uno de los proyectos en los que ha estado más implicado: Klaus. Una visión de la mitología de San Nicolás, mezclado con el folklore propio de Europa en contado en clave de espada y brujería que se ha convertido en el motivo de peso por el que esperar la Navidad: es cuando publican cada especial.   

Volvería a colaborar con DC Comics en los dos volúmenes publicados de Wonder Woman: Tierra Uno. El autor parte de un planteamiento que busca contraponer la ideología feminista contemporánea con la que le condujo a William Moulton Marston a crear al personaje.

Son cómics sorprendentemente atrevidos y que no escatiman en tratar temas como la sexualidad en un entorno de aventuras. Una inmejorable puerta de entrada para un personaje del que parece que todavía queda mucho que decir.

Su trabajo en el medio es Green Lantern. Una visión que resucita algunos conceptos del pasado y se aleja de lo que hizo Geoff Johns. Y llegando a este punto, lo mejor  es revisar la reseña recientemente publicada.

En este humilde repaso se ha podido percibir como es una carrera imparable, con una gran cantidad de publicaciones y que forman un todo coherente. Hay altibajos, pero es imposible que no fueran a haberlos con tal nivel de trabajo. Además, se aprecia una evolución y un constante progreso que no ha matado en ningún instante el febril entusiasmo con el que este autor afronta absolutamente todos y cada uno de sus guiones.

El futuro es uno de los grandes misterios. Nadie sabe cómo va ser. Pero con piezas visionarias como Grant Morrison se puede estar un punto más cerca de vislumbrarlo. Y se prevé un tiempo fértil para la creación batalladora. No solo porque, según las creencias del autor,  se está a punto de entrar en un ciclo de creaciones más crudas, sino porque la humanidad se adentra en un panorama postCovid que se presenta como acompañado por una crisis que deja en bragas a la de La Gran Depresión. Es una tragedia de grandes proporciones, pero un alimento inmejorable para los creadores. Y él siempre ha estado a la vanguardia. ¿O es que de verdad creéis que es una casualidad que en breves este señor vaya a estrenar una serie que adaptará Un Mundo Feliz? Solo se puede explicar cómo una alteración de la realidad por los músculos de Flex Mentallo. Cualquier otra explicación es decepcionante.

Grant Morrison es un buscador de lo incognoscible. Un chamán de mirada burlona. Un genio loco que vive entre el aislamiento de un castillo escocés o en centro neurálgico de la maquinaria generadora de ficción. Un ser inconformista que nunca dirá lo que puedes esperar. Alguien que, con cada obra, coge del hombro y  sacude sin cansancio para que uno caiga en la cuenta de que va siendo hora de romper las cadenas.

Siempre hay más verdad esperando ahí fuera para quien quiera prestar atención. Hasta que se llegue a él, más vale seguir leyendo, escribiendo, experimentando y creando.

Remember when you were a madman

Thought you was Batman and hit the party with a gas can